Ya se notaban los aromas árabes del asentamiento desde la primera vez que nos enamoramos; fue hace muchos años cuando la desconocida Cartuja que yo presentía austera como todos los recintos monacales, me fue revelada como el más fastuoso montaje del barroco andaluz, alcanzando cuotas de churrigueresco, donde las formas se retuercen una vez y una vez más hasta hacer imposible la creación de manos mortales. Blanca por dentro, de pétrea severidad por fuera esta belleza permanece quieta desde hace muchos siglos. Un aliado siempre ha sido el río Alfacar que rodeaba con sus aguas los cerros de Aynadamar.
Su fundación tiene también firma importante, pues fue el Gran Capitán en 1495 quien da órdenes concretas para que comiencen sus obras sobre el 1506 las cuales duraron tres siglos e hicieron del barroco estilo preciosista fruto a la mano de Francisco Hurtado que se ocupó personalmente del Sagrario, mano a mano entre el barroco y el churrigueresco. El mármol blanco, rojo y negro juegan a no encontrarse en el Altar Mayor de su iglesias y en esa increíble Sacristía se desvanece nuestra voluntad entre bóvedas ojivales y un púlpito que más parece un suplicatorio, del siglo XVI. Completa el conjunto la Sala Capitular con fecha de 1517 dotado de bóvedas, arcos y unas hermosas ventanas góticas y la Sala de los Monjes (1565) que está adornada con un artesonado renacentista y lienzos que recuerdan escenas pasadas de la cartuja.
Fue levantada en parte de las afueras que hoy se ven ahogadas por la ciudad universitaria y los nuevos bloques de viviendas que han restado belleza a su complejo pétreo y frío por fuera y de locura arquitectónica por dentro. De modo que olvidemos el pecado del hombre para adentrarnos en la obra magnífica que una vez más nos llama para resplandecer de belleza desde sus calladas paredes. La puerta de entrada es fría, de estilo plateresco, seria y sobria que despista al novato creyendo que va a ver un convento más de los muchos que pueblan nuestra geografía. Buena mentira es esta obra de Juan García de Pradas datada en el siglo XVI que utiliza el estilo plateresco una vez más para darle seriedad arquitectónica a un sobrio edificio, coronada por una hornacina que guarda la imagen de la Virgen.
Una vez pasada la puerta nos encontramos con un espacio que parece que quiere ponernos a prueba para lo que se nos va a mostrar. Yo le digo una “ambientación del Arte”, cosa muy corriente en esos monumentos especiales que hay en todo el mundo. Es como un espacio-compás entre lo sencillo hasta lo más inmensamente bello que las manos humanas pueden crear. Y es el empedrado del suelo el que nos devuelve a la realidad del momento ya vivido varias veces, pero lleno de emoción cada vez más y más. La magnífica entrada a la Iglesia del siglo XV la hacemos por la puerta de los fieles mientras dos más permanecen en espera de los inexistentes ya, legos y monjes. La Iglesia de una sola nave está divida en tres espacios destinados cada uno a monjes, legos y fieles que se separaban por elementos como el retablo o la reja de la escuela granadina.
Destaca en la nave el paso del marienismo al barroco con obras de Sánchez Cotán y el cancel con puertas de cristales adornadas con conchas, plata, maderas preciosas y marfil. El yeso es aquí material rey para ponernos ante los ojos la Virgen y su vida en mano de P. Atanasio Bocanegra, discípulo de Alonso Cano. Ya en su parte más profunda nos encontramos con el Altar Mayor. En realidad es un altar-baldaquino de madera dorada, obra de Francisco Hurtado Izquierdo (s.XVIII) que corona una Inmaculada de José de Mora; que deja transparentar el gran cristal que dentro de un arco, de medio punto separa el presbítero del Sancta Santorum. La cúpula es obra del artista cordobés Antonio Palomino (s. XVIII).
Sin embargo aún queda la parte más importante del conjunto y quizás lo que menos se esperan los novatos turistas, esos que van por primera vez que no creen que pueda ver algo más bello que está Iglesia: la Sacristía que esta a la izquierda del templo. La belleza es tal que deja embobado al personal. En su historia se baraja el nombre de Hurtado como su creador, obra iniciada en 1732 y acabada en 1745. El retablo está hecho sobre mármol de Lanjarón y en el se dan la mano la Inmaculada y San Bruno. Las pinturas de la cúpula fueron creadas por Tomás Ferrer en el s. XVIII. La yesería blanca recta y curva hacen formas imposibles de creer. Los altos zócalos de mármol dan un aspecto más andaluz al conjunto y se cierra con cajoneras y puertas realizadas por el lego cartujo J. Manuel Vázquez.
El claustrillo parece ser que fue la parte que quedó sin tocar del gran incendio que arruinó en s. XIX parte del claustro y la iglesia; se entra por una puerta que se sitúa a la derecha de la Iglesia y a través de un patio con arcada y fuente. El Refectorio tiene su entrada a través del patio y de sus paredes cuelgan lienzos de Sánchez Cotán sobre el origen y el comienzo de la Orden Cartujana. Presidiendo la sala está la Santa Cena.
Una nueva comunicación nos lleva a la sala De Profundis que fue construída en 1600 con un retablo de San Pedro y San Pablo. Dando paso nos adentramos en la Sala Capitular que se considera la más antigua del monasterio; tiene bóveda de crucería y los lienzos que cuelgan de sus muros son obra de Vicente Carducho con temas de la vida de los cartujos.
En la Galería del Patio hay cuatro capillas con obras de los hermanos Jerónimo, Francisco y Miguel García.
DAMADENEGRO2008
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