Italia ha sido una patria para mí desde los años 70´s y con ello no quiero decir que sea mi país, sino que el concepto de patria se extiende mucho más lejos de lo que realmente se quiere decir en la actualidad. La Patria así como mayúscula, es el lugar que no sólo te da suelo para tus pies, sino que te aporta los conocimientos más profundos y la sabiduría más plena. Soy consciente de que soy una heredera de su civilización antigua y que muchos de mis conocimientos están basados en aquellos hombres tantos guerreros, escultores, sabios, filósofos y artistas en todas ramas del saber. Una patria que me dio mi lengua, mi imaginación llena de inquietudes y un lugar en el Mediterráneo y en Atlántico que abarcaba todo un imperio, sin fronteras y sin lenguas. Quizás sabedora de que en mi Cádiz natal mis pies pisan sobre suelo romano, sobre sus tumbas y que mis ojos se llenan con ese maravilloso concepto de la vida lleno de riqueza cultural en cuanto doy dos pasos por el casco antiguo de la ciudad; mi vida puede pues tomarse como romana, lo mismo que ha sido fenicia.
Y ese primer viaje a Italia tenía que ser exclusivamente dedicado a la Roma Imperial. La que acunó mis sueños desde niña. Y dejando a un lado la Roma capital, tenía una cita obligada quizás con el único lugar que es eminentemente romano; tal como era, tal como quedó hasta un 24 de agosto del año 79 d.C. en que las fuerzas de la naturaleza dijeron basta¡¡¡ y se quedó con toda la belleza en sus entrañas.
Milagro fué, aunque parezca que la naturaleza es cruel, el que Pompeya la bella quedase oculta a los ojos humanos durante muchos años, quizás ese fue su secreto: desaparecer para mostrar al mundo la vida esencial de aquellos hombres dueños de medio mundo. Las cenizas habían hecho el milagro y quizás también debemos dar gracias al Vesubio por su ataque de cólera aquel caluroso día de agosto, en plenas vacaciones de los grandes de Roma, para que gracia a su furia hoy podamos ver como era esta hermosa ciudad, una de las más bellas del Imperio.
Naturalmente cuando dejamos Nápoles con dirección a Pompeya la mirada se pierde allá arriba donde el dios de la ira dormido parece contemplar esa riada de turistas llenos de ansias de ver una perla escondida durante años. El gigante duerme, pero sólo es un sueño y por lo tanto en cualquier momento se puede volver a comer todo lo que encuentra por su camino. Mientras tanto el hombre napolitano aprovecha esas fértiles tierras para conseguir unos productos magistrales de ese manto fértil que es la tierra del volcán. Los campos verdes, los múltiples cultivos nos hacen ver y comprender como se puede vivir tan cerca de este gigante que dormita. Unos días de susto o quizás perder la propia vida merecen la pena ante los días en que el Vesubio duerme dando a estos hombres una riqueza en los cultivos que se nos antoja manjares de dioses.
Y perdida en estos pensamientos mi mente dejó de mirar el volcán para mirar hacia el frente y ver la maravilla que se me ofrecía a la vista muy cerca ya. El calor es especial en esta tierra porque se llena de una humedad ya famosa desde hace milenios y es la caída de la tarde la que refresca el ambiente en los días de verano. Escogimos el mes de agosto a conciencia puesto que queríamos estar allí un 24 igual que cuando el volcán estalló. Así que más o menos estábamos sintiendo el mismo ambiente lleno de pegajosa humedad que los ricos romanos de vacaciones y los habitantes habituales de Pompeya habían sentido.
La bella se encuentra situada en la desembocadura del Sarno, en una plataforma natural que la hacía puerto más que importante para las comunicaciones con todo el resto del imperio por mar. El comercio era efervescente y los barcos portaban toda esa riqueza a que esta civilización sibarita donde las haya estaba acostumbrada. Su población natural rondaba los 15.000 habitantes normalmente, pero en verano era como una Marbella cualquiera y esa población se veía más que multiplicada por los ricos romanos que tenían villas en la ciudad.
La visita de la ciudad ofrece a los nuevos conquistadores un verdadero lujo: conocer una ciudad romana tal como era, sin ningún tipo de engaño comercial. Puesto que Pompeya no necesitas adornos de ninguna clase. Eso es lo bello de ella: se muestra tal como fue y sigue siendo: la Perla del Imperio. Entrar en Pompeya es meterse en un túnel del tiempo, despojarse de las nuevas vestiduras y dejar esos adornos plastificados que nos acompañan en nuestro deambular todos los días y volver al origen de la bella natural. Tan especial es que incluso nos podemos apuntar a unas elecciones municipales puesto que algunos muros aún conservan las candidaturas de los pretendientes al rango. No necesitamos tampoco ninguna guía que nos diga que se hacía aquí o allí, puesto que los carteles nos dan un marcado detalle de lo que se hacía en esta panadería o las actividades a desarrollar en las Termas al día siguiente. Como he dicho, un verdadero paseo por el pasado en el presente.
Si realmente queremos entrar por donde hay que entrar, lo haremos por la puerta del Vesubio… no sabemos si realmente esta puerta llevó el nombre original del volcán o si se le ha dado porque precisamente por ella entró la primera lava del mismo. Decidimos hacerlo lo mismo que hizo ese gigante dormido que vigila sin embargo, todos nuestros pasos. La primera visita es a la Casa de los Vettii y nos deslúmbranos ante sus pinturas y esa medio oculta de las Ménades del Monte Pelión despedazando a Perseo de una hermosura que ni siquiera su doble moderna del Museo de Nápoles puede superarla.
Desde allí pasamos a la Casa del Fauno, una de las más ricas de Pompeya. Una villa que tenía 3.000 metros cuadrados y más de 50 habitaciones, construída en la primera mitad del siglos II a.C. Su nombre le fue puesto por la figura del Fauno que se encontró en el atrio y que era lo primero que veía el visitante. El Fauno que nos recibe hoy es un réplica, puesto que el verdadero se encuentra en el Museo de Nápoles, pero nos da igual ya que el ambiente que se respira entre esas paredes y el cielo descubierto es mágico. Las columnas se nos antojan como un decorado de fondo de una magistral obra de teatro, donde la riqueza florece por todos lados. Nos imaginamos su estado primario y la vemos pintada de colores claros, con sus paredes llenas de bellos cuadros de pintura mural donde se alaba a los dioses y a los hombres. Las plantas de sus jardines y esas fuentes que colaboraban a un frescor especial dentro del recinto hoy expuesto a los rayos solares. Mosaícos entre los cuales dos estaban firmados por Diosacórides de Samos y muchas pinturas de gran calidad además de los materiales empleados para su construcción que nos da una idea de los conocimientos culturales y de estética que tenía su propietario. Cuando nos ponemos frente a la estatua réplica de la original del Fauno vemos al fondo unas columnas que servían de base al gran recibidor o peristilo donde estaba el muy famoso Mosaíco de Alejandro de 3.42 metros de longitud que celebra la victoria del joven Alejandro sobre el persa Darío III en la batalla del río Isso en el 333 a. C. Este mosaico es copia de un cuadro famoso atribuido a Filoxeis de Eretria, que lo pintó en el 325 a.C.
Desde la Casa del Fauno nos vamos hasta el Foro y el Templo de Júpiter. En el Foro nos admiramos con los dos arcos, uno de Tiberio y el otro de Germánico que lo comunica con el Templo de Júpiter. Es una verdadera maravilla poder contemplar sus losas. Pisar el mismo suelo que parece hasta recién colocado para que nuestro deambular por la ciudad se haga más cómodo. Junto a ellos se encuentra el Pequeño Odeón, teatro cubierto que ahora se utiliza para las representaciones. Su conservación es maravillosamente ejemplar.
Desde allí nos vamos a las Termas Estabianas y de nuevo nos dejamos deslumbrar por la vida sibarita de estos hombres. Focos de luz natural iluminan el recinto que era destinado para el culto del cuerpo, lugar de reunión y quien sabe si de algún preparado golpe político en el Senado a la vuelta de vacaciones. El mármol, las paredes y esos suelos perfectos te hacen sentir el frescor del lugar. Las pilas para refrescar el cuerpo y esos asientos que sirvieron para el descanso de la charla y el placer de los sentidos.
Gran visita al Teatro y Odeón. Maravillosos monumentos increíblemente conservados también que nos dan una idea de la magna belleza artísticas que estos hombres tenían. Era imposible concebir una ciudad romana sin teatro, sin anfiteatro ni circo… Y el anfiteatro que es el más antiguo de todos los construidos por los romanos. Data del siglo I a.C. Unas escaleras llevaban a la planta superior y tiene su historia negra, puesto que el enfrentamiento entre los partidarios locales y los de Nocera provocó más de una decena de muertos por lo que emperador Nerón lo cerró durante 10 años. Una pintura romana de una casa de Pompeya recoge gráficamente el hecho al detalle.
Y ahora la gran maravilla, la visita a la Villa de los Misterios, de gran belleza y de un lujo que nos deja fascinados. Poco hay que pensar sobre como sería en realidad porque la tenemos frente a nosotros en todo su casi completo esplendor. No hace falta decir que aquí se puede ir el tiempo sin darte cuenta. Es tan maravillosamente bella y con tantos rincones para visitar que el día se detiene para que puedas contemplarla en toda su belleza. Las pinturas de las bailarinas, los frescos, las habitaciones, las termas… un verdadero tour por la belleza en estado puro.
**Recomendaciones:
La visita tranquila y estudiada puede durar un día entero desde primera hora del día hasta su cierre. No conviene ir con prisas puesto que no hará reparar en los detalles más impresionantes: las tiendas, las panaderías, los talleres de cerámicas, las casas del pueblo pompeyanos con sus ajuares domésticos. Cosas que te hacen sentirte vivo en una ciudad viva. El alcantarillado, las aceras, los pasos para cruzar las calles. Las avenidas donde se encontraban las grandes villas; un lujo al alcance de todos que debe de ser visto y estudiado al detalle más mínimo, puesto que forma parte de nuestra cultura mater.
Naturalmente la visita hay que completarla con una visita también muy detallada al Museo de Nápoles donde se encuentra todo lo original que en Pompeya se encontró y se sigue encontrando, puesto que las excavasiones siguen y siguen… naturalmente también podrás contemplar esos cuerpos mimados por la lava letal que dejó su huella hueca como imágenes para el futuro.
VISITAS:
Las ruinas se pueden visitar todos los días de 8.30 a 17.00 en invierno y hasta las 19.30 en verano. El precio de la entrada es de aproximadamente 15€ en la actualidad. Una entrada para tres días cuesta 20€ y te da derecho a visitar también la ciudad de Herculano en el mismo día . No se puede salir y volver a entrar en el mismo lugar con la misma entrada.
DAMADENEGRO (en el año de nuestro Señor 2009)
Registry info
Identifier: 0907224151115
Title: pompeya
Entry date: Jul 22, 2009 4:44 PM UTC
Author: damadenegro
Work type: Literary, Narrative, Essay