—Amenaza tormenta —se decidió por fin Iván.
Thais y Mariano movieron afirmativamente la cabeza. Will puso cara de no entender demasiado bien la expresión usada por Iván. Tras ese instante todos volvieron a su mutismo sin saber muy bien adónde mirar.
—Ya hemos pasado alguna otra tormenta, no creo que sea peor que la de Valencia, Iván lo hará muy bien.
El barco se movía cada vez más y nadie continuaba.
—Este catamarán es más grande que el Fixius, no hay nada que temer, lo sujetaremos todo bien y antes de que nos hayamos dado cuenta habrá pasado.
—Tenemos un problema —se decidió al fin Laura.
—Aparte de la tormenta supongo ¿Y bien?
—Ven —Iván me cogió del brazo y me indicó que le siguiese.
Me llevó hasta el palo mayor del catamarán.
—Ese es el palo mayor del velero.
Los enganches que sujetaban la vela, ahora recogida sonaban con el movimiento de las olas.
—¿Me vas a dar una lección sobre navegación?
El rubor subió a las mejillas del chico.
—No, no, claro que no, mira esto —me hizo una seña para que me acercase. Descubrió unas lonas que protegían los tornillos de sujeción del palo al armazón del barco— el mástil no resistirá la tormenta.
Observé lo que me indicaba el chico sin entender muy bien lo que trataba de decirme.
—Alguien ha saboteado el palo —me señaló ahora un lugar concreto y ya vi a que se refería.
—¿Quién lo ha hecho?
—Probablemente los mismos que abandonaron a Claude, puede que incluso lo hiciese ella misma —intervino Shania— no querían, que si alguien lograba sacar el catamarán de su hangar, lograra llegar muy lejos.
—Bueno, podemos navegar hasta la costa con el motor, nos costará pero…
—Apenas hay combustible, lo habían vaciado—Iván habló casi con miedo.
—¿Quién? ¿Cuándo? —Fui mirando a los ojos a todos y cada uno de los presentes.
—Ya estaba así cuando partimos.
—Y no dijiste nada —increpé.
—Es un catamarán, básicamente un velero, no necesita más combustible que el viento. Pensé que no lo necesitaríamos, queda lo justo para maniobrar en la entrada a puerto pero no para alcanzar la costa.
Permanecí en silencio un momento, tratando de ordenar mis pensamientos. El barco cada vez se balanceaba más y el mástil crujía con cada movimiento; decididamente prefería tierra firme, allí todo era más sencillo.
—Resume entonces cual es nuestra situación —pedí a Iván.
—El palo no resistirá el temporal, se partirá y esperemos que no destroce nada en su caída. Después estaremos a la deriva en mar abierto.
—¿No estábamos ya cerca de la costa española? —Pregunté.
—En un día, con la velocidad que llevábamos deberíamos haber avistado Gibraltar pero ahora…
Sentía un creciente cabreo en mi interior. Esta gente nunca sería una unidad militar por mucho que yo intentase adiestrarlos. No teníamos combustible y el chico no dijo nada. Por otro lado era lógico, solo se trataba de personas, en el caso de varios de ellos casi niños que intentaban sobrevivir como podían. Tenía que ser más cuidadoso, más responsable, al fin y al cabo se suponía que yo estaba al frente, eran mi responsabilidad aunque yo no la hubiera solicitado, aunque ni siquiera me gustara. Al menos hasta que arribásemos a tierra, en ese momento cada uno seguiría su camino.
Al salir de mi abstracción todos continuaban plantados a mi alrededor, esperando.
—¿Podemos desmontar el palo? —Iván negó con la cabeza.
—Vale, sujetaremos bien todas las cosas. Todo el mundo se encerrará en sus camarotes, solo Iván y yo permaneceremos en cubierta —una duda me asaltó— ¿Los botes y los salvavidas reglamentarios están o también los han saboteado?
—No, los salvavidas están todos, nos sobran y hay dos botes auto inflables que deberían funcionar —respondió Iván.
—Vale, pues ya sabéis lo que tenéis que hacer ¡Ah! Y que cada uno se coloque un salvavidas.
Shania se acercó a mí mientras los demás se dispersaban caminando ya con dificultad por la cubierta del barco.
—El mar nunca te gustó demasiado, ni siquiera para pasar un romántico fin de semana.
—Me gusta nadar.
Tomé el salvavidas que me acercó Iván, Shania cogió el otro. Hasta el momento de colocarse el chaleco en medio de una creciente tormenta lo convertía en un instante de provocativa lujuria.
—Ve a tu camarote con el resto.
La tormenta había sido menos dura de lo que nos esperábamos, aún así, el único que no había vaciado todo su estómago era Iván, yo había visitado la borda en varias ocasiones y los demás lo habían echado donde habían podido.
El palo, efectivamente, había caído; por suerte no había dañado ninguna parte del barco. Tan solo algunos desperfectos ocasionados por objetos al precipitarse al suelo a causa del oleaje.
Tanto Iván como yo estábamos agotados, después de varias horas luchando contra las olas me encontraba desfallecido y con el estómago hecho unos zorros. Tras comprobar que todo el mundo estaba ileso me tumbé en la cama aunque no logré que todo el barco dejase de dar vueltas.
—Jose, Jose, despierta, tienes que ver esto.
Al abrir los ojos el techo del camarote todavía giraba lentamente en torno a mi cerebro.
—Pero…cuánto tiempo…
—Solo has dormido dos horas pero tienes que venir —interrumpió Laura.
—Joder.
Me incorporé sujetando mi cabeza con las dos manos por las sienes en un intento de que todo quedase definitivamente quieto a mi alrededor. Al salir a cubierta el sol estaba poniéndose, la vista era preciosa.
—Muy bonito el sol —bajé las manos por fin un poco molesto por haber sido despertado.
—Por ahí no, mira allí —Iván me giró ciento ochenta grados.
—Vamos no me jodas. No puede ser.
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