Después de la oscarizada La Gran Belleza, eran muchos los ojos puestos en la última película del premiado director italiano Paolo Sorrentino. La historia nos traslada a un hotel de los Alpes para vivir las vacaciones del gran director de orquesta Fred Ballinger (Michael Caine), su hija Lena (Rachel Weisz) y su amigo Mick (Harvey Keitel), que está ultimando el guión de su última película. La irrupción de un emisario de la reina Isabel en el intento de que Fred vuelva a dirigir un concierto, rompe con la estabilidad de su estancia. Cada uno de los personajes que aparecen en la cinta comenzará a tener que tomar decisiones o superar momentos de su vida.
Podríamos entrar a comentar una vez más que el cine está hecho en base a la cercanía de un equipo, y no hay más que ver que las piezas que más destacan en la cinta fueron conectadas en proyectos anteriores. Tanto Luca Bigazzi en la dirección de fotografía como Cristiano Travaglioli en el montaje, así como David Lang que repite después de La Gran Belleza, reman en la misma dirección cimentando un resultado final completo.
Con unas actuaciones de nivel extraordinario, nos encontramos con una historia en la que su valor principal se basa en la reflexión y el contraste de situaciones. La juventud, la vejez, la experiencia o la impulsividad, los errores cometidos o el orgullo. La belleza de las imágenes y la forma de acercarnos a los personajes destroza una pantalla que desde el primer minuto hemos atravesado. Con un primer plano en el que define a la perfección lo que nos encontramos en adelante, participamos en una vuelta sobre las decisiones constantes que cada uno de ellos debe tomar.
Lo relajado del hotel contrasta con las montañas, unas aventuras rocosas que convierten tanto a Fred, a Mick y al espectador en observadores, sobre los que recaen difíciles situaciones. La vida, casi referenciada como un fascismo soberano que dicta cada etapa de una persona, se afronta desde los ojos experimentados de aquellos que orgullosos y temerosos se agarran a las claves de su pasado.
Podríamos destacar de nuevo la belleza de sus imágenes, la respiración viva de su montaje o la calidez y la desnudez con la que la música nos acompaña. Pero todo se apoya para abrirnos paso a la mirada de aquello que nos es ajeno a la vez que familiar. Cuerpos que florecen y se marchitan tan rápido que no saben bien dónde están en cada momento. Sorrentino va definiendo aquello que se ve y lo sitúa encima de un altar sobre el que debemos discutir su valor, siempre contrarrestando la belleza establecida con el interés real que lo construye.
El tiempo que pasamos en la vida nos dibuja, las decisiones nos construyen y el futuro nos enjuicia. Rápido y sencillo es definir una película que se construye en la relativa simplicidad exterior y en lo vasto del interior de la vida de una persona. La Juventudse funde en las montañas suizas a base del contraste de la edad, donde la vejez deshiela toda la nieve que se ha depositado en forma de experiencia cuando la juventud se ve desde lejos.
En una frase: una bella reflexión sobre las bondades y las perversidades de la juventud y la vejez.
Víctor J. Alvarado