Espero volver a verte, chica sonriente. Ese café contigo me salvó la vida del mismo modo que espero que este cuaderno salve la tuya.
Con cariño,
Pedro.
(Obras de arte y otros relatos)
Mucha gente no lo sabe, pero todos nacemos con un lápiz, un boli, un permanente y una goma. Alguien, hace años, quiso desviar la atención y empezó a popularizar aquello de nacer con un pan bajo el brazo, pero es mentira. No hagáis caso de todo lo que se dice por ahí, casi todo suele ser fruto de la invención de alguna mente pensante con mucho tiempo libre y mucha imaginación. Tal vez, la persona que comenzó a emplear ese dicho, descubrió el secreto y se lo quiso guardar para él (o ella) solo. O tal vez (pero solo tal vez), tuvo miedo al descubrir que nacemos con tantos artilugios y quiso simplificar la realidad vendiéndola al resto del mundo algo más… edulcorada. O yo qué sé. El caso es que, sin echar la culpa a nadie, puesto que ni sabemos quién fue el culpable… llevamos años pensando lo del pan. Qué cosas.
Pero creo que ya es hora de sacar los estuches, de dejarnos de tantos panes, de dejar de multiplicar peces y comenzar a usar lo que de verdad sabemos usar, aunque a veces escurramos el bulto y pospongamos la tarea, la realidad, la obligación.
Aunque nos aterre tanta libertad.
Todos nacemos con un lápiz, un boli, un permanente y una goma. Y es un marrón, lo sé… pero hay que saber qué escribir con cada uno de ellos y qué borrar si fuera necesario. Es una gran responsabilidad, y como tal, se ha de hacer con mucho cuidado, con mucha cabeza y, como diría Pedro, con mucho corazón. A veces se puede tardar años en decidir con qué escribir una página, un día, una historia. Y se opta por el lápiz, por si se ha de borrar con la goma. Otras veces se tiene claro, pero a pesar de estar bastante seguro, se prefiere usar el boli antes que el permanente, que nunca se sabe, y el boli es más facil de quitar. Y solo en algunas ocasiones, cuando los astros se alinean o te das un golpe en la cabeza, decides que pasas de todo, que de hacer eterno algo, aún no se ha muerto nadie, y eliges el permanente. Y escribes. Sin descanso.
¿Y qué pasa? Que a veces la cagas, está claro. A veces, lo que tendría que ir con permanente, se escribe a lápiz y se va borrando. A veces, lo que tendría que ir en lápiz para ser fácilmente borrado, va en boli, y quieras que no, el corrector tampoco es que sea un milagro ni una salvación. Y otras veces, ya ni eso. Algunas veces, eso que deberíamos haber escrito a lápiz (o a boli como mucho), va a tope de permanente, como si no hubiera mañana. Negro, negro, negro. Trazo gordo. Folio traspasado. Imborrable. Inolvidable.
Y ya no hay remedio.
Yo no puedo deciros las pautas para saber qué escribir con cada uno de ellos. No soy ni consejera espiritual, ni psicóloga, ni tengo ochenta años, ni el pelo cano plagado de vivencias. No soy sabia. No sé de qué van la mayoría de cosas de las que hablo. Pero sí sé algo. Sé que muchas veces he escrito cosas absurdas con bolígrafo, cosas que luego mi memoria ha borrado pero que en el momento de escribirlas han dolido. Sé que he metido la pata en repetidas ocasiones por escribir con permanente palabras dichas entre dientes. Y sé que me he mareado yo sola por no distinguir cuándo parar y cuándo seguir. Por ello, sin tener instrucciones, tengo memoria. Así que he escrito algo, mientras miro por la ventana la lluvia caer, para darle más emoción y dramatismo al asunto, en este lunes que sabe a domingo.
Si me dieran la opción de volver a poner mi libreta a cero, no haría caso a quien me dijo que lo que estudias o tu trabajo te define. Escribiría con un lápiz de punta afilada que a los dieciocho decides toda tu vida. Y lo borraría.
Si volviera a escribir algunas de las primeras hojas, apuntaría a lápiz las sensaciones negativas que nacen de las broncas, los días de lloros sin sentido, de peleas sin motivo, de bajones destructivos que ni suman ni colorean, que solo restan y destiñen. Y los borraría todos.
Si volviera a escribir ciertas partes de mi vida, eliminaría los complejos tontos y el exceso de maquillaje, tanto por fuera como por dentro. También escribiría todas esas hojas con un lápiz. Y luego, lo borraría.
Si tuviera la opción, aunque fuera solo por una vez en la vida, reescribiría a lápiz los miedos, la falta de actividad por miedo al tropiezo, las tardes aburridas por no arriesgar, las personas que evité porque pensé que lo pasaría mal. Y lo borraría.
Todo.
Sobre todo el miedo.
Si pudiera poner mi libreta a cero, cogería las frases que apunté a lápiz y que se me están borrando de las bases que me sujetan al suelo. Todo lo que creí innecesario, accesorio, tan superficial como el decorado de un teatro. Cogería esos detalles que no se tienen en cuenta, el bulto que cuenta, la magia de lo secundario, los tesoros que se guardan en bolsas de plástico sin saber que deberían estar bajo llave y muy mimados.
Cogería esas anotaciones a lápiz, por ejemplo, las risas en el instituto, las chorradas que nos compusieron como personas, que definieron nuestros gustos y aficiones, que forjaron nuestros más absurdos y divertidos recuerdos, y las escribiría a fuego. Perdón, a boli. Y las reviviría.
Si pudiera, pillaría todas las primeras veces que van quedando en el olvido como gotas de agua en un cristal empañado que se va secando. Los primeros viajes, los primeros momentos importantes, los primeros “me gustas” de verdad, y no como los de ahora. Todo ello, lo quitaría de la lista de cosas a lápiz y lo escribiría también con boli. Y lo viviría de nuevo.
Si pudiera, almacenaría en una hoja llena de corazones a bolígrafo, los mil pensamientos de cuando no sabía nada de lo que de verdad importa. Todos esos pensamientos inocentes, todo ese encanto, lo quiero a boli, por favor. Y los tendría de nuevo.
Y volvería a ser esa chica de nuevo.
Y volvería a ese lugar de nuevo.
Y del permanente… qué decir del permanente.
Con permanente, a estas alturas de mi vida, mis alegrías y mis chascos, no escribiría muchas cosas, porque sé que en el fondo, la mayoría de situaciones, letras y personas se van olvidando por mucha tinta que lleven. Y creo que, en ocasiones, así debe ser para que todo siga girando. Pero si de verdad lo pienso, si de verdad cuento lo que siento… esto, y solo esto, lo escribiría con permanente…
El recuerdo de aquel día que me cambió la vida. Conocerle a él. Y a ellas, también. Y sobre todo a ellos. Decidir qué hacer, adónde mirar, con quién tropezar. Empezar a escribir siendo yo misma, sin filtro, sin medida. Las estaciones de cuando entonces. Los latidos más fuertes. Las risas más fuertes. Los abrazos más fuertes. El piano de fondo, los cuadros sin sentido, la tele que nadie escucha mientras se hacen cosas mejores. Escribiría los sueños, las ilusiones, los nervios que hacen que todo sea más especial. Escribiría todos los días que me levanté cantando, todos los momentos en los que lloré de felicidad. Porque llorar de felicidad… todavía no he vivido nada mejor, y no lo quiero olvidar, no quiero olvidar todos los instantes que provocaron tanta alegría que no lo pude expresar de otra manera.
Escribiría cada amor que está por llegar. Escribiría el momento en que me aprendí a querer a mí misma, el momento en que nació Obras de arte, el segundo en que decidí que el blog existiría. Escribiría lo feliz que fui, por si alguna vez lo olvido. Digamos que… todo lo que quiero seguir recordando hasta que este corazón de fondant diga: “hasta la vista”.
Y tú, ¿ya sabes cómo utilizar tu lápiz, tu boli, tu permanente y tu goma?
Piénsalo con mucha cabeza y con mucho corazón.
M.
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