Sabía que iba a llegar este momento. Sabía que la depresión post-Guardiola sería un hecho. Sabía que la vorágine de títulos y emociones celebrados sin parar no hace mucho, haría que una cierta depresión nos invadiera cuando el carrusel de celebraciones tomará visos de normalidad. Sabía que lo que en su día marcaba la agenda de la semana, juega el Barça, dejaría paso a otras actividades que ocuparían ese lugar primordial.
Poco a poco, desde aquellos años locos, en los que encadenábamos partidazo tras partidazo, título tras título, locura tras locura, el equipo, sin un aliciente mayor al que agarrarse que supere aquello que ya logó, parece que se ha instalado en cierto acomodamiento, y cómo aquel que se levanta temprano cada mañana para acudir a un rutinario día de oficina, ahora, aquellos que nos deslumbraban, acometen su tarea de noventa minutos esperando que el tiempo transcurra entre anodino y placentero, para, salvo accidente, ir cumpliendo los expedientes que a día de hoy le mantiene vivo en todas las competiciones.
Pero algo se está perdiendo por el camino. Una ilusión que te pegaba delante del televisor, o en tu butaca en el estadio parece estar desapareciendo. Una ilusión, que independientemente de si eran las diez, las doce o las cuatro, hacía que en procesión acudiéramos al estadio, o a llenar los bares en busca de la última filigrana de Messi, del pase genial de Xavi, de la fantasía de Iniesta, de la bravura de Puyol, o de la elegancia de Piqué. Una ilusión por observar partido a partido noventa minutos diferentes. Noventa minutos que parecían veinte.
Y no quiero culpar a los jugadores. Casi les entiendo. Y es que el reto cada tres días es el mismo. Un equipo cerrado nos espera, dos líneas muy juntas se instalan al borde del área rival. Un único punta, o en un alarde de valentía máxima, puede que hasta dos se descuelgan esperando el pelotazo que coja la espalda a nuestros adelantados, y a veces desesperados centrales. Y así partido a partido, los espectadores vemos el mismo espectáculo, con la única diferencia del color de la camiseta del equipo rival. A veces incluso cambia hasta la nuestra.
Y ahí están Pedro y Aléxis, cada uno a lo suyo intentando desbordar por banda. Ahí están Alba y Alves subiendo hasta la línea de fondo y poniendo centros a los que nadie llega. Ahí sigue Xavi, tocando, girando y buscando el pase más fácil sin encontrar el pasillo final. Y Messi, enjaulado, rodeado, obligado a buscarse la vida mucho más lejos de la zona en la que ha demostrado ser el mejor. Y Iniesta…., ¿dónde está Iniesta?
Vemos partidos de detalles. Detalles que la calidad infinita de cada uno de los jugadores que forman el once azulgrana propician cada cierto tiempo. Vemos partidos de individualidades. Pero no vemos jugar al Barça. Hace ya algunos días que el equipo en sí está decayendo. Y las gradas, esas gradas que no hace mucho presentaban mosaicos dignos de la mejor foto, cada día presentan más color amarillo en su dibujo. Estarán contentos los patrocinadores del estadio, que pueden mostrar sus marcas incluso en los días de partido.
Ahora cualquier excusa en buena para no acudir al estadio. Un día hace frio, Otro es tarde, o incluso muy tarde. O incluso puede que sea muy pronto. Hoy no juega Messi. Hoy jugamos contra el colista. Cualquier excusa vale para quedarse en casa, y esperar el resumen del partido que muestre esos pequeños detalles que antes se sucedían desde el primer minuto de partido.
Ojala sea un ciclo pasajero, y la caída de biorritmos que solemos tener en los meses de enero y febrero, fruto de un calendario que apenas deja pausas sea la causa de este bajón. Quizás al oír las primeras notas del wagneriano himno de la Champions la energía regrese, y lo que hoy escribo, deje paso a una repetición de emociones, que a día de hoy me producen cierta nostalgia, y que sin ir más lejos, hace pocos días, me hizo acudir a mi baúl de los recuerdos, y rescatar de allí un DVD que escenificaba y resumía lo que fue la temporada perfecta, la temporada del sextete. Aunque el efecto fue contraproducente y observando cada una de las imágenes, y futbolísticamente hablando, no pude sacarme de encima al sensación de, parafraseando un sugerente título de una antigua serie de televisión, estar rememorando los mejores años de nuestra vida.
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