Si te fijas siempre en el chico inadecuado, no es porque Bella se fijara en una bestia que luego se convertía en un rubio de anuncio, es sencillamente porque tienes mal ojo o porque la varita de la buena suerte amorosa todavía no ha querido tocarte con su purpurina y sus destellos de principio/fin de cuento. Y te aguantas. Pero ¡ojo! ya no pongas como excusa a cuatro o cinco personajes de película animada para tratar de justificar tu inconsciencia trágica-romántica.
Vayamos por partes. Está claro que fastidia crecer pensando que solo hay un príncipe que aguarda tranquilo esperando tu llegada a su vida, pero cuando pasan los años y tu lista de decepciones y sapos ya va por un número lo suficientemente alto como para poner el grito en el cielo… espabila. La culpa ni es de los cuentos, ni de los sapos. La culpa es tuya, capulla. Y me explicaré: cuando rozas los treinta y tu CV amoroso tiene más penas que glorias, si sigues creyendo en las hadas madrinas es que tienes un serio problema. Yo lo llamo negación de la realidad. Y eso, amiga, es solo culpa
¿Cuántos artículos/post hemos leído (yo incluida tanto como lectora como redactora) sobre los males que nos rodean a las chicas, que nos condicionan, que nos envenenan la mente con cursiladas y expectativas que nunca veremos cumplidas? ¿Cuántos sobre las películas Disney? ¿Cuántos tips, quotes y otras parrafadas que se han hecho virales sobre el amor no correspondido? ¿Cuántas veces hemos oído eso de “tía, no te merece” o “tía, ya vendrá alguien mejor”? Y lo peor de todo… ¿cuántas veces nos hemos rebozado cual croquetas en la miseria afectiva repitiendo una y otra vez las mismas acciones con los mismos resultados?
Creo que respaldarnos en lo externo, en lo ajeno, en los rollos de las revistas, las películas y los dramas de telenovela, ya no basta. O no debería bastar. Al menos no a nuestra edad.
Esto es muy sencillo, es algo tan básico como la tabla del cinco o aprender a leer. Por ejemplo: a todos nos gustaría seguir creyendo en los Reyes Magos, pero no por más creer vamos a hacer que existan. Y con los cuentos lo mismo. Es precioso e inocente creer en ellos, pero no son más que la fantasía que un día plasmó una persona en un trozo de papel. Y es bonito crecer con ellos, porque la gente ha de creer que son reales durante un tiempo, del mismo modo que se cree en Santa Claus o en los duendes. Pero cuando crecemos, ya no. Y hay que admitirlo y no girar la cabeza para otro lado viviendo una realidad paralela y sorprendiéndonos (encima) cada vez que las cosas no son como soñamos o queremos.
Creo firmemente que el primer paso para ser felices en el amor es dejarnos de tantas chorradas y aprender a ver nuestros propios defectos. Porque a veces nos fijamos en personas que sabemos que no son buenas para nosotras, pero aun así seguimos a ciegas por un camino que sabemos que acabará en un precipicio (¿de quién es la culpa entonces?). A veces entristecemos porque en lugar de querer conocer a la otra persona con sus pros y sus contras, imaginamos en ellos la personalidad ideal de la que nos gustaría enamorarnos… y claro, cuando vemos que no, que no y que no es, ni será así, nos frustramos y (encima) nos enfadamos. Otras veces, nos metemos en follones innecesarios solo por temor a estar solas, y acabamos peor, mucho peor, solo por la ansiedad de querer compartir tiempo con alguien que no es nuestro alguien. Y raras veces somos capaces de decir en voz alta: sí, me lo he buscado yo sola. En cambio, culpamos a chicos, películas, libros y princesas. Porque es más fácil. Pero seguir con esa actitud no nos hace ningún bien.
¿Por qué tanto rollo? Está claro que la sociedad no ayuda, pero hoy más que nunca tenemos que echarle narices al asunto y decir bien alto lo que queremos, cómo lo queremos y cuándo lo queremos. Sin miedo. Sin dramas. Sin querer transformar lo que es en algo que ni es, ni será. Mejor queramos transformar nuestro miedo en valentía, nuestra negación en aceptación y nuestra falta de autoestima en un grito que llegue hasta el cielo y que vuelva más reforzado que nunca, más libre que nunca, más seguro que nunca.
Porque no, no somos princesas: somos algo mucho mejor. Somos chicas con cicatrices, con horas de conversaciones con nuestras amigas, con llantos a escondidas, con mensajes que nunca llegan y con citas que jamás tendrán lugar. Somos chicas de una nueva generación, la generación del amor complejo, del no amor, del amor instantáneo, del amor que no queremos llamar amor, del amor que rasga desde dentro pero que no traspasa por fuera. Del amor que tapamos. Del amor que… a saber si viviremos.
Somos chicas de otra pasta, de otra era, de otro cuento. Nuestras historias ya no empiezan por un “Érase una vez”, algunas ni siquiera llegan a empezar. Ya no hay caballeros, ni caballos, como mucho camellos. Ya no paseamos por el campo con una cesta y una capucha, ni hablamos con las gaviotas, ni cantamos a las flores. Somos chicas mucho más fuertes de lo que pensamos, mucho más tenaces y valiosas de lo que pensamos. Estudiamos, trabajamos, cuidamos, luchamos, peleamos como nadie, defendemos nuestros derechos aunque algunos nos quieran callar. ¿Por qué seguimos entonces con tanta tontería en cuanto a las relaciones? Abramos los ojos al presente, a nuestra valía y a nuestras decisiones. De nada vale seguir con la mirada fija en el pasado, en las películas en blanco y negro, en las bandas sonoras de bailar agarrado bajo un cielo estrellado. De nada sirve hacer ver que somos veletas en manos de los cuentos, porque no es cierto. Y tenemos que verlo y mostrarlo al mundo. Porque tenemos personalidad de sobra como para vivir mil vidas y no hacer el tonto escondiéndola.
Quiérete mucho y elegirás bien, porque solo queriéndote de verdad, querrás lo mejor para ti. Entonces, tenlo claro: podrá ser maravilloso o morir en el intento, pero será tu historia, tu decisión y tu todo. Y si se estropea, no echarás la culpa al universo, sabrás entender que, como dijo alguien algún día, unas veces se gana y otras… se aprende.
M.
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