Por supuesto que los amantes se encontrarán siempre y cuando no llueva, más adelante vamos a ver por qué.
¿Y cuándo se celebra esta famosa fiesta japonesa conocida también como El Festival de las Estrellas? Desde 1873, que fue cuando en Japón se adoptó el calendario gregoriano, el día que se festeja el Tanabata es el 7 de julio pero en las regiones donde todavía apoyan el antiguo calendario para fijar sus festividades, lo celebran en el mes de agosto.
El Tanabata, de origen chino, llegó a Japón durante el período Nara (710-794), aunque en ese entonces lo celebraban solo los aristócratas de la corte imperial con concursos de poesía que realizaban escribiendo versos mientras observaban las estrellas. Fue recién durante el período Edo (1603-1868) cuando el festival comenzó a ser celebrado también por el pueblo, de donde nació la costumbre de escribir deseos en tiras de papel (tanzaku) y colgarlas en las ramas de bambú.
En la actualidad, para el Tanabata la gente escribe a mano sus deseos en pequeños trozos de papel rectangulares y de colores llamativos y los cuelgan en las ramas de los árboles de bambú dispuestos para la ocasión.
LA LEYENDA QUE DIO ORIGEN AL TANABATA
El Emperador de Jade (en China)/ Dios celestial Tenkou (en Japón) tenía una hija llamada Zhinu (la muchacha tejedora en China)/ Orihime (princesa de los tejidos en Japón), a la que con frecuencia se representa tejiendo nubes de colores en el cielo y que, en la versión japonesa de esta leyenda, trabaja con un telar llamado Tanabata, junto a un río en el cielo llamado Amanogawa, la Vía Láctea.
Un día, la princesa tejedora conoció a un modesto pastor llamado Niulang (China) / Kengyu (Japón). Ambos, al verse, se enamoraron loca y apasionadamente, hasta el punto en el que los dos enamorados empezaron a descuidar sus labores para estar juntos. Esto hizo que el Emperador de Jade/Dios celestial Tenkou se enfureciera tanto que les prohibiera verse más y los situó a cada uno en una orilla distinta del río, es decir, de la Vía Láctea.
La princesa, muy triste, rogó a su padre poder ver a su amado una vez más. Finalmente, este se apiadó y permitió a los amantes que pudieran volver a encontrarse en un puente sobre el río una vez al año, la séptima noche del séptimo mes. Pero esto solo sucede si el Emperador de Jade/Dios celestial está contento con el trabajo de su hija y hace que esa noche no llueva porque, sino, no podrán verse hasta el año siguiente. (De: cuentosdelmundo.com)
En realidad esta leyenda no hace más que explicar un fenómeno que se puede observar en el firmamento, ya que la estrella Vega se encuentra situada al Este de la Vía Láctea y la estrella Altair está al Oeste. Sin embargo, durante el primer cuarto lunar (séptimo día) del séptimo mes lunar, las condiciones lumínicas hacen que la Vía Láctea parezca más tenue, como si un puente uniera las dos estrellas.
Lo curioso es que el 7 de julio mucha gente ora para que no llueva y los amantes puedan encontrarse.
EL MES DE JULIO, también llamado…
Según el antiguo calendario japonés, el mes de julio recibía el nombre de Fumizuki, el mes de las letras porque, como mencionamos anteriormente, durante el Tanabata existía la constumbre de ofrendar poemas y escritos. Pero existe otra versión que dice que es el mes en que las espigas de arroz se hacen visibles porque en este período madura el arroz.
Otros nombres que recibe el mes de julio son: Akihatsuki, el mes en el que comienza el otoño; Tanabatatsuki, el mes del tanabata y Medeaizuki, el mes de los enamorados, en referencia a Orihime y Hikoboshi
EL FESTIVAL DE LAS ESTRELLAS EN “EL TREN NOCTURNO DE LA VÍA LACTEA”, de Kenji Miyazawa
Kenji Miyazawa nació en la ciudad de Hanamaki, Japón, el 27 de agosto 1896. Fue (y es) un poeta y escritor de literatura infantil, muy popular en la actualidad. Desde muy joven se dedicó a la escritura, con solo 13 años compuso su primer tanka (poema) y a los 21 publicó cuentos ingenuos y con un toque de humor en los periódicos locales de su ciudad; pero su activa etapa de producción literaria se da luego de la muerte de su hermana, cuando el escritor contaba con 26 ños. Si bien siguió sus estudios en la Universidad de Agricultura y Silvicultura de Morioka e incluso trabajó como Ingeniero Agrónomo, nunca dejó de escribir, siendo reconocido con gran éxito por parte de la crítica literaria de su época. Escribía sus historias con la intención de acercar a las personas más simples, la enseñanza del Budismo Mahāyāna, especialmente a los niños.
Además, se interesó por la idea de una lengua común internacional, lo que lo llevó a estudiar esperanto y traducir algunos de sus poemas a este idioma.
Pero el destino quiso que este escritor encontrara la muerte con solo 37 años, luego de sufrir una neumonía aguda.
La mayor parte de sus trabajos se conocieron después de su muerte: El tren nocturno de la Vía Láctea (publicado en 1934) está considerada su obra más representativa; como dato curioso queremos señalar que la reescribió en cuatro ocasiones durante diez años antes de considerarla terminada. También encontramos: Matazaburo, el genio del viento (el título de esta historia, escrita en 1924, hace referencia al viento que sopla a principios de septiembre desde Japón central hacia la isla de Hokkaido) ; Gauche, el violonchelista (cuento repleto de situaciones humorísticas y enternecedoras que trata acerca de un músico mediocre que luego de recibir consecutivas visitas nocturnas de pequeños animales que lo obligan a practicar con su violín, consigue realizar una representación que despierta la admiración entre la gente de su pueblo y el reconocimiento de sus colegas ); El restaurante de los muchos pedidos, Viaje por la nieve y el poema Sin dejarse vencer por la lluvia, que resume su manera personal de ver el mundo.
Para quienes se encuentren en Japón y estén interesados en conocer más de cerca a este autor, les contamos que en el museo “Kenji Miyazawa”, ubicado en la ciudad de Hanamaki, pueden ver su gramófono y su colección de discos de Beethoven, ya que el escritor era un apasionado por la música clásica.
¿Y de qué trata El tren nocturno de la Vía Láctea? De dos niños: Giovanni y Campanella; sí, tienen nombres italianos ya que Miyazawa se inspiró en la obra Corazón, de Edmundo De Amicis, y eligió los nombres de los protagonistas de su historia por creer que contribuirían a dar un ambiente más imaginario al relato.
Según lo que podemos leer en el prólogo de este libro, escrito por Montse Watkins en la edición de 1996: “El tren nocturno de la Vía Láctea combina elementos espirituales y científicos, y realiza una curiosa mezcla entre el cristianismo y el budismo. Mientras que la descripción del viaje, que empieza en la constelación de la Cruz del Norte y termina en la de la Cruz del Sur, así como la de algunos personajes son claramente cristianas, el concepto de cruzar la Vía Láctea para alcanzar el paraíso es una analogía del río Sanzu, que separa este mundo del más allá, según la doctrina budista. También la ‘Columna de los Deseos’, una columna atravesada por un anillo de hierro giratorio, existía antaño como un instrumento de plegaria budista.
Giovanni, un niño pobre y solitario, quiere marcharse muy lejos de su pueblo. De repente, se encuentra viajando por el espacio en un extraño tren que conduce al más allá a los espíritus de los muertos y donde viaja también su amigo Campanella; pero no sabe que es el único viajero con billete de vuelta, que le permitirá regresar al mundo de los vivos. Su ansiedad por disfrutar de la amistad con Campanella y su evolución hasta superar el egoísmo y desear ‘la felicidad para todos’, incluso a costa del autosacrificio, constituyen el ritmo del relato.
Miyazawa se inspiró en el campo de su tierra natal para los paisajes de este relato, mientras que para la Fiesta de las estrellas lo hizo en la tradicional celebración de Tanabata, que tiene lugar en Japón durante el mes de julio.
Y ahora disfrutemos de las maravillosas descripciones que Kenji Miyazawa nos brida, acompañados por una tibia taza de té, en el Capítulo 5 de El Tren nocturno de la Vía Láctea:
LA COLUMNA DE LOS DESEOS
“Detrás de la granja, la pendiente de la colina se suavizaba. Sobre la oscura y llana cima se veía la Osa Mayor, borrosa y más baja que de costumbre, en el cielo del norte.
Giovanni fue subiendo por el pequeño camino del bosque cubierto ya de rocío que, abriéndose paso en medio de las negras hierbas y los arbustos de distintas formas, resplandecía como una línea blanca a la luz de las estrellas. Entre el herbaje, unos insectos mostraban su brillo azulado y algunas hojas se veían de un verde translúcido. Le recordaron los farolillos que antes habían llevado sus compañeros al río.
Tras cruzar el oscuro bosque de pinos y robles, apareció el cielo abierto y en él, la Vía Láctea, que se extendía blanquecina de sur a norte. En la cima de la colina se alzaba la Columna de los Deseos, rodeada de campanillas y crisantemos silvestres que exhalaban su perfume como en un sueño. Un pájaro pasó cantando. Giovanni subió hasta la cima y echó su cuerpo cansado sobre la hierba fresca al pie de la columna.
Las luces del pueblo, allá abajo, en medio de la oscuridad, parecían las de un palacio en el fondo del mar. De vez en cuando se escuchaban débilmente las canciones, silbidos y risas de los niños. La hierba de la colina se balanceaba suavemente bajo el viento que soplaba desde algún lugar lejano. Giovanni, con la camisa empapada de sudor, comenzó a sentir fresco.
El sonido de un tren llegó desde la llanura. Se veía la hilera de ventanillas, pequeñas y rojizas, a través de las cuales muchos viajeros pelaban manzanas y conversaban animadamente. Intentando imaginar lo que estaría haciendo aquella gente, se sintió de nuevo invadido por la tristeza y levantó la vista al cielo. Por mucho que mirase, no podía creer que aquello fuera un lugar desierto y frío, como lo había descrito el maestro. Al contrario, cuanto más miraba, más se asemejaba al campo, con sus pequeños bosques, sus granjas…
Ante sus ojos, la azulada estrella Vega parecía dividirse en tres o cuatro puntos brillantes, sus brazos parecían extenderse y encogerse, adoptando la forma alargada de hongo. Incluso el pueblo empezó a tomar el aspecto de un borroso grupo de estrellas o de una gran nube de humo.