No sé. No sé nada. Últimamente, esas cinco palabras han estado saliendo de mi mente en varias situaciones. Tal vez esa es la razón por la que no he publicado nada desde hace tiempo. No lo sé. No sé nada. No sé por qué estoy escribiendo ahora, no sé por qué no escribí esto ayer, no sé por qué estoy volando, no sé porque te busqué, no sé por qué te vi. Todo estaba normal. Pensé que yo estaba normal, pero la vida siempre encuentra una forma de volverme todo inestable e, inconscientemente, yo la dejo. No lo sé. Hay muchas cosas que quisiera decir y muchas que no debería. Hay muchas cosas que no debería sentir y muchas cosas de las que me debería desligar un tiempo, pero no lo sé. Siempre he sido así. Siempre me desligo y desaparezco. Me vuelvo frío, un fantasma. Pero aun no comprendo por qué hasta ahora no te he asesinado de una forma abstracta. Te me escapas y yo me estoy aburriendo de seguirte. Y la he cagado. Siempre la cago. Nunca sé que es lo quiero. Nunca sé nada. Digo que no quiero dramas, pero al final termino cayendo al mismo de siempre en mi mente. Ver películas, escribir historias, escuchar y hacer música tétrica no es suficiente. Son una buena terapia, pero aún no me llenan. Hay un túnel con un destino incierto. La vida nunca tendrá mi ritmo: camino muy rápido, hablo muy rápido, exploto todo rápido. Y ese ha sido mi pecado. Avancé todo rápido, aceleré y me adapté hasta que me encontré con una pared y un desvió que no quería tomar. Hay pasado, hay dolor. Hay dolor que se desconoce y yo no dejo que se vea. El querer hablar con alguien y conectarse me esta jugando una mala pasada y ya no sé. Ya no sé nada. Escribir acá es lo que por ahora me está manteniendo de no irme a Marte. Dios, aunque suena tan dramático y patético, quisiera irme a Marte. Podría hacerlo ahora. Podría volar ahora. Pero no sé. No sé nada.
Fuente: este post proviene de El Séptimo Danielarte, donde puedes consultar el contenido original.
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