No hay nada como iniciar una reforma en el hogar para poner a prueba el frágil equilibrio emocional de un ser humano. Es uno de esos momentos en los cuales descubrimos, con la intensidad de una revelación, cuánto apreciamos la rutina. Nuestro cerebro es adicto a la estabilidad y el orden. Aún la más desmesurada, extraña almorzar como corresponde. Porque si algo puedo aseverar después de reciclar tres cocinas es que existe un menú de reformas, compuesto generalmente por comida poco saludable, que se calienta en el microondas, se come con la mano y se mastica mientras deambulamos obsesas por la idea de una silla que no tenga polvo.
Si se tiene una casa grande para convivir con el desorden, todo el proceso parece más sencillo. Porque estadísticamente es más probable encontrar una superficie limpia para sentarse cuando sobran metros cuadrados. Pero cuando tu casa tiene escasos 70 metros y es, esencialmente, una superficie integrada, no existe el reposo del guerrero. Entonces, empiezo a pensar en soluciones místicas: el refugio está en mi interior, me voy a mi "happy place", encuentro mi isla... Y en el preciso momento en el cual me imagino el sonido de la cascada cayendo sobre los bosques primaverales, la realidad llega en forma de espesas gotas de pintura que me recuerdan que olvidé enmascarar los zócalos y voy a necesitar tres días y una espalda nueva para sacarles las manchas. Primer consejo para las que quieren sobrevivir estoicas a la renovación del hogar: Cubran todo. Enmascaren al perro si es necesario.
Y si cuando terminaron de cubrir las superficies con un derivado del polietileno, descubren que el amor de su vida obvió cada esfuerzo, destapó todo descuidadamente en busca del cargador de la laptop y se tiró plácidamente en el sofá a leer las noticias, entonces tienen dos opciones: respiran profundo repitiendo un mantra budista o explotan en un grito desesperado mientras le tiran lo primero que encuentren. Personalmente prefiero el mantra. No porque mi espíritu esté alineado con el universo sino porque ensucia menos que destrozarle la cabeza con un candelabro de hierro. Segundo consejo para la salud emocional: consideren una "zona neutral" para maridos intelectuales, niños curiosos y mascotas irrespetuosas.
Por último, tengan presente el más importante de los tres consejos: ignorando todas las convenciones sociales, pasando del buen gusto y el respeto ciudadano, me arman un kinder en el jardín delantero. O una merienda con amigas. Una alfombra, muchos juguetes desparramados, cuatro mujeres conversando a la vez y los niños de la familia... No hay nada como los afectos para recordar lo que es verdaderamente importante.
Ahora que lo pienso, no quisiera que te vayas de este profundo espacio reflexivo con una idea equivocada. Jamás le tiraría un candelabro de hierro sólido por la cabeza a mi no-marido. Me gusta demasiado...el candelabro. ¡Feliz comienzo de semana! Y no te olvides, te espero el miércoles para que veamos juntas qué es esto de escribir un blog y si es posible hacerlo con estilo propio.