Me considero una persona tranquila, aunque haya escrito un cortometraje sobre el pacifismo. Ojo, no soy pacifista. Que no me guste pelear, discutir y amargarme, no me convierte en un gandhi. La verdad, solo soy una persona tranquila, una más de ese montón de personas calmadas que viven en la irritable Lima. Si. Irritable, porque si eres un peruano sociable que tiene contacto con el exterior y no es huraño con el otro, sabrás que la encantadora Lima siempre encuentra la forma de fastidiar tu día.
En uno de mis múltiples viajes en el transporte público de Lima deducí, mientras escuchaba como un amigo le decía conchudo (injusto) al cobrador por cobrarle más de lo que usualmente paga, que no se puede ser pacifista en Lima. No sé puede no querer golpear o romper algo. Es imposible. Bueno, si practicas yoga o vas al psicólogo para controlar tu ira o desahogarte, quizás puedas hacerlo, pero yo no. Soy paciente, pero el tráfico te altera, las injusticias te desconciertan, las noticias te desaniman, la rutina te aburre y la ignorancia te jode tanto que la quietud se hace inalcanzable.
Hace unas horas tuitié que para ser feliz en Lima debes ser un poco egoísta. Y no me retracto. Lima se divide en dos partes: en los felices y en los no felices. Los no felices saben lo que pasa en el país. Los felices no o bueno, creen saberlo. Los no felices exigen paz. Los felices no les importa. Yo exijo paz, pero sé que no la tendré en plenitud, porque he descubierto que es efímera. Efímera como todo lo bueno en la vida. Así que si quieres serenidad en la bipolar Lima, encuentra algo que te haga feliz, que te haga egoísta.