Gracias por hacernos vivir aventuras con un baúl encantado, con brujas cargadas de buenas intenciones, con un mago despistado, con un estafador, la guardia nocturna o con la propia Muerte.
Gracias por enseñarnos que no se es demasiado viejo para ser un bárbaro, o demasiado joven para ser bruja, y además kelta por unos días. Que aunque hayan conjuros que te transformen en orangután podrás seguir siendo un magníifico bibliotecario y que hay maldiciones terribles como "Ojalá vivas tiempos interesantes".
Gracias por presentarnos a Rincewind, a Yaya Ceravieja, a la Muerte, al clan de los Nac Mac Feegle, a Vimes, a Lord Vetinari, a Húmedo von Mustachen, a Detritus, a Greebo, a Ridcully, a Escurridizo, a Gaspode y a muchos otros que seguro se me están olvidando, pero cuando repaso la lista de novelas, es inevitable que me asome una sonrisa al recordar las historias que contenían cada una de ellas.
El único consuelo que tengo hoy, Sir Pratchett, es que aún me quedan algunas novelas por leer de esa maravilla que se llama Mundodisco. Ayer mismo empecé "Un sombrero de cielo" y me encantaría que el clan de los Nac Mac Feegle le hubiera estado protegiendo como a Tiffany en el principio de esta novela, y hubieran ahuyentado a esa maldita enfermedad que le ha rondado como el enjambre que persigue a la pequeña bruja. O arpía, como la llamarían esos pequeños (y agresivos) seres.
Así que gracias, de nuevo, Sir Pratchett. Porque a pesar de que el mundo de la fantasía está de luto, sólo tenemos que recordar una de sus citas para volver a sonreír:
Los vivos eran los que no se daban cuenta de que sucedían cosas extrañas y maravillosas, porque la vida estaba demasiado llena de cosas aburridas y mundanas. - El segador