A unos 130 kilómetros al sureste de la ciudad de Trikala, (donde habíamos dormido la noche anterior) se encuentra el famosos Paso de las Termópilas, donde en el año 480 antes de Cristo unos pocos miles de Griegos, (incluyendo 300 espartanos liderados por el rey Leónidas) se enfrentaron a lo que se calcula fueron cientos de miles de soldados Persas.
Este episodio histórico se ha hecho famoso en nuestra era, por servir de base narrativa para el comic de Frack Miller y su posterior adaptación al cine, con más o menos rigor histórico, pero desde luego con una poderosa estética visual.
En el tiempo en que tuvo lugar la batalla, el mar estaba mucho más cerca de las montañas, por lo que el paso era mucho más estrecho de lo que es hoy en la actualidad (unos 12 metros, frente a los 5km que alcanzan las orillas del río en algunos puntos hoy en día).
La habilidad estratégica de los griegos, permitió aprovechar esta peculiaridad geográfica y hacer frente al ejercito persa durante varios días, hasta que finalmente sucumbieron a su infinita superioridad numérica.
El nombre de Termópilas, (Thermopyl?n) significa “Puertas Calientes” y hace referencia a los manantiales de aguas termales que se encuentran en la zona. Según la mitología, las aguas de las Termópilas se calentaron cuando Heracles envenenado, sintiendo en su piel el picor que le causaba la túnica del centauro Neso, se arrojó al río para intentar aliviar el fuerte picor conservando las aguas el calor de Heracles.
Estas aguas termales se pueden visitar en la actualidad, aunque en verano, y a pleno sol, meterse en el agua bullente no es de lo más agradable. Eso sí, no me resistí a meter los pies, solo por sentir el burbujeo.
Encontrar la estatua de Leónidas, que conmemora la batalla nos costó bastante. Habíamos seguido las indicaciones hacia las termas, y eso nos había hecho salirnos de la carretera principal. Una vez allí, por más que preguntábamos a la gente que estaban acampados al rededor, nadie nos sabía decir dónde estaba la estatua.
Hubo una niña francesa que estaba allí de viaje de estudios con el colegio, que decía que había estado e intentó indicarnos, pero el idioma (o la edad) no le permitieron explicarse con claridad. Fuimos con el coche a través del descampado que es ahora el ancestral campo de batalla y cuando nos cansamos de no encontrar nada, nos volvimos a la carretera principal.
Y apenas un par de kilómetros después…voila! Una estatua gigantesca que era difícil no ver.
Justo bajo los pies de la broncínea escultura puede leerse “Molon labe“, la legendaria respuesta que según Plutarco, dio Leónidas a la exigencia del ejercito persa de que entregaran las armas: “Venid a cogerlas“.
Cerca de allí se encuentra la colina Kolonos, donde supuestamente los griegos resistieron hasta el final. Sin embargo, el calor acuciante, los kilómetros que nos quedaban por delante y el ruido de las chicharras que debía rivalizar con el que hicieran los cientos de miles de persas en el pasado, nos hizo desistir de la idea de subir la colina, y seguimos nuestro camino rumbo a Atenas.
Pero se acercaba ya la hora de comer y decidimos parar en el pueblo costero de Agios Kostantinos, donde comimos nuestra última ensalada horiatiki y nuestras últimas yemistá de pimiento y tomate. ¡Qué buenas estaban!
La barriga llena, calor, cansancio = un sueño no compatible con los kilómetros que nos quedaban por hacer.
¿La solución?
¡Una siesta en un banco a la sombra! En el parque del pueblo detrás de la iglesia. Y lo bien que nos sentó.
Comidos y descansados, reanudamos por fin nuestro camino, ahora ya sí, sin parar hasta llegar a Atenas donde nos perdimos un par de veces en la autovía para encontrar la calle donde teníamos que dejar el coche de alquiler. Pero mi compañero y conductor hizo gala de unas inusitadas dotes de orientación y de lo que recordaba que había visto casi 20 días atrás, logró encontrar el camino hasta la misma puerta de la oficina de Bazaar.
Ya sin coche, equipaje a cuestas, emprendimos el camino hacia un albergue, donde habíamos leído por Internet que podíamos dejar el equipaje unas horas pagando unos pocos euros. Cuando llegamos, el chico de la recepción decidió que como no era mucho tiempo, (a las 12 queríamos coger el bus hacia el aeropuerto) nos las guardaba gratis. ¡Un favor que le agradecimos de veras!
Y ya libres de equipaje, nos dispusimos a despedirnos de Atenas y a ver el atardecer desde una de sus colinas por última vez.
Elegimos la guinda del pastel: la colina Areopagus (la roca de Ares) desde donde las vistas tanto de la ciudad como de la Acrópolis son ES-PEC-TA-CU-LA-RES.
Desde luego que no estábamos sólos. Decenas de jóvenes se daban cita allí para despedir al sol, y celebrar que comienza la noche. Era fin de semana así que había mucho ambiente.
Dimos un paseo por la zona, donde nos resultó difícil encontrar un sitio para cenar barato. Al final nos volvimos a la zona del hostel, donde había un bareto con terraza donde tomamos algo, nuestras últimas Mythos y con un profundo suspiro de nostalgia viajera, emprendimos la última parte del viaje: el regreso.
Acrópolis de noche
De esta parte poco queda que contar. Un autobús interminable hasta el aeropuerto de madrugada. Muchas horas de espera en la terminal donde no te dejaban sentarte en el suelo, para que la gente no se duerma. Una escala en Zurich. Unos padres amorosos que nos recogen del aeropuerto de Málaga y nos dan posada por una noche. Y un reencuentro maravilloso con una hermana y su pequeña cachorrita recién nacida, que por entonces estaba ingresada pero que por suerte a día de hoy está sanota, sonriente,serena y simpática como ella sola. Y es que parece ser que los dioses nos escucharon aquel día en el templo del Cabo Sunion, cuando les ofrendamos la rama de olivo. ¡Parece que han pasado siglos desde entonces!
Y es aquí, Calderer@s donde ponemos punto y final a nuestro viaje de 20 días por tierras griegas. Espero que lo hayáis disfrutado casi tanto como lo saboreamos nosotros al vivirlo.
¡Hasta pronto!
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