Leo sorprendido hoy a los periodistas seguidores de la Roja sus análisis sobre la realidad de la selección española. Hablan de una selección rota por el cansancio, de un equipo que ha llegado fundido a una fase final tras una dura temporada, un combinado que a pesar del talento, paga los esfuerzos de un interminable ciclo de competición que se inició un ya muy lejano mes de agosto del año pasado.
Escucho parabienes hablando del tiki-taka y de la herencia que estos jugadores dejan en el mundo de fútbol. Oigo la palabra gracias cómo la más repetida en cada uno de los coloquios capitalinos. Hablan y no paran del orgullo que ha significado seguir a una selección que deja una retahíla de títulos sin parangón. La consigna es no hacer sangre, y recrearse en unas gestas pasadas, otorgando un crédito infinito a los jugadores que han protagonizado un ciclo jamás visto.
Y digo que estoy sorprendido, porqué justo, justo lo mismo es lo que aquí hemos escrito y leído respecto al final de una época de marcado color culé. Pero en cambio no se hizo esa misma lectura benévola desde los medios que hoy evitan hacer leña del árbol caído. Y lo que allí ahora es compresión por una situación desembocada por un stress físico, aquí se traducía en guerras internas en el vestuario que hacían que el rendimiento no pudiera ser mejor. Lo que allí es agradecimiento por los servicios prestados, aquí se tornaba en un ataque siistemático a las principales estrellas, atribuyendo la falta de tensión a la falta de compromiso de éstas. Lo que hoy es un fluido de elogios, aquí se convertía en una retahíla de ataques a cual más cruel.
Curiosa la visión de la misma situación, protagonizada por los mismos jugadores ante los mismos ojos críticos. O es que acaso Iniesta por poner un ejemplo, ha mostrado su cansancio sólo en el trópico brasileño, y en el césped culé no corría pensando en sus discrepancias con el entrenador. La lentitud de Xavi en la Roja, hoy debida al cansancio, se traducía hace un mes en falta de rigor en los entrenamientos. La endeblez de Piqué en el centro de la defensa, hoy atribuible a un lógico periodo de recuperación tras una lesión, era hace poco síntoma de la mala vida en la noche catalana.
Yo no es que me alegre de la derrota de la selección española, ya que ayer viendo el transcurrir del partido, no pude dejar de sentir cierta aflicción por la imagen que estaban ofreciendo unos jugadores que saben que pueden hacer mucho más. Pero también es cierto, que también me quedo la tranquilidad de la constatación de que el final horroroso de temporada de los culés poco tiene que ver con cuestiones extradeportivas. Sencillamente no pueden hoy y no podían hace un mes. Realmente no sé muy bien que cara hubiera puesto si en estos partidos hubiera visto a los míos deshacerse en esfuerzos a los que últimamente no nos tenían acostumbrados.
Por eso este post, dedicado aquellos que durante los dos últimos meses se rieron y vilipendiaron el magnífico ciclo culé, sin darse cuenta que el fin de ese mismo ciclo era la antesala del que hoy ha puesto punto y final.