UN TRUCO DE MAGIA
De todas las cosas que hacen única a esta ciudad, The High Line es una de las más sorprendentes. Para mí, Nueva York siempre fue una acumulación de pequeñas cosas que nunca tuve muy claro que existieran. Las veía en la tele, y parecían reales, pero miraba a mi alrededor y me preguntaba: ¿en qué planeta vivo yo? Nunca vi salir humo de las alcantarillas de mi barrio, en los rincones de mi calle no había cubos metálicos que pudiera patear y hacer rodar por el suelo; no podía escapar por las escaleras colgantes de una fachada ni bajar la ventana de mi cuarto (que no correrla) cuando pasara un tren justo delante.
Precisamente eso es algo que tampoco sucede ya en Nueva York. La línea ferroviaria que circulaba por el lado oeste de Manhattan quedó en desuso en los años 80 y, 27 años después, fue transformada en un precioso parque que transcurre a la altura de un tercer piso y que serpentea entre edificios. De nuevo, los neoyorkinos se inventaron algo que traspasaba los límites de mi imaginación. Lo bueno es que, esta vez, estaba allí para verlo.
EN EL MEATPACKING DISTRICT Y EL BARRIO DE CHELSEA
Un amigo me habló del High Line Park antes de viajar a Nueva York. Le tomé prestada la idea e incluí la visita el día que nos acercamos a conocer el distrito Meatpacking y el barrio de Chelsea. En aquel entonces acababa de ser inaugurado el primer tramo del parque (era el año 2009; la tercera y última parte finalizó en 2014). Transcurría entre Gransevoort St. North y la calle 20 (ahora termina en la 34). Y me pareció una genialidad. Tanto la idea (rehabilitar un espacio urbano molesto e incómodo) como la ejecución (utilizando la llamada agri-tectura, que no sé muy bien qué es pero intuyo que una mezcla de agricultura y arquitectura).
¡VIVA LA FILANTROPÍA!
De Nueva York también me gusta su espíritu. Lo que se ve es el High Line (el diseño, por cierto, de un gusto exquisito), y lo que no se llama filantropía. El parque es público y gratuito, pero su promoción y mantenimiento pertenecen al ámbito privado. Una fundación de amigos del parque se encarga de financiarlo a través de pequeñas donaciones. Hay que ser muy amigo de un parque, o estar muy enamorado de esos pequeños detalles que hacen tan especial a Nueva York, para mantenerlo de manera desinteresada. Eso tampoco lo conocí en mi barrio.
Ahora, el parque tiene unos tres kilómetros de longitud y permite recrearse en la vista del bajo Manhattan y de algunos edificios cercanos, como el IAC Building de mi admirado Frank Gehry (autor del Museo Guggenheim de Bilbao), una especie de cascada de vidrio que se vierte sobre el Hudson. Las vistas del río es otra de las grandes atracciones del parque, cada vez más poblado de árboles y plantas silvestres. En el recorrido también hay sembradas tumbonas que se deslizan por los antiguos railes del tren y bancos que parecen emerger al azar. Supongo que, en este parque, todo resulta igual de transgresor. Yo, para no ser menos, imaginé que levitaba antes de volver a tierra firme.
“La Arquitectura no está basada en el hormigón y el acero y los elementos de la tierra. Está basada en el asombro”.
Daniel Libeskind
“Dios está en los detalles”.
Ludwig Mies Van der Rohe
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