Un viaje en catamarán por aguas internacionales
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
A los Arribes, esa sucesión de cañones fluviales que taja la Península entre España y Portugal a lo largo de más de 200 kilómetros, solo hay dos formas de acercarse: desde arriba o desde abajo. Lo demás, lo que queda en medio, son, en su mayoría, abruptas laderas con desniveles tan tremendos que producen sudores con solo mirarlos.
Para verlos desde arriba basta ir buscando el reguero de miradores que se atreven a asomarse todo a lo largo de su trayecto. Desde todos los pueblos que se descubren en sus orillas parten senderos que llevan hasta alguna peña con vistas, un mirador o un balcón natural desde el que compartir con el vuelo de los buitres la panorámica de un Duero encajonado entre gigantescas paredes de granito.
Pero para tener una perspectiva completamente diferente de este paisaje tan lleno de vértigos no hay nada mejor que buscarles el fondo y echar un rato navegando sus apacibles aguas.
Hay varias formas de hacerlo -piraguas, barcos- y es posible en distintos puntos. Una de ellas es a bordo del catamarán “Corazón de las Arribes” que recorre los 11 kilómetros que median entre la playa del Rostro, cerca de Aldeadávila de la Ribera, y la presa de la central hidroeléctrica de Aldeadávila, en la provincia de Salamanca.
Y la experiencia es como dar la vuelta a un calcetín. Ver la otra cara de la Luna. La parte de atrás del tapiz. Porque la hora y media que dura el viaje es también la mejor forma de acercarse a unas Arribes -femeninas en la provincia de Salamanca- que guardan, para el forastero, muchos más secretos de los que se intuyen en un rápido vistazo desde los miradores.
Y es que tan interesante como contemplar esos paredones ya vistos, ahora de abajo arriba, es ir escuchando las explicaciones que desgranan sus pliegues más íntimos y sus razones. Descubrir que el barco flota sobre una profundidad de 60 metros en algunos puntos; que en este trayecto se localizan los mayores desniveles de todas las Arribes, con cortados que alcanzan los 400 metros ya cerca de la presa; o que la potencia de la central hidroeléctrica de Aldeadávila es tanta como la de una central nuclear.
Por supuesto, es una oportunidad única para conocer, de la mano de la guía que va documentando el viaje, las singularidades ecológicas y medioambientales de todo este espacio natural, declarado en 2015 Reserva de la Biosfera Transfronteriza Meseta Ibérica. Entre ellas están, por ejemplo, ver de cerca la gran diferencia que existe entre las especies vegetales que prosperan en la orilla española, orientada al norte y con abundancia de árboles frondosos de hoja caduca y corte atlántico, y la orilla portuguesa, orientada al sur y por ello propicia a una vegetación mediterránea con predominio de olivos y encinas.
El catamarán, con sitio para 100 pasajeros y que navega por aguas internacionales, se acerca tanto en algunos puntos a las paredes como para descubrir a simple vista los nidos de algún águila real, el paradero de alguna cigüeña negra o el posadero de algún buitre pero también para que sea más fácil entrever por dónde corrían los viejos caminos de cabreros. Ahora ya se jubiló el último, nos cuentan, pero en un tiempo no tan remoto familias enteras vivían enclaustradas en chozas primitivas -sin agua, ni luz, por supuesto- pendientes de un rebaño de 100 cabras al que vigilaban día y noche. Nos dicen que estas laderas abruptas, repletas de peñascos y caídas al vacío, eran el hábitat natural de las cabras porque el resto, por imposible que parezca ahora, era terreno cultivable. Todo en estas laderas, en las que parece imposible tenerse en pie, tiene dueño, recalcan. “Aunque ahora los miréis y solo veáis peñascos y maleza, pertenece a alguien”, insisten.
Y aquí y allí, en lugares impensables, se descubren minúsculos muros levantados con piedras de granito. Una galaxia de diminutas terrazas que más que sujetar un olivo o dejar hueco a un par de viñas de lo que nos hablan es de los heroicos esfuerzos que tuvieron que hacer aquí hombres y mujeres, no hace tanto, para sacar adelante sus vidas. A muchas de esas terrazas, sin caminos ni accesos, se llegaba trepando entre los peñascos con una habilidad tal vez aprendida de las mismas cabras.
Mucho de lo escuchado durante el viaje se revela aún más increíble si al iniciar el regreso ya en coche hacia Aldeadávila hacemos un pequeño alto al pasar junto a la Majada del Rostro, una de esas viviendas de cabreros arribeños habitada entre 1950 y 1953. Reconstruida ahora tal como estuvo en uso, enmarca a la perfección la austeridad de unos habitáculos tan primitivos que carecían absolutamente de todo. Con el suelo de tierra, sin ventanas, ni habitaciones, ni siquiera chimenea, el edificio destinado a vivienda no presenta ninguna diferencia con el de una pequeña cuadra para el ganado. De hecho, este espacio común, en el que convivía toda la familia, solo se dividía cuando al llegar la noche los padres separaban su espacio para dormir tendiendo una cuerda en un rincón con colgaduras de tela. La cama, un jergón de pajas en el suelo. Y el humo del hogar, a escapar como podía por un techo que solía ser de cubierta vegetal.
A esta majada, convertida en un pequeño homenaje que guarde la memoria de una forma de vida tan dura, se accede desde una de las primeras curvas que en el ascenso desde el embarcadero hacia Aldeadávila aparece señalizada como aparcamiento para autobuses.
CONSEJOS Y DATOS PRÁCTICOS
MÁS INFO: CRUCEROS “CORAZÓN DE LAS ARRIBES”
El catamarán “Corazón Arribes del Duero” tiene su embarcadero en la playa del Rostro, a la que se llega por una pista señalizada y encementada desde la localidad de Aldeadávila de la Ribera.
Conviene estar al menos un cuarto de hora antes de la salida del barco.
Entre la ida y la vuelta hasta la presa de Aldeadávila el barco recorre un total de 22 kilómetros que se realizan en una hora y media.
El embarcadero solo cuenta con un par de aseos pero no existe ningún lugar en el que se pueda comprar bebida o comida, algo que conviene tener muy en cuenta.
Como también conviene saber, sobre todo si viajamos durante los meses de verano, que en el fondo de los cañones acostumbra a concentrarse el calor de una manera especial, pudiendo registrarse cuatro o cinco grados más que en la parte superior de las Arribes.
Dado que el catamarán tiene la cubierta transparente, es imprescindible llevar gorra y protección solar. En tiempo fresco, también ropa de abrigo.
Puede completarse el trayecto en barco con un paseo por el sendero que desde el embarcadero corre por la orilla izquierda del río. En su inicio, muy bien sombreado, cuenta con algunas mesas y sitios para sentarse a comer. Si se cuenta con calzado de montaña, es recomendable continuar el sendero una media hora hasta alcanzar los restos de una vieja caseta fronteriza.
Un buen momento para realizar el viaje puede ser el otoño, en el que el calor ya no es tan intenso, y la vegetación de hoja caduca que tapiza la orilla izquierda del río ofrece un bello colorido.
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Source: Siempre de paso