Las bicicletas son para el verano

Julio y Giulia continuaban avanzando. Desde su encuentro con la anciana y tras comprobar que ni la verja más sólida impedía que esos seres se colasen antes o después, no habían vuelto a intentar esconderse en ningún lugar cerrado. Caminaban por el día y descansaban al anochecer. Julio había ideado un rudimentario sistema de alarma. Primero buscaba un lugar relativamente protegido para acampar, preferiblemente rodeado de árboles. Con una cuerda de la que colgaban varias latas de refresco que había ido recogiendo por el camino, formaba una cadena de protección que sonaba si algo la rozaba, a veces incluso el mismo viento nocturno hacía que tintineasen. Era una seguridad engañosa y era consciente de ello, aunque no lo compartiese con su hija. En caso de un ataque por varios seres al mismo tiempo apenas dispondrían de unos pocos segundos para huir. En cualquier caso, como no podía continuar sin dormir, cada noche se dejaba vencer por el sueño tres o cuatro horas. Despertaba cuando su cuerpo parecía tener suficiente o en el momento en que las latas sonaban.

Aunque Giulia había vuelto a intentar convencer a su padre para continuar por la carretera, o incluso coger alguno de los coches abandonados en el asfalto, él no había cedido. Sabía que el ruido siempre terminaba por atraer a los zombis y no quería tener que volver a enfrentarse a ninguno de ellos.

Alcanzaron una zona arbolada. Parecía segura, permitía tener una relativa visibilidad a la distancia suficiente para poder escapar sin problemas. Se apartaron del camino paralelo a la A-231 por el que avanzaban y se dispusieron a descansar un rato. Mientras Giulia se sacaba la zapatilla y se quitaba el calcetín, Julio desplegaba el maltrecho mapa. Habían recorrido unos ciento cuarenta kilómetros. Llevaban siete días caminando. Las provisiones se les agotaban más deprisa de lo previsto. Levantó la vista para mirar a su hija y ella se giró con rapidez y se apresuró a calzarse de nuevo. Julio se levantó y se le acercó.

—¿Qué ocurre? Déjame ver tu pie.

—No pasa nada papa, estoy bien —al incorporarse no pudo evitar un gesto de dolor cuando posó la planta en el suelo.

Julio la obligó a descalzarse y mostrarle los pies. Los llevaba plagados de ampollas.

—¿Por qué no me has dicho nada? Habríamos —no supo como continuar— iremos más despacio a partir de ahora.

Descansaron en la tranquilidad de la arboleda un par de horas. Julio sabía que deberían tratar de conseguir un vehículo pero le aterraba la posibilidad de verse atrapado dentro de un coche por decenas de zombis, la idea únicamente ya lo paralizaba.

Reemprendieron la marcha uno al lado del otro. Julio decidió llevar las dos mochilas, así Giulia cargaría menos peso sobre los pies. A la media hora de avanzar arrastrando las zapatillas por el camino de tierra paralelo a la carretera los dos se detuvieron a la vez. Sus corazones se aceleraron en cuestión de segundos. Giulia se escabulló hasta situarse detrás de su padre mientras este miraba en todas direcciones esperando ver aparecer a los zombis en manada. Pero eso no ocurrió. Tras asegurarse que continuaban solos, sus pulsaciones se fueron reduciendo.

Al frente, en la siguiente curva, empotrado contra un grueso pino un Jeep Cherokee descansaba definitivamente con la rueda trasera izquierda levantada. El impacto debía haber sido brutal.

—Espera aquí. Iré a ver si

Como no se movía, Giulia se acercó a su padre y le cogió la mano.

—Iremos los dos.

Juntos redujeron la distancia que los separaba del coche. Ya estaban a la altura de la puerta del conductor. Sin pensarlo muy bien echó mano para abrirla y al apretar el cierre un gruñido lastimero escapó del interior. El sonido asustó a Julio que intentó retroceder sin éxito para terminar cayendo y arrastrando en su caída a Giulia. Los dos se levantaron de inmediato esperando ver aparecer a la cosa que continuaba gruñendo. Julio se apretó el pecho, el corazón volvía a irle a cien.

—¿Por qué no viene? —Giulia intentaba ver algo por encima del hombro de su padre.

—Espera aquí.

Su hija lo siguió de cerca. Al rodear el coche y situarse al costado del árbol, a través de la luna astillada comprobaron la razón de la inmovilidad del zombi. La mujer, era una mujer quien iba al volante, permanecía asegurada con el cinturón. Julio obligó a su hija a permanecer junto al árbol y se imprimió valor para abrir la puerta de nuevo. La mujer lanzó lentamente sus brazos hacia él, como a cámara lenta. Sus intestinos, y todo lo que debería albergar su cavidad abdominal, habían desaparecido. Se le podía ver perfectamente la columna vertebral y las costillas desde el interior. Julio tuvo que girarse para evitar vomitar sobre el cadáver en descomposición que persistía en su intención de alcanzarlo. Cuando se limpió la boca su hija le señalaba algo.

—¿Sería su hijo?

En el asiento del copiloto, un niño de unos siete u ocho años yacía muerto en avanzado estado de descomposición.

—No parece un zombi —Giulia observaba alejada de los brazos de la mujer.

—Debió morir a causa del accidente, tiene el cráneo deformado.

Nada más terminar la frase Julio se percató de que continuaban junto a un zombi retenido tan solo por un cinturón de seguridad. Cerró de un portazo y apartó a su hija.

—Será mejor que nos marchemos.

—Papá, podríamos cogerlas.

Giulia señalaba las dos bicicletas de montaña que continuaban, milagrosamente, sujetas en la baca del coche.

—Puede que lleven algo en el maletero que podamos necesitar —Giulia bajó la cabeza avergonzada por el hecho de estar sugiriendo que robasen a un par de muertos— ya no lo van a necesitar ¿No?

Su padre le levantó la cara empujando con ternura de su barbilla.

—Sí cariño, podemos coger las bicis, seguro que no les importara. También miraremos qué llevan en el maletero.

El simple hecho de pedalear sobre la bicicleta parecía conferir a su existencia un nuevo punto de vista. Les había ocurrido algo bueno después del encuentro con la anciana, eso tenía mucha importancia. Además se habían enfrentado a otro zombi y habían salido airosos. Eso también resultaba importante. Julio observó de reojo a su hija, parecía distraída, relajada, como si ambos estuviesen disfrutando de un refrescante paseo en bici por el monte. Esa última idea hizo que sus sentidos se disparasen. Habían avanzado más en el par de horas que llevaban sobre las bicis que casi todo el día anterior y en verdad se habían relajado, habían bajado la guardia. Sabía que eso podía ser imprescindible para Giulia pero era algo que él no debía permitirse. Tenía que permanecer alerta. Solo necesitó recordar el interior vacío de la dueña de las bicicletas en las que ahora iban montados para convencerse de ello.

—Giulia espera.

Julio se salió del camino y apoyó la bici en un enorme tronco de pino. Su hija llegó hasta él y posó los dos pies en el suelo pero sin dejar la bicicleta.

—Descansaremos un rato.

La chica accedió, soltó por fin la bici y se sentó a la sombra del árbol.

—¿Qué hora es?

—Las siete menos cuarto. Debemos ir buscando un lugar para pasar la noche. Espera aquí un momento.

Julio subió el desnivel que lo separaba de la carretera. Había visto la parte de atrás de una señal de tráfico. Era grande, eso quería decir que indicaba una población importante. Creía saber más o menos donde se encontraban pero no estaba de más asegurarse.

Antes de pasar al otro lado del quitamiedos volvió a comprobar que su hija estaba bien. Ahora se encontraba más alto y podía divisar una extensión algo mayor aunque las ramas de los árboles no ayudaban.

La carretera se encontraba desierta. Sólo a lo lejos, en la dirección que llevaban, se adivinaba un vehículo parado. Corrió atrás a ver la indicación que figuraba en la señal.

OSORNO

La siguiente salida era la de Osorno, la nacional 120 llevaba a esa localidad. Julio se sintió decepcionado, pensaba que estaban mucho más adelante. Abrió el mapa y se fijó en la nueva ubicación. Habían recorrido poco más de cien kilómetros. Se sentó en el quitamiedos mientras destapaba un bote de zumo.

PAPAAA

El grito hizo que la botella escapase de su mano y el líquido vertido empapase su pantalón. Era Giulia, desanduvo sus pasos corriendo. Se la encontró subida al pino. Rodeando el tronco, una docena de zombis intentaban, alzando los brazos sin descanso, atraparla. Se le heló la sangre ¿De dónde habían salido? Un momento antes había observado alrededor y no había descubierto a ninguno. Igual que él podía ver a su hija, Giulia podía verlo a él.

—Papá, papá, aparecieron de repente, ayúdame.

Julio evaluaba la situación. No podía enfrentarse a todos los zombis al mismo tiempo, tampoco tenía claro que hubiese podido enfrentarse a uno solo. Necesitaba ayuda.

—Giulia, no grites, llamarás la atención de más de ellos. En el árbol estarás segura, no pueden alcanzarte. No te muevas, iré a buscar ayuda, estamos cerca de Osorno, ahí habrá alguien que nos pueda ayudar, pero por Dios, no sigas gritando.

Su hija se calló, se agarró con más fuerza aún a las ramas e intentó tranquilizarse. Luego le hizo un gesto con la cabeza a su padre.

Julio avanzaba por la carretera todo lo rápido que daban sus piernas. Cada poco tenía que limpiarse los ojos de las lágrimas que los inundaban. La idea de dejar el avión había sido suya, su hija no quería, y ahora Giulia se encontraba rodeada de zombis. Se maldijo una vez más y aumentó el ritmo. Pronto anochecería. Eso lo complicaría todo. Llegó hasta el coche que había divisado antes, estaba pegado al quitamiedos. Paró y aprovechó para tomar aire mientras inspeccionaba el vehículo. Entró en el Ibiza. Las llaves estaban puestas en el contacto. Las asió y rogó para que el coche arrancase. El motor de arranque gimió hasta que dejó de girar la llave. Golpeó el volante y volvió a intentarlo. A la tercera el coche rugió. Metió primera y aceleró derrapando. Valoró la posibilidad de regresar e intentar atropellar a los zombis con el coche pero no tuvo claro que lo lograse, era un vehículo pequeño y el árbol en el que se encontraba subida su hija estaba rodeado por otros, maniobrar resultaría complicado y peligroso. Desechó la idea y se concentró en la carretera. El coche devoraba el asfalto. Las construcciones iban creciendo según se aproximaba a ellas. Frenó a la entrada del pueblo. No sabía adónde dirigirse. En las calles se apreciaba el abandono y la destrucción. Casas incendiadas, coches accidentados empotrados contra muros, cadáveres descompuestos por las calles, basura, papeles revoloteando. Detuvo el coche del todo, estaba hiperventilando. En condiciones normales se habría dirigido al Cuertel de la Guardia Civil, o a una Comisaría de Policía ¡Coño! Cualquiera le habría podido ayudar. Pero la situación era de todo menos normal. Nada tenía de normal el hecho de que a su hija la asediasen varios cadáveres en descomposición que se movían empujados por alguna fuerza demoniaca. Al levantar la cabeza descubrió una señal inclinada por algún golpe en la que se podía ver un dibujo y la palabra Iglesia. Sin saber muy bien el motivo aceleró de nuevo y tomó esa dirección.

El avance por la carretera era complicado, de vez en cuando debía subirse a la acera para continuar, toda vez que el asfalto se encontrada obstruido por vehículos volcados y calcinados. Al terminar la Calle Conde Garay desembocó en la Plaza de la Iglesia. Frenó hasta detener por completo el coche y las lágrimas volvieron a inundar sus enrojecidos ojos. La iglesia de origen románico estaba completamente quemada, parte de los muros carbonizados habían cedido dejando ver el interior abarrotado de piedras y cascotes ennegrecidos. Años de historia reducidos a cenizas.

Julio apoyó su frente sobre el volante y se dejó llevar. Por alguna extraña razón había pensado que en la iglesia alguien le ayudaría, Dios ayudaba a los hombres. Pero no quedaba nada de la iglesia en pie y probablemente Dios ya no se atreviese a acercarse al planeta muerto que era ahora la Tierra.

Los golpes en los cristales le hicieron levantar la cabeza, dos zombis golpeaban con las palmas abiertas sobre las ventanas del Ibiza. Ni siquiera utilizaban los puños para hacer más fuerza.

—Así —Julio la emprendió a puñetazos con los cristales desde dentro— con los puños malditos inútiles. No sois capaces de hilvanar dos pensamientos y habéis acabado con toda la Humanidad.

Pronto el coche estuvo rodeado por completo de zombis enfurecidos. Julio no podía ver nada a través de las ventanas. Era el fin, había fallado a su hija.

—¡MALDITOOOOS!

Aceleró a tope. Sin sujetar el volante cerró los ojos y se recostó hacia atrás. El coche avanzó varios centenares de metros hasta que se detuvo al chocar con algo. La frente de Julio impactó contra el airbag oculto en el volante. Un polvillo blanco invadió el interior del vehículo dificultándole la respiración. El motor se caló. Julio abrió por fin los ojos y contempló el muro derruido de la Iglesia contra el que había impactado. Los cristales repletos de sangre y restos humanos hacían la visión aún más espeluznante.

Salió del Ibiza y se volvió. Los zombis sorteaban los cuerpos caídos atropellados a su paso. Sangre y restos impregnaban todo el asfalto, tiñendo el suelo de rojo, rojo, rojo, entonces lo vio, rojo. Apartó de un empujón a una zombi que ya le llegaba a tocar y corrió hacia el camión de bomberos estacionado en una de las esquinas de la plaza. Aparecía majestuoso, como si de un momento a otro su dotación fuera a aparecer para continuar su labor.

Lo rodeó comprobando al pasar el volumen de agua que le quedaba en los tanques. Estaban llenos, no habían llegado a soltar ni una gota de agua. Corrió a la cabina y subió de un salto. Como esperaba, las llaves continuaban en el contacto. Las giró y el potente motor rugió a la primera.

Los zombis ya rodeaban el camión, golpeaban con las palmas de las manos sobre la carrocería, sobre las ruedas.

—Con los puños idiotas, hay que golpear con los puños.

Nada más acabar la frase puso primera y el camión saltó adelante derribando zombis, quebrando huesos, reventando cuerpos. Continuó dejando atrás las huellas de las ruedas esculpidas en sangre y carne sobre el asfalto.

En el momento en que su mirada se había cruzado con el camión de bomberos una idea se había ido desarrollando. En el aeropuerto había asistido a varios cursillos contraincendios. Sabía a la perfección manejar un camión como ese. Era justo lo que necesitaba. Solo deseó que su hija continuara a salvo.

Antes de dejar la N-120 y coger la A-231 se desvió hasta tomar el camino de tierra que llevaba hasta Giulia. El sol casi se había puesto, redujo un poco la marcha y encendió los faros, aún se veía lo suficiente. Los apagó de nuevo, no quería llamar la atención más de lo necesario. No tardó en alcanzar la arboleda donde se separó de su hija. Al momento vio los zombis rodeando el árbol y a ésta agarrada a la misma rama en que la dejó. El vehículo no podía maniobrar entre los árboles y, de todas formas, esa no era su idea. Detuvo el camión sin parar el motor y se encaramó en la parte de atrás. Mientras preparaba la manguera, los zombis que rodeaban el árbol se habían dirigido hacia él. Ese era el plan.

Esquivando las manos muertas que intentaban agarrarlo, accionó la bomba de agua y un potente chorro estuvo a punto de hacerle caer. Se sujetó con fuerza y le dio potencia a la manguera. Dirigir el agua hacia los zombis resultó hasta divertido, era como un videojuego. Él les golpeaba con el chorro y los cuerpos sin energía caían empujados por la fuerza del caudal. Tras divertirse unos momentos se concentró en dirigir el agua de golpe sobre los cráneos de los zombis, eso hacía que los débiles cuellos se partiesen sin dificultad y sus cuerpos cayesen inertes. Resultaba aterrador comprobar cómo las cabezas, sin daños, continuaban dando muestras de vida. Abrían y cerraban la boca, pestañeaban, era horrible.

Cuando no quedó ningún zombi que pudiese levantarse, Julio cerró el agua y corrió al árbol donde seguía encaramada Giulia.

—Baja cariño, ya está, ya está, no quedan zombis vivos, baja.

La pequeña se fundió en un abrazo con su padre. Tras disfrutar de unos instantes en los que sentirse el uno al otro, corrieron a la cabina del camión. El estrépito formado había hecho que otros zombis ya acudiesen hacia allí. Julio dio la vuelta lentamente y continuó con las luces apagadas hasta una zona que le pareció apropiada para detenerse. Apagó el motor y permaneció en silencio, observando a su hija. La pequeña parecía más tranquila que en ocasiones anteriores.

—Si te hubiese perdido yo.

—Ya papá, pero todo ha salido bien ¿Dónde encontraste el camión de bomberos?

Tras contarle los detalles de su periplo hasta regresar al arbolado, decidieron pasar la noche en el interior del camión. Ambos estaban mental y físicamente agotados. Dormir de un tirón sin tener que preocuparse por los zombis era algo que necesitaban imperiosamente.

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