Milán es una ciudad única, un rellano donde se atiborran los legados artísticos hasta llenarnos la cabeza de bellezas pictóricas o marmoleas. Una ciudad que acunó a los grandes del Renacimiento y que sigue llamando a los turistas de todo el mundo para que hagan escala en sus calles, en sus palacios y en esas obras escondidas de la vista popular que adornan cualquier claustro o sala de reunión de sus muchas iglesias que antes fueron también conventos.
Quizás la visita primera fue la más impactante, la segunda la más estudiada, la tercera la más descubridora, la cuarta la más crítica. El arte es así; un continuo grado de elevación hacia la perfección de la vista y de los conocimientos.
La obra se encuentra en Santa Maria delle Grazie, una iglesia singular que se comenzó a construir en pleno gótico; en el mismo año que se descubría América y que fue terminada por Bramante en pleno Renacimiento. La sala donde se encuentra la obra fue el lugar de reunión del duque Ludovico Sforza con el abad de la orden que ocupaba la iglesia, todos los jueves. El duque vio en aquellas paredes la frialdad de verse desnudas cuando tantos artista deambulaba por las cortes de las mejores ciudades italianas que servían de apoyo económico y terrenal a sus artistas conocidos ya en todo el mundo. Decidió el duque encargar la obra a Leonardo con un sólo fin: servir de satisfacción propia y deleite de sus ojos acostumbrados a ver las grandes creaciones de los tres divinos del Renacimiento.
La obra conocida como el Cenáculo está hecha por Leonardo entre 1494 y 1497, es una composición a base de témpera y óleo sobre revoco de 460x880cm. La pared donde se encuentra pintada es la parte principal del comedor o refectorio de la iglesia donde antiguamente se servían las comidas de la comunidad y se recibía a los príncipes italianos no precisamente de la Iglesia sino de aquellas cortes que los protegían y patrocinaban.
La composición está ideada bajo la pauta de la monumentalidad, realmente destaca que el espacio es muy limitado para la proporción y la magnitud de la obra en sí. Vemos con asombro como las figuras son monumentales y están más o menos apiñadas alrededor de la mesa que sirve como eje central de esta obra cumbre. Se ha dicho y demostrado en ordenador, que si las figuras se pusieran de pie no cabrían en ese espacio. Realmente es lo primero que observamos que hizo el maestro Leonardo; creó unas figuras monumentales para dar relieve de fondo a la obra. Así vemos que los cuadrados del pavimento, el antesonado del techo, los tapices en las paredes, la colocación de las ventanas y de la mesa son los medios que están puestos en esos lugares estudiados para obtener un efecto de más espacio. De esta forma se obtiene un resultado impresionante al ser destacadas las enormes figuras con el ambiente que las rodea, creando un efecto en toda la sala de ser más profunda y de tener el doble de las dimensiones que tiene.
Los bordes que rodean la escena excluye una parte del techo y también de las paredes laterales, dando como un resultado tan real que parece que están inmersos en el mismo refectorio. El efecto es realmente magnífico. Cada grupo de figuras está representado como si fuese realmente individual del resto de la obra en sí. Y la monumentalidad de las mismas, sistema que fue utilizado por el maestro Leonardo para conseguir un resultado de doblar el espacio en que se atiborran unas junto a las otras, nos ofrece una fuerza y un movimiento increíble dentro de la pintura. Las reglas de la perspectiva aquí son aplicadas y aderezadas también, con las técnicas de la perspectiva atmosférica y cromática que Leonardo no se cansa de desarrollar y exponer en su Tratado de la Pintura. En la reciente restauración se ha visto también la maestría de Leonardo en cuanto al uso de los colores y en la técnica para que el color vuelva a ejercer su efecto de fuerte y directo y todo esto teniendo en cuenta que queda poco de lo que fue realmente en sus primeros momentos, en aquellos en los que fue pintada.
En la obra hay dos fuentes de luz; uno de la ventana que deja ver la caída del día en su lado derecho, con un atractivo panorama campestre y la luz que entra por delante a la izquierda, por la ventana del propio refectorio. Eso hace que Leonardo tenga proporción para sus grupos de figuras, que quedan situados entre dos zonas de luz y que le dan un relieve gradual.
Los colores están apuntados en la vestimenta que luce Jesús, rojo en la túnica y azul en el manto y la maestría con que éstos se reflejan en un plato que tiene delante, del mismo modo el plato que hay frente a Felipe refleja el rojo de su manto. Los colores de los ropajes de los apóstoles están distribuidos en una maravillosa gama de grados coloreados a través de toda la pintura.
Vemos claramente que la composición de la obra vista desde lejos, está femada por cuatro grupos; dejando a Jesús solo en el centro. No hay ese cáliz que aparece en todas las santas cenas pintadas en el mundo de las manos de los grandes pintores. La maestría nos lleva también a admirar la mesa, su colocación y cada uno de los detalles de la misma: Trozos de pan, vasos a medio beber, platos vacíos y otros medio llenos… una gama de azules pálidos y rojos decadentes que debieron ser maravillosos en su época de renacer al arte. Las caras de los presentes en esta cena son reflejo de serenidad, de miradas dulces y quizás un poco interrogativas. La cara de Jesús es todo un reflejo de tranquilidad, incluso sabiendo que era el primer paso hacía su calvario particular. Todo en la obra refleja esa tranquilidad y ese sosiego que se vería después roto con los acontecimientos que nos han contado desde pequeños.
Vemos la cara de Leonardo en uno de los apóstoles, quizás porque él mismo se vio tan inmerso en la obra que quiso estar y quedarse para la eternidad en ella. Esos rasgos de nariz grande y mirada hacia el suelo, sobresalen del resto de los presentes. Destacar las manos, los pliegues, las miradas perdidas en medio de la nada.. los colores que se han vuelto ahora más modernos alejándose quizás mucho de los originales que le daba ese sabor de serenidad y de desvanecimiento de una realidad demasiado manoseadas por todos para que consiga seguir siendo la cuna de la verdad.
Hay que aclarar que cuanto más veces se ve, más cosas se descubren y que en una sola visita no podemos dislumbrar todo lo que hay en ella: la obra de un hombre, un gigante del arte, que nos deleitó con su forma de pintar, con su concepción de la belleza, con los misterios de la verdad… quizás era un tocado de la mano del que tanta veces quiso y pudo pintar… quizás sólo fue la mano que puso imagen a la verdad.
Datos para la visita, actualizados al día de la fecha:
**Dirección:
Santa Maria delle Grazie
Teléfono: (02) 4987588
Corso Magenta, Piazza Sta. Mª delle Grazie
Milán.
DAMADENEGRO2008