Habitada durante largos periodos de tiempo, y objeto de una ardua tarea de restauración y conservación, la fortaleza de Soutomaior se mantiene viva, como una de los castillos más importantes y simbólicos de Galicia.
Gran parte de lo que vemos hoy es original del castillo primigenio, otras secciones fueron añadidas más tarde. Levantado en un promontorio a 215 metros de altura, desde su cima se obtiene una imponente vista del valle del Verdugo, que incluye el castillo de Castrizán.
Los orígenes de Soutomaior se remontan al siglo XII y a punto estuvo de desaparecer por los enfrentamientos de uno de sus propietarios, Pedro Madruga, con los Reyes Católicos, que para bajarle los humos ordenaron la demolición de la fortaleza.
El desastre se evitó, pero no el castigo, ya que los Reyes ordenaron lo que en ese entonces era humillante para un noble, rebajar la altura de su torre del homenaje y derribar varias de sus murallas, con lo que el castillo dejaba de ser inexpugnable.
Al morir el noble, la familia entra en disputas internas por las propiedades y títulos nobiliarios, dividiendo el patrimonio y vendiendo gran parte del mismo. Por ello el castillo pasa de mano en mano hasta caer en las del Marqués de la Vega, que adquiere poco más que un conjunto de piedras arrasadas por un voraz incendio que tuvo lugar en 1809.
Pero fue este el punto de inflexión de la fortaleza, ya que el noble se embarcó en un proceso de reconstrucción y rehabilitación que ocuparía gran parte de su vida y empeño. Prácticamente restaurado entra en el siglo XX de la mano de la Marquesa de Ayerbe, que debe subastarlo para poder pagar sus numerosas deudas.
Tras unos años de nuevo abandono, entra en su historia un nuevo propietario, el militar portorriqueño Eugenio Carlos de Hostos, que también dedicó parte de su patrimonio a restaurar las partes que habían quedado dañadas por el paso del tiempo.
Las malas lenguas cuentan que su siguiente propietario, un acaudalado alemán, lo utilizó como centro de actividades oscuras relacionadas con el régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Pero claro, sobre esto no hay mucha información. Lo que si sabemos es que su periodo de esplendor comienza en 1982, cuando fue adquirido por la Diputación, para ser transformado en museo y centro de visitas turísticas.
Tras cinco años de intensa restauración, el castillo abrió sus puertas al público y con él un maravilloso jardín que permanecía olvidado. Las cuentas no fueron tan optimistas, ya que el proceso supuso un gasto diez veces mayor que el precio de compra del castillo, es decir unos 3 millones de euros.
De nuevo en 2017 hubo que intervenir en la estructura y los jardines, con un nuevo desembolso de casi 5 millones más. No debe extrañarnos el importe de estos gastos, ya que la enorme estructura del castillo incluye dos torres, la del Conde y la del Homenaje (de 15 metros de altura), un gran patio de armas y sobre todo la hermosa Galería de las Damas, una terraza con arcos ojivales que se añadió en el siglo XX.
Pero sin desmerecer la fortaleza, sin duda me quedo con su jardines de estilo francés, cuyos principales benefactores fueron los Marqueses de la Vega.
Fueron ellos los que a partir de 1870 comienzan la tarea de plantar diferentes especies traídas de innumerables rincones del mundo, y que incluyen enormes árboles como los cedros del Líbano, eucaliptos, pinsapos, secuoyas, cipreses, pinos y sobre todo camelias, con más de 22 especies distintas que pueblan un espacio de casi 16.000m² y que le ha valido el reconocimiento como Jardín de Excelencia Internacional por la Sociedad Internacional de la Camelia.
Nos acercamos ahora a la ciudad de Vigo, la mayor de las urbes gallegas y corazón de las Rías Baixas.
Iniciamos la ruta en el Puerto Deportivo, repleto de embarcaciones y donde se encuentra el Real Club Náutico. El club se funda en 1906, siendo apadrinado y honrado con el título de Real por Alfonso XIII. El edificio que vemos data de 1945 y tiene la peculiaridad de poseer la primera piscina cubierta climatizada de Galicia.Frente a las instalaciones se encuentra uno de los pulmones verdes de la ciudad, el Jardín de las Avenidas. En su centro se levanta el monumento con el que la ciudad recuerda los logros e innovaciones que como diputado por la ciudad consiguió el ingeniero madrileño Elduayen, Marqués del Pazo de la Merced, durante 40 años.
Erigido en 1896, en su cúspide se encuentra la escultura de Elduayen, de 2,70 metros de alto, sosteniendo los planos del puerto de Vigo y el trazado del ferrocarril que tanta riqueza trajo a la ciudad. Escoltándola, los cuatro ministerios que ostentó el marqués en vida, Gobernación, Hacienda, Ultramar y Estado. Sus logros incluyen el citado ferrocarril Vigo- Ourense, el vapor a Filipinas, el Hospital del Carmen y la carretera Vigo-Baiona en re otros.
Andando hacia el sur de la ciudad encontramos la Alameda de la Plaza de Compostela, abarrotado de enormes árboles centenarios como álamos blancos, magnolios y camelios, con una enorme fuente central. Se construyó sobre un terreno ganado al mar y pronto se convirtió en lugar de residencia de las familias adineradas, incrementando el valor de su suelo hasta convertirse en uno de los lugares más caros de la ciudad.
A mediados del siglo XIX se produjo en la ciudad un cambio traído por el aumento de riqueza y poder económico, es el llamado Ensanche. Su eje principal fue y es la rúa Policarpo Sanz. A lo largo de ella y de varias calles aledañas se edificaron enormes y ostentosos edificios que nacieron de una combinación casi perfecta. Por un lado el poder y el dinero de una burguesía pujante relacionada con la pesca y la industria conservera, sumado al flujo constante de divisas que aportaban los indianos que habían emigrado a Cuba, y por otro los arquitectos que trabajaron codo con codo con los afamados canteros gallegos.
Así, aparte de los espectaculares y elegantes edificios que fueron residencia de esta burguesía todopoderosa, encontramos joyas como el Teatro García Barbón, construido siguiendo el modelo de la Ópera de París, en fino granito blanco de Castrelos.
En la Plaza Puerta del Sol encontramos una curiosidad que se levanta en lo alto de un poste.
Bautizado "El Sireno" por su autor Francisco Leiro, esta mezcla entre pez y hombre en acero inoxidable representa un personaje con una gran cabeza, sin brazos y cubierto de escamas que descansa sobre dos columnas de granito a 11 metros de altura. Polémica en el momento de su colocación en 1991, se ha convertido en uno de los símbolos artísticos de la ciudad.
Subimos un poco ahora en altura para acercarnos al Miradouro da Oliveira, lugar ideal para contemplar la Ría de Vigo, enclavado en la coqueta plaza de A Fonte y adornado por el Paseo de Alfonso XII.
Casi en su centro encontramos el vigoroso olivo que hace que el segundo nombre de Vigo sea "ciudad olívica". Es uno de los último ejemplares de los miles de árboles de esta especie que rodeaban la urbe en tiempos de los Reyes Católicos y que éstos ordenaron arrasar para castigar a sus habitantes por apoyar a la "Beltraneja" en su intento por reclamar el trono de España. Aunque centenario, no es de esa época, pero sí descendiente, y los vigueses bien se cuidan de cuidar nuevos ejemplares que llegado el caso lo sustituyan, como símbolo del tesón y el empeño de toda una ciudad.
Por la Rúa de Santiago continuamos nuestra subida, hasta llegar a otro punto de obligada visita.
Tenemos ante nosotros los restos del Castelo de San Sebastián.
Esta fortaleza, situada en el punto más alto de la ciudad se remonta a la época medieval, cuando ostentaba el nombre de Penso y era propiedad del arzobispo de Vigo.
Derribada posteriormente, en su lugar se estableció parte de la población, cuyas casas poco duraron, ya que el bastión era claramente estratégico para la defensa de la ciudad, y fueron demolidas para levantar la fortaleza que vemos hoy.
Cerca se encontraba la Capilla de San Sebastian, abogado de una peste que de cuando en cuando azotaba la ciudad. Al levantar las murallas de la fortaleza, el pequeño templo quedó fuera de su protección, ya que se necesitaba todo el terreno para construir pabellones y edificios militares.
En 1813, durante la celebración de la Reconquista explota violentamente su polvorín y con él la mayoría de los edificios que componían el conjunto. Aún así se siguió usando como cuartel hasta 1964, momento en que se cede a la ciudad para usar sus terrenos como sede de edificios municipales.
Callejeando por el casco antiguo de la ciudad, tarde o temprano nos vamos a encontrar con la Concatedral de Vigo, un edificio de estilo neoclásico levantada en el lugar que ocupaba otro templo que contaba con un enorme cementerio. El cambio en la legislación sanitaria obligó a su demolición y traslado de los restos humanos a otro lugar, fuera esta vez del lo que entonces era el casco urbano. En su interior se custodia el Cristo de la Victoria, de gran devoción en la ciudad y que recorre sus calles en agosto.
Son espectaculares los mosaicos que adornan el altar mayor, que representan a dos ángeles que portan las Tablas de la Ley y los Evangelios, y en el fondo del altar la representación de las ciudades de Estambul y Roma.
Otro rincón de gran atractivo es el Centro cultural Portugués, o Fundación Camôes, que ocupa el edificio más antiguo de la ciudad, la Casa de Arimes. El palacete del siglo XV presenta en su macizos muros la ornamentación sobria del gótico tardío que incluye un torreón y el escudo de armas de la familia Ceta.
Frente a él, la rúa dos Cesteiros, hogar del gremio que proveía a los marineros y agricultores de cestas de palangre y patelas.
De nuevo en el ensanche, destacan edificios como El Moderno, levantado a finales del siglo XIX en estilo francés, con la idea de que fueran viviendas de renta, aunque finalmente fue uno de los hoteles más lujosos de Vigo. Hoy día es sede de un conocido banco y sus antiguas habitaciones retoman la idea original de viviendas de lujo.
En la rúa de Urzaiz hay otro edificio muy interesante, aunque más moderno. Es el edificio Aurora Polar, de 1959, en estilo racionalista que presenta un precios altorrelieve que no muestra una familia protegida por la compañía de seguros del mismo nombre y que en él tuvo su sede.