Siempre he querido escribir sobre Galicia, aunque nunca podría igualar a Rosalía de Castro que tan bien la define. Habla de prados, de ríos, de arboledas y de noches de luna. Habla de esa tan bien definida morriña que jamás supe que iba a sentir con tanta intensidad. Y es que es imposible no enamorarse de ella, separarse de sus calles y, después, echarla de menos. Siempre he querido escribir sobre ella, no por los detalles que decoran sus arterias de piedra y hiedra, que son preciosas, ni por su gente variopinta, alegre y auténtica, sino por todo lo que regala sin pedir nada a cambio. Por su olor a marisco y mar, a sal y a lluvia. Quizás por eso, por todo el aprecio que la tengo, por todo lo que me ha dado y que la debo, no me atrevo a escribir sobre ella. Porque, la verdad, no creo que encuentre, ni siquiera que existan, palabras para describir todo lo que Galicia te hace sentir.
Cierro los ojos y no puedo evitar pensar en cómo el paisaje se torna en todas las tonalidades de verde cuando mi tren supera las llanuras de Castilla y se adentra en el corazón de Galicia, tan lleno de flora y fauna, tan llena de vida. No puedo quitarme de la cabeza las terribles fotografías que he visto en las redes sociales de mis amigos. Fotografías tomadas desde la ventana de sus casas, donde ven cómo las llaman se acercan peligrosamente a su hogar y, a su paso, dejan imagen de desolación. Dejan negro y gris, huele a cenizas y a muerte, a mucho dolor ante quien tuvo la poca vergüenza de encender la llama. Veo a los vecinos de pequeños y grades pueblos, luchando contra las llamas con los pocos recursos que tienen, veo sus cadenas humanas ante las lágrimas de los que no pueden ayudar, es una guerra desmedida. Hoy estoy de luto.
No puedo evitar pensar qué locura nos está aquejando, que dedicamos más tiempo y preocupación a la política que a nuestras tierras. Que España se está secando y Galicia debería estar llorando agua, como lo ha hecho siempre, y en vez de eso está llorando los cadáveres de sus árboles. Que esta sequía de sentimientos y sentido común nos va a matar de sed. Que Galicia no está ardiendo, la están quemando. No puedo evitar preguntarme por qué las personas que nos representan no apuestan por lo importante, por qué no ponen todos sus esfuerzos en apagar estas llamas que nos están quemando a todos por dentro. Por qué no hablan de culpables, por qué no se implican con el campo, por qué los presupuestos son más altos para el cemento y la ciudad que para la tierra y la vida, por qué hay leyes que protegen a los delincuentes, también los de traje y corbata, por qué los intereses políticos y económicos son más importantes que las personas. Ya no queremos repetir “nunca mais” porque parece que esto no cesa y a nadie la importa.
Galicia, me ardes por dentro.