El mundo monástico es indudablemente el que ha mantenido las tradiciones más antiguas hasta nuestros días. Desde temprano, algunos se sintieron atraídos por una vida consagrada a Dios. La primera respuesta, la eremítica, presente en las comunidades judías (Juan Bautista), dejó de ser una solución satisfactoria para quienes buscaban la contemplación y cuyas vidas debían organizarse en comunidades con reglas para la vida común.
El plano de Sankt Gallen, Suiza (820 - 830)
De la eremítica a la comunidad
Durante el siglo IV, las fundaciones monásticas se multiplicaron en Oriente medio, principalmente en Constantinopla. En Occidente, la vida contemplativa masculina y femenina se desarrolló en el marco estructurado de la regla monástica. Las comunidades, regidas en un comienzo por simples instrucciones espirituales (la regla denominada de san Agustín, principios de vida de las fundaciones de san Martín de Liguria y en Tours, de Jean Cassien en Marsella o de San Honorato en las islas Lérins), se impusieron cada vez más, especialmente en Italia. Dichas comunidades funcionaron conforme a principios codificados, como la regla del Maestro, base de la regla más importante, la de san Benito de Nursia, que fue redactada en el siglo VI y probada en el monasterio de Montecasino.
El claustro monacal o canónico
Se desconoce la organización de los centros monásticos occidentales anteriores al siglo VII y hasta el siglo IX no aparecía una estructura arquitectónica claramente definida. Los escasos textos que describen los centros más antiguos (Jumièges) no hacen ninguna referencia a la organización racional de las comunidades monásticas y canónicas de la época carolingia.
Claustro de Santes Creus, Tarragona (siglo XII)
A mediados del siglo VIII, el obispo Chrodegang de Metz adoptó la regla de san Benito para sus religiosos y los restringió a vivir en un claustrum, un recinto cerrado. La reforma se extendió por Occidente con bastante éxito. Las excavaciones realizadas en el recinto canónico de Autum permitieron descubrir las fundaciones del claustro con galerías carolingias. La vida monástica se estructuró en torno al claustro. Ello se evidencia en el plano de Sankt Gallen, cuyas elecciones derivaron, indudablemente, de las conclusiones del concilio de Aquisgrán de los años 816 - 817.
Una estricta organización de los espacios monásticos
El plano de Sankt Gallen no solo presenta la imagen ya definitiva del claustro medieval tal como perduró principalmente entre los benedictinos y cistercienses, y en el cual las galerías se distribuyeron, generalmente, en un orden estricto: al este, los salones capitular y monacal, con el dormitorio en el segundo piso; al sur, el refectorio, y al oeste, la bodega.
Claustro de la Colegiata de Santillana de Cantabria (siglo XI)
Este plano también tiene en cuenta todo aquello que es necesario para llevar una vida autárquica. El plano, que ha sido frecuentemente calificado de ideal y que trató de cubrir todas las necesidades de los monjes, anuncia la distribución que tendría la abadía de Cluny II en el año 1000.
Esto ha sido todo por hoy, espero que os haya ayudado en cuanto a la vida monacal se refiere.
Saludos, atte.