Hoy quiero compartir con Ustedes un pequeño fragmento del capítulo XVI llamado “Mintiendo a George” porque es una de las partes que más me gustan ya que el personaje de George es mi preferido.
En cuanto al autor, E.M.Forster, podemos decir que nació en Londres en 1879 y se educó en la Universidad de Cambridge, donde cursó estudios de literatura clásica e historia. “Habitación con vistas”, su segunda novela, fue escrita en 1908 y está ambientada en su primera parte en la ciudad de Florencia (Firenze en italiano) y después continúa en Inglaterra.
Forster vivió en Inglaterra, Italia, Grecia e India y es autor de un maravilloso libro llamado “Pasaje a la India” escrito en 1924; aunque viajó por toda Europa. A lo largo de su vida escribió novelas, ensayos, biografías, cuentos, libros de viajes e incluso fue coautor del libreto de la ópera de Benjamin Britten, “Billy Budd” (1951) junto con Eric Crozier. Murió en Coventry, en 1970.
Edward Morgan Forster
(Londres, 1879; Coventry, 1970)
No querrá decir —dijo él sin tener en cuenta en absoluto a la señorita Bartlett—, no querrá decir que usted se casará con ese hombre…
La pregunta no era de esperar y Lucy se encogió de hombros, como si la vulgaridad de él la desalentara.
—Usted me resulta totalmente ridículo —dijo pausadamente.
En ese momento las palabras de George se levantaron por encima de las de ella:
—Usted no puede vivir con Vyse. Sólo es bueno para una amistad. Es bueno para la vida de sociedad y las conversaciones cultas, pero no es capaz de intimar con nadie y menos todavía con una mujer.
Era una nueva luz proyectada sobre el carácter de Cecil.
—¿Ha hablado alguna vez con Vyse sin sentirse cansada?
—Apenas puedo discutir…
—No, pero ¿ha podido alguna vez? Es la clase de gente que están muy bien cuando hablan de libros, pinturas, pero matan cuando se relacionan con la otra gente. Por esta razón hablaré justamente ahora para tentar la suerte. En cualquier caso, es triste perderla, pero generalmente un hombre debe abstenerse de la felicidad, y yo me retiraría si Cecil fuera una persona distinta. Nunca me hubiera permitido intervenir. Lo conocí en la National Gallery, cuando no pudo más que entrometerse porque mi padre había pronunciado mal los nombres de los grandes pintores. Luego nos instaló aquí y nos encontramos con que había jugado una mala pasada a un pobre vecino. Esto es lo que le interesa al hombre: jugar pasadas a la gente, como la forma más sublime de vida que puede conseguir. Más tarde, los encuentro a los dos juntos y veo que la está protegiendo y adoctrinando y que su madre se molesta por ello, cuando era a usted a quien le tocaba demostrar si se sentía molesta o no. De nuevo esto es lo que interesa a Cecil, porque nunca permite que una mujer decida. Él es el tipo que retrasa a Europa en cien años. A cada minuto de su vida la está formando a usted, diciéndole lo que es encantador o divertido o propio de una dama; diciéndole lo que un hombre cree que es propio de una mujer, y usted escucha su voz, como hacen todas las mujeres, en vez de escuchar la suya propia. Así sucedió en la rectoría, cuando volví a encontrarlos juntos; así ha sido durante toda esta tarde. Por esa razón, es decir «no por esa razón» la besé, porque el libro me hizo hacerlo y hubiera deseado haber tenido mayor autocontrol. Pero no estoy avergonzado ni pido disculpas. Sin embargo, sé que la he asustado y no se da cuenta de que la amo. ¿Acaso podría decirme que lo hice, que traté un asunto tan tremendamente serio con tal frivolidad? Por esta razón… por esta razón decidí luchar contra Cecil.
A Lucy se le ocurrió una objeción muy buena.
—Usted me dice que el señor Vyse quiere que lo escuche, señor Emerson. Perdóneme por sugerirle que usted ha cogido el mismo hábito.
Pero George encajó el vanidoso reproche y lo transformó en un concepto inmortal diciendo:
—Sí, es verdad —y se abatió como si, repentinamente, se sintiera cansado—. En el fondo soy el mismo tipo de bestia. Este deseo de gobernar a una mujer existe muy profundamente, y hombres y mujeres deben luchar juntos contra él antes de entrar en el paraíso. Pero de verdad te amo, seguramente de una manera mejor que la suya —y se quedó pensativo—. Sí, realmente de una manera mejor. Quiero que tengas tus propios pensamientos incluso cuando te estreche en mis brazos —y alargó sus brazos en su dirección—. Lucy, decídete pronto; no tenemos tiempo para hablar ahora; ven a mí como viniste en la primavera y, más tarde, seré bueno y te lo explicaré todo. He vivido pendiente de ti desde que murió aquel hombre y no puedo vivir sin ti. «No puede haber felicidad —pensé—, ella va a casarse con otro». Pero te he encontrado de nuevo cuando toda la tierra es una gloria de agua y de sol. Cuando llegaste a través del bosque, me di cuenta de que nada más importaba y lo dije, dije que quería vivir y probar mi suerte en la felicidad.
—¿Y el señor Vyse? —dijo Lucy, que se mantenía loablemente tranquila—. ¿Acaso él no importa? ¿Acaso no importa el hecho de que ame a Cecil y que muy pronto voy a ser su esposa? Un detalle sin importancia, supongo.
Pero él alargó los brazos por encima de la mesa en dirección a ella.
—¿Puedo preguntarle qué intenta ganar con esta exhibición?
—Es nuestra última oportunidad; yo haré todo lo que pueda —respondió él, y como si ya lo hubiera dicho todo se volvió hacia la señorita Bartlett, que permanecía sentada como un presagio que resaltara en el cielo del atardecer—: Usted no podrá separamos esta segunda vez si ha comprendido algo. He estado en las tinieblas y volveré a ellas a no ser que usted intente comprender.
La larga y estrecha cabeza de la señorita Bartlett se movió hacia delante y hacia atrás, como si derribara algún obstáculo invisible. No respondió.
—Es ser joven —dijo él tranquilamente, recogiendo su raqueta y preparándose para marchar—. Es seguro que yo le importo a Lucy de verdad, porque amor y juventud cuadran intelectualmente.
Las dos mujeres miraron hacia él en silencio. Sabían que sus últimas palabras eran puras tonterías, pero ¿se iba o no después de ese último despliegue? ¿Acaso el bruto, el charlatán, intentaría acabar con un final más dramático? No. Aparentemente tenía bastante. Las dejó cerrando cuidadosamente la puerta de salida y lo vieron a través de la ventana del recibidor subir el camino y empezar a trepar por los desniveles blanqueados de helechos detrás de la casa. El gato se les había comido la lengua, pero escondidamente estallaban de alegría.