Cuando vives fuera, lejos de tu familia y amigos, las herramientas para comunicarnos que tenemos hoy en día son una auténtica maravilla: podemos vernos por la cámara mientras hacemos Skype, enviar fotos al momento de lo bonito (o feo) que nos está pareciendo esto vía whatsapp, facebook o cualquier red social conocida, estamos pendientes todo el día de si alguien nos escribe para preguntar qué tal o cómo está el tiempo, hablar por teléfono a coste cero, simplemente con nuestra conexión a internet, etc. Todos estos avances son geniales si se utilizan bien, claro. O si se utilizan lo justo. Porque vaya tela.
Vaya por delante que soy una mujer pegada a mi smartphone, lo reconozco, lo admito, con una mezcla entre modernidad y vergüenza. Mi carácter perfeccionista en ciertas ocasiones hace que me exija responder a ciertos mensajes, que tenga ansiedad si veo que no me puedo comunicar. Que me dé rabia no poder compartir una foto si no tengo cobertura (socorro, a dónde estamos llegando), que haya alguien que se preocupe seriamente si en pocas horas no doy señales de vida. Todo esto me crea una sensación de agobio, a mí, que tan independiente me siento, realmente no lo soy tanto: dependo de mi puñetero móvil para despertarme, hablar con mi gente, emitir señales de vida de forma periódica para que se sepa que estoy ahí (como las cajas negras de los aviones). Hasta he volado en un avión con wifi!!! Ni en el avión se puede descansar oye, porque yo estuve enviando fotos de mi vuelo todo el rato.
Y esto me hace plantearme si no éramos más felices cuando no teníamos tanta cosa. Yo he vivido un Erasmus cuando no existía el whatsapp y nadie sabía si ese día te habías acostado más tarde viendo una peli o tomando una cerveza, o simplemente dándole vueltas a la cabeza sobre un problema. Tenía una cámara de fotos a la que le duraba la batería mogollón y servía como cámara de fotos, y punto. Para qué más. No tenía "rayadas" mentales porque mi pareja estaba conectada a las 03:25, "pues qué estará haciendo", ni veía fotos y pensaba "mira qué bien se lo pasa sin mí oye", cosas que nos han pasado (y nos pasan) a todos. De vez en cuando no tenía saldo y el móvil no valía para nada (pues se quedaba en casa y no me entraba ni rabia, ni cabreo, ni ansiedad por si alguien pensaba que había desaparecido de la faz de la tierra). En definitiva, que se vivía de forma más tranquila. Aunque ahora es fantástico poder comunicarte de esta forma, creo que el problema es el exceso de comunicación. Que no sabemos dónde está el límite. Que nos creemos que tenemos intimidad, y en verdad tenemos no-intimidad, pero lo peor es que pensamos que el límite lo ponemos nosotros...yo sólo comparto lo que quiero, sí ya. Y yo también.
Que nadie me malinterprete...me encanta saber de mi gente, de mis amigos, que me escriban, me pregunten...pero era una reflexión, porque nos ha cambiado tanto la vida, que yo ya no sé si al final esto generará una implosión y volveremos hacia atrás para acabar jugando a la serpiente con el Nokia ladrillo mientras nuestra única preocupación es recibir un SMS de la persona que nos gusta preguntándonos la tontería más grande del mundo.
Mañana más y mejor...buenas tardes a todos!! :)