Hoy, los últimos derrumbes del área turística evidencian el precario mantenimiento de un conjunto declarado Patrimonio de la Humanidad en 1997.
El descubrimiento de las ruinas
En el siglo XVIII, el descubrimiento de las ruinas de Pompeya provocó una auténtica conmoción entre los amantes de la Antigüedad. La ciudad había desaparecido del mapa entre el 24 y el 25 de agosto del año 79 d.C., cuando una mortífera erupción del Vesubio sepultó ésta y otras localidades del entorno, como Herculano y Estabia.
Aunque algunos se aventuraron a apuntar su localización, no fue hasta 1738 cuando el futuro Carlos III de España, entonces rey de Nápoles, encargó a un ingeniero militar español, Roque Joaquín de Alcubierre, que iniciase las excavaciones de las ruinas de Pompeya.
Fue así como, en 1748, se comenzó a excavar en la zona de la antigua Pompeya, si bien la ciudad no fue identificada como tal hasta mucho más tarde, en 1763.
Pompeya había quedado cubierta por una capa bastante menos gruesa de cenizas volcánicas solidificadas, tras la que se encontró otra mucho más ligera de lapilli (pequeñas piedras expulsadas durante una erupción volcánica); por ello, el acceso a las ruinas fue desde el principio mucho más fácil.
Al entrar en el siglo XX, la fama de Pompeya no hizo sino aumentar gracias a los medios de comunicación de masas y el continuo flujo de visitantes anuales, al tiempo que proseguían las campañas arqueológicas.
Al mismo tiempo, Pompeya se convirtió en un instrumento de propaganda para los distintos gobiernos italianos, sobre todo a partir de 1923, bajo el régimen fascista de Benito Mussolini. Viendo en la antigua ciudad una muestra de la pasada grandeza de Italia, las autoridades pusieron enormes fondos a disposición de Amedeo Maiuri, el nuevo director del yacimiento a partir de 1924. Gracias a ello se sucedieron los descubrimientos.
En 1943, durante la segunda guerra mundial, una serie de bombardeos aliados dañaron seriamente los restos arqueológicos. Pero terminado el conflicto los trabajos se reanudaron a un ritmo intenso, aunque no siempre con el debido rigor; por ejemplo, los materiales desenterrados se utilizaron para la construcción de la autopista Nápoles-Salerno y como tierra fértil para los cultivos de la zona.
Desde los años sesenta se han seguido desenterrado nuevas casas. Aun así, en la actualidad, 25 hectáreas del yacimiento, un tercio del total, aún no han visto la luz. Pero quizás el mayor reto para los arqueólogos sea la conservación de los edificios, mosaicos y frescos ya descubiertos, algo que resulta especialmente arduo en las condiciones de la actual crisis económica.
La imparable ruina de Pompeya
Que Pompeya se está desmoronando es una realidad que los arqueólogos achacan al tiempo (tanto por su antigüedad como por los efectos del clima) y la falta de atención.
Los expertos concluyen que la ausencia en los últimos años de un poder político comprometido con la defensa de Pompeya, la corrupción, la burocracia paralizante, el saqueo de la Camorra o de las hordas de turistas que, a razón de más de dos millones al año, campan a sus anchas y sin apenas vigilancia entre mosaicos y montones de escombros, hacen que las míticas ruinas se hayan deteriorado enormemente.
Las noticias sobre los derrumbes se producen día si y día también, pero a Pompeya se la abandona, dicen los expertos. La Administración guarda silencio o anuncia proyectos urgentes que jamás se llevan a buen término. El resultado es que cada vez más áreas están más cerradas para los turistas, cuando se podría haber evitado con un mantenimiento ordinario, aseguran.
Desde 2007 a 2012, Italia ?no solo Pompeya?desperdició buena parte de los 2.000 millones de euros llegados de Bruselas para invertir en turismo y bienes culturas. Durante aquellos cinco años, y pese a las graves carencias de conservación del monumento más visitado de Italia, los responsables de la excavación no fueron capaces de conseguir ni un euro, inciden los expertos. De la dejadez de los sucesivos gobiernos de Silvio Berlusconi por el patrimonio cultural dan fe los desprendimientos en el Coliseo, la Fontana di Trevi y, sobre todo, Pompeya, indican.
Turismo irresponsable
Cada día visitan las ruinas de Pompeya riadas de turistas (más de 6.000). Es un museo al aire libre, pero sin las reglas de los museos, sin apenas vigilancia. Esa avalancha de turistas también deteriora Pompeya.
Muchos de ellos, aclaran los expertos, no respetan las excavaciones, solo vienen en busca de una foto. Se vuelven con ella a su país, pero sin saber mucho más que cuando llegaron.