Emprendieron la marcha. Javier dió a su esposa la mitad de las piedras que había recolectado y le dijo lo que debía hacer con ellas. Siguieron cabalgando y faltando cinco metros para llegar al pie de la montaña quedaron paralizados de horror. Bajaron de los caballos y caminaron hacia delante.
Se encontraban rodeados por los aldeanos, eran casi ciento cincuenta personas sin contar los que estaban detrás de ellos y los que estaban casi en la cima. Todos estaban armados, hombres y mujeres, con cuchillos, palas, machetes etc. Sus rostros reflejaban un odio fuerte y Lorena casi podía ver como todas las miradas estaban dirigidas hacia ella. Sintió que casi se desvanecía, retrocedió un poco pero Javier la tomó por el brazo, la abrazó fuertemente y la besó.
A una seña del líder de los aldeanos éstos comenzaron a gritar y se abalanzaron sobre Lorena. Javier sacó las piedras y comenzó a lanzarlas a las frentes de los aldeanos, hiriéndolos y poniéndolos fuera de combate. Lorena siguió el ejemplo de su esposo y fue tirando piedras encajándoselas en la frente a cada aldeano que se interpusiera a su paso. De esta manera pudo abrirse camino para comenzar a escalar la montaña.
En todo el alboroto sus acompañantes hicieron lo mismo siguiendo así el plan del viejo. Tal como lo había imaginado los aldeanos siguieron a Lorena con la convicción de que era ella quien llevaba al niño. Esto fue una ventaja para ella ya que al no cargar con el peso de su hijo, sus movimientos eran más libres y podía escalar la montaña con más agilidad. De vez en cuando miraba hacia atrás y cuando se le acercaban demasiado comenzaba a tirarles piedras, acertando cada una en el blanco y sin dejar de proseguir su marcha. El anciano también escalaba la montaña, lógicamente con menos agilidad que Lorena y también era perseguido por algunos de los aldeanos quienes le gritaban frases llenas de odio, diciéndole traidor y cosas parecidas.
Mientras todo esto sucedía en la superficie Javier había encontrado la entrada a las cuevas. Siguió por el camino que el anciano le había indicado aunque a veces dudaba de andar por el sitio correcto. Extrañamente cada vez que dudaba un suave resplandor le indicaba el camino a seguir, era como si alguien o algo lo guiara. Casi no se podía ver nada, la cueva era húmeda y el camino resbaloso. Estuvo a punto de caer varias veces, de pronto el camino era amplio y poco a poco se iba acortando hasta que sólo podía avanzar poniendo un pie delante del otro teniendo cuidado de no caer al abismo.
El trayecto se le fué haciendo cada vez más largo y poco a poco iba perdiendo las esperanzas de llegar, dudaba y no sabía si estaba en la dirección correcta o si estaba bien lo que hacía. Mientras caminaba empezó a pensar en su esposa. Rogaba al cielo que pudiera llegar a salvo al templo, que nadie pudiera herirla y se sintió miserable pués donde estaba nadie lo seguía, estaba seguro y no tenía la presión de sus compañeros en el exterior.
Pensó que podía esconderse en esas cuevas y en la noche mientras estuvieran descuidados iría a buscar a su esposa y al anciano al templo y les propondría que se escondieran por un tiempo en ese sitio. Casi estaba convencido de ello cuando sintió una leve tosecita. Se quitó la manta y observó a Marcos. El resplandor que le había guiado hasta ese momento comenzó a hacerse más fuerte y pudo ver el rostro de su hijo. De pronto abrió los ojitos, muy suavemente, como si hiciera un esfuerzo sobrehumano. Abrió la boquita y susurro algo. Javier acercó su oído para poder percibir lo que decía. Marcos repitió:
- Por favor papi, llega pronto, necesito llegar al templo. No me falles, yo quiero llegar...¡ Llévame !
Era la única vez que lo había oído hablar desde que habían cambiado el rumbo en el oasis. Sabía que había sacado fuerzas de donde no tenía para decirle aquello y él no lo podía entender. Se armó de valor y decidió llevar a cabo su encomienda hasta el final. Marcos cerró nuevamente los ojitos y una suave sonrisa se dibujó en sus labios.
Continuará...
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