Si hay un color que define la primavera es el verde y es este color, precisamente, el que inunda una de las islas más bellamente salvajes de las Tierras Altas de Escocia, la Isla de Skye.
La Isla de Syke es uno de los destinos más tradicionales de los viajeros que desean conocer de primera mano las llamadas Islas Hébridas escocesas, pero también de aquellos de nosotros que disfrutamos con esos largos paseos por la naturaleza avistando águilas reales, nutrias, águilas marinas y ciervos rojos. Y es que en Syke parece que el tiempo se ha detenido. En cuanto sales un poco de su capital - Portree- empiezas a descubrir no uno, sino cientos de esos rincones que merecerían estar en el lugar de honor de las fotografías viajeras de Gretur Viajes. Pintorescas aldeas detenidas en el tiempo, pequeñas destilerías caseras de whisky, acantilados de vértigo que te roban la respiración? Pero también casas de piedra bellamente restauradas o castillos emblemáticos todavía habitados como el de Dunvegan o el del clan de los Mac Leod.
Este paraje, uno de los primeros destinos turísticos de los alpinistas de la era victoriana, ha recibido muchos calificativos: agreste, salvaje, eterno, ancestral, olvidado, perpetuo, misterioso, desolado, inaccesible, atractivo, arcaico, sensacional? Todos y cada uno de estos adjetivos son ciertos. Asomarse a uno de los hogares de los antiguos vikingos es casi como dar un paso atrás en el tiempo, como viajar a una era en la que el honor, las luchas de los clanes, los mitos, las leyendas y el sabor del agua fresca formaban parte del día a día de los habitantes de la bella Escocia.
Imágen: http://www.skye-media.com