Nara, la cuna de la civilización japonesa, es un pequeño pueblo de poco más de 300.000 habitantes que se encuentra al sur de la isla principal del país. La que fue la primera capital del archipiélago entre los años 710 y 730, hoy en día goza de ser uno de los mayores atractivos turísticos de Japón. A 1 hora y poco más de Osaka, y media hora desde Kyoto, es el destino perfecto para una excursión de un día.
Nara es uno de los pueblos con mayor número de templos budistas y sintoistas de Japón, tanto en pie como en ruinas, y por los que fue declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1998. Éstos se encuentran en el Parque de Nara, una extensión verde de la ciudad, dónde los ciervos andan libres y campantes entre viejos templos, ruinas y pequeñas tiendas y talleres de artesanos de la ciudad.
Los ciervos han aprendido durante siglos a convivir con el humano, o mejor dicho, el humano es quien ha aprendido a respetar a este animal considerado sagrado:
Cuenta la leyenda que uno de los 4 dioses del templo Kasuga, fue llamado desde Kashima, en Ibaraki, para visitar el santuario. Cuando éste llegó al Monte Mikasa, hoy día Monte Wakakusa, en el que a sus faldas de encuentra Nara, lo hizo montado a lomos de un ciervo blanco.
El ciervo es el principal atractivo de la ciudad, y por el que miles de turistas se acercan cada día hasta el parque de Nara para lograr una fotografía con ellos. O cientos de ellas...
A lo largo y ancho del parque encontrarás ancianas vendiendo galletas para dar de comer a estos tiernos animales. Por 100¥, unos 70 céntimos de euro, podrás adquirir una veintena de obleas con las que te convertirás en amo y señor de los ciervos, hasta que te las roben, y también el mapa, documentos y demás papeles, en cuanto a comer no es que le hagan especial asco a nada...
Dato curioso: Hasta 1637, el asesinato de un ciervo en Nara estaba condenado con la pena de muerte.
Y aunque los ciervos sean el lado más tierno de Nara, no olvidemos que los templos son lo más importante del lugar. En especial, el Todai-ji.
Lo más llamativo de este templo es su Buda de 16 metros de altura, completamente cromado en oro. En una de las columnas principales que mantienen el templo en pie, se encuentra un agujero por el que un niño o una persona adulta delgada pueden pasar. La leyenda del templo cuenta que todo aquel que consiga pasar por el aro, digo el agujero de la columna, alcanzará la iluminación. Yo me quedé atascado.