Norma Alasia
En casa admiramos y respetamos a Jorge Luis Borges.
Mi marido tuvo la suerte de que el Maestro visitara su escuela cuando él estaba cursando la Primaria (Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas N° 2 Mariano Acosta, de Buenos Aires); ¡cómo lo envidio! A mi hija, que frecuenta la Escuela Superior Artística “Olivieri” en la ciudad de Brescia, Italia, uno de sus profesores le recomendó que leyera a Borges (me sentí orgullosa, por supuesto). Y en cuanto a mí, comencé a leerlo porque mi tío Oscar me prestó “El Inmortal”, a quien voy a estar agradecida por siempre.
El 14 de Junio de 1986 murió en Ginebra a los 87 años, el escritor argentino Jorge Luis Borges.
Su biografía se puede encontrar fácilmente por lo que no consideramos necesario exponer en este blog sus datos biográficos. Nosotros decidimos homenajearlo recordando sus pensamientos y sus palabras, que lo distinguen por sobre los demás.
1941
Borges y el cine
“Citizen Kane (cuyo nombre en la República Argentina es El Ciudadano) tiene por lo menos dos argumentos. El primero, de una imbecilidad casi banal, quiere sobornar el aplauso de los muy distraídos. Es formulable así: un vano millonario acumula estatuas, huertos, palacios, piletas de natación, diamantes, vehículos, bibliotecas, hombres y mujeres; a semejanza de un coleccionista anterior (cuyas observaciones es tradicional atribuir al Espíritu Santo) descubre que esas misceláneas y plétoras son vanidad de vanidades y todo vanidad, en el instante de la muerte, anhela un solo objeto del universo ¡un trineo debidamente pobre con el que en su niñez ha jugado!
El segundo es muy superior. Une al recuerdo de Koheleth el de otro nihilista: Franz Kafka. El tema (a la vez metafísico y policial, a la vez psicológico y alegórico) es la investigación del alma secreta de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto. El procedimiento es el de Joseph Conrad en Chance (1914) y el del hermoso filme The Power and the Glory: la rapsodia de escenas heterogéneas, sin orden cronológico. Abrumadora e infinitamente, Orson Welles exhibe fragmentos de la vida del hombre Charles Foster Kane y nos invita a combinarlos y a reconstruirlo.
Las formas de la multiplicidad, de la inconexión, abundan en el film: las primeras escenas registran los tesoros acumulados por Foster Kane; en una de las últimas, una pobre mujer lujosa y doliente juega en el suelo de un palacio que es también un museo, con un rompecabezas enorme. Al final comprendemos que los fragmentos no están regidos por una secreta unidad: el aborrecido Charles Foster Kane es un simulacro, un caos de apariencias (corolario posible, ya previsto por David Hume, por Ernst Mach y por nuestro Macedonio Fernández: ningún hombre sabe quién es, ningún hombre es alguien). En uno de los cuentos de Chesterton – The Head of Caesar, creo -, el héroe observa que nada es tan aterrador como un laberinto sin centro. Este film es exactamente ese laberinto.
Todos sabemos que una fiesta, un palacio, una gran empresa, un almuerzo de escritores o periodistas, un ambiente cordial de franca y espontánea camaradería, son esencialmente horrorosos; Citizen Kane es el primer film que los muestra con alguna conciencia de esa verdad.
La ejecución es digna, en general, del vasto argumento. Hay fotografías de admirable profundidad, fotografías cuyos últimos planos (como las telas de los prerrafaelistas) no son menos precisos y puntuales que los primeros.
Me atrevo a sospechar, sin embargo, que Citizen Kane perdurará como ‘perduran’ ciertos films de Griffith o de Pudovkin, cuyo valor histórico nadie niega, pero que nadie se resigna a rever. Adolece de gigantismo, de pedantería, de tedio. No es inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala palabra.”
Crítica que Borges escribió sobre Citizen Kane (1941), película dirigida por Orson Wells. El texto fue publicado en la Revista Sur Nº 83, edición perteneciente al mes de agosto de 1941. (De: http://enfilme.com/notas-del-dia/la-critica-de-jorge-luis-borges-a-citizen-kane-y-la-respuesta-de-orson-welles)
¡Cuánto daría por leer en la actualidad una crítica como ésta! Aunque sería peligroso para mí porque sé que me perdería en la escritura olvidándome de la crítica en sí.
1982
Juan López y John Ward
“Les tocó en suerte una época extraña. El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos.
Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras. López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward en la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer El Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en un aula de la calle Viamonte. Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.”
El 2 de abril de 1982, la República Argentina intentaba recuperar su soberanía sobre las islas Malvinas. Es el comienzo de una guerra absurda, como todas las guerras. ¿El fin? Se resume en el título de una nota que encontré en la red: “El fin de la guerra de Malvinas: dos meses y 1.000 muertos después” (http://www.abc.es/20100614/archivo-historia-abc/guerra-malvinas-thatcher-galtieri-201006142020.html)
A esa infame guerra Borges le dedicó “Juan López y John Ward”. Siempre pienso que si yo, en vez de ser mujer hubiera sido hombre, hubiera tenido que ir a Malvinas. En abril de 1982 tenía 18 años y de todo lo que leí y de todas las canciones que escuché acerca de ese conflicto, las breves palabras que le dedicó Jorge Luis Borges fueron las que resumieron lo que yo sentía.
Muchos años después, en septiembre de 2012, mi familia y yo visitamos la Catedral de St.Paul, en Londres y ahí nos enteramos que al finalizar la guerra en esa Catedral se celebró una misa en memoria de todos los muertos, sin importar la nacionalidad. También ese día volví a recordar las palabras del Maestro Jorge Luis.
1986
“Majestades, señoras y señores: El destino del escritor es extraño, salvo que todos los destinos lo son; el destino del escritor es cursar el común de las virtudes humanas, las agonías, las luces; sentir intensamente cada instante de su vida y, como quería Wolser, ser no sólo actor, sino espectador de su vida, también tiene que recordar el pasado, tiene que leer a los clásicos, ya que lo que un hombre puede hacer no es nada, podemos simplemente modificar muy levemente la tradición; el lenguaje es nuestra tradición. El escritor tiene una desventaja: el hecho de tener que operar con palabras, y las palabras, según se sabe, son una materia deleznable. Las palabras, como Horacio no ignoraba, cambian de connotación emocional, de sentido; pero el escritor tiene que resignarse a este manejo, el escritor tiene que sentir, luego soñar, luego dejar que le lleguen las fábulas; conviene que el escritor no intervenga demasiado en su obra, debe ser pasivo, debe ser hospitalario con lo que le llega y debe trabajar esa materia de los sueños, debe escribir y publicar, como decía Alfonso Reyes, para no pasarse la vida corrigiendo los borradores, y así trabaja durante años y se siente solo, vivo en una suerte de sueñosismo; pero si los astros son favorables, uso deliberadamente las metáforas astrológicas, aunque detesto la astrología, llega un momento en el cual descubre que no está solo. En ese momento que le ha llegado, que le llega ahora, descubre que está en el centro de un vasto círculo de amigos, conocidos y desconocidos, de gente que ha leído su obra y que la ha enriquecido, y en ese momento él siente que su vida ha sido justificada. Yo ahora me siento más que justificado, me llega este premio, que lleva el nombre, el máximo nombre de Miguel de Cervantes, y recuerdo la primera vez que leí el Quijote, allá por los años 1908 ó 1907, y creo que sentí, aún entonces, el hecho de que, a pesar del titulo engañoso, el héroe no es don Quijote, el héroe es aquel hidalgo manchego, o señor provinciano que diríamos ahora, que a fuerza de leer la materia de Bretaña, la materia de Francia, la materia de Roma la Grande, quiere ser un paladín, quiere ser un Amadís de Gaula, por ejemplo, o Palmerín o quien fuera, ese hidalgo que se impone esa tarea que algunas veces consigue: ser don Quijote, y que al final comprueba que no lo es; al final vuelve a ser Alonso Quijano, es decir, que hay realmente ese protagonista que suele olvidarse, este Alonso Quijano. Quiero decir también que me siento muy conmovido, tenía preparadas muchas frases que no puedo recordar ahora, pero hay algo que no quiero olvidar, y es esto: me conmueve mucho el hecho de recibir este honor en manos de un Rey, ya que un Rey, como un Poeta, recibe un destino, acepta un destino y cumple un destino y no lo busca, es decir, se trata de algo fatal, hermosamente fatal, no sé cómo decir mi gratitud, solamente puedo decir mi innumerable agradecimiento a todos ustedes …
Muchas gracias.”
Este texto pertenece al Discurso que Borges dio en 1979 al recibir el Premio Cervantes. Y quiero resaltar un punto en particular, porque me parece hermoso, cuando el Escritor habla acerca del destino: el destino que el Poeta acepta y cumple irremediablemente. Porque no tiene una vía de escape, ni siquiera la busca ya que “se trata de algo fatal, hermosamente fatal”.