Realmente Javier estaba en lo correcto, hacía dos días que los aldeanos los estaban siguiendo. Se dividieron en tres grupos. El primero los seguiría durante todo el viaje. El segundo se colocaría al pie de la montaña para obstruirles el paso y el tercer grupo rodearía el templo para evitar que el niño entrara y darles muerte a todos si los dos grupos anteriores fallaban.
Pasaron dos días más y el primer grupo de aldeanos ya se hacían visibles para nuestros viajeros. Javier podía ver sus rostros llenos de odio y sabía que en cualquier momento se acercarían a darles muerte. Las provisiones estaban casi agotadas y la salud de Marcos empeoraba. Apenas hablaba, sólo nombraba a su madre y permanecía con los ojitos cerrados. Sus largas pestañas negras marcaban un contraste muy fuerte con la palidez extrema de su rostro. Lorena lo miraba inmutable, no salían lágrimas de sus ojos y de sus delgados labios sólo salían expresiones de amor para Marcos.
Canciones de cuna lo arrullaban mientras ella lo apretaba suavemente contra su pecho y sus largos cabellos castaños cubrían su delicada piel. Javier admiró a su esposa más que nunca. Admiró su resignación y su entereza de carácter. No podía comprender como no expresaba su dolor. "Con lo llorona que es no comprendo como puede estar tan calmada" pensó Javier.
Sin embargo lo que Javier no sabía era que su esposa sentía que se moría por dentro. Por cada gemido de Marcos sentía que el corazón se le comprimía y un dolor agudo lo atravesaba como si fuera un puñal. Cada vez que su hijo pronunciaba la palabra "mamá" con su delicada vocecita debía sacar fuerzas de donde no tenía para no romper a llorar.
Casi al atardecer de ese día acamparon a un kilómetro de la montaña. Javier tomó un saco pequeño y comenzó a recolectar cuanta piedra mediana había a su alrededor. Después de llenar el saco lo guardó y se reunió con su esposa y el anciano.
El anciano casi no habló durante todo el trayecto, parecía hipnotizado. Le informó a Javier el camino a seguir para el día siguiente.
‑ Mañana ‑ dijo el viejo ‑ los aldeanos que nos han estado siguiendo nos atacarán.
‑¿ Cómo puedes estar tan seguro de que será mañana?, hasta ahora sólo nos han estado siguiendo.
‑ Yo sé lo que te digo, hasta ahora nos han estado siguiendo porque no están seguros de que sigamos adelante. No es usual que dos personas como ustedes lleven a su hijo al sacrificio. Estaban seguros de que flaquearían pero ya hoy se han dado cuenta de que no es así.
‑ Si lo que dices es cierto, significa que a partir de mañana comenzaran a luchar con nosotros. Lo extraño es que si ya están convencidos ¿por qué no nos matan mientras dormimos?.
‑ Porque deben hacerlo a la luz del día, así está escrito.
‑ Entonces ¿ cuál es el plan a seguir?.
El anciano tomó una rama y comenzó a dibujar sobre la tierra. Hizo una especie de mapa y le dijo a Javier:
‑ Ellos se han dado cuenta de que tu mujer no suelta al niño para nada, así que deben estar convencidos de que será ella quien lo lleve al templo. Mañana llevarás a tu hijo pegado a tu pecho y te pondrás una manta para que no se den cuenta del cambio. Tu mujer deberá juntar mucha tela en un saco y darle la forma de tu hijo. Deberá actuar de la misma forma para que no noten la diferencia, de ustedes dos depende que ellos crean que es la madre la que lleva al pequeño.
‑ Pero de esa forma lo que lograremos es que si notan el cambio lo primero que harán será asesinarla a ella ‑ dijo Javier preocupado.
‑ Tiene razón el anciano, ‑ dijo Lorena que en toda la conversación había permanecido callada ‑ prefiero despistarlos haciendo que de esa forma me sigan.
‑ ¡ Pero te matarán !!!. Ya es bastante que pierda a mi hijo por un estúpido cuento para que esos desgraciados maten también a la mujer que amo.
Lorena puso sus dedos con ternura en los labios de Javier, luego rodeó su cuello y lo atrajo hacia sí y lo besó largamente. Era un beso dulce, callado, cómplice, tierno. Al terminar Javier miró al viejo y dijo:
‑ Pués bién, no se hable más del asunto, ya sabemos quien manda, así que yo llevaré a Marcos y Lorena a los trapos. Ahora debemos planear el camino a seguir.
‑ Debemos tener cuidado pués están armados.
‑ ¿ Si? ,no me digas‑ dijo Javier en tono burlón‑ pues no teman porque yo los protegeré con mis piedritas asesinas.
Lorena echó a reír mientras veía a su esposo haciendo piruetas. Sin embargo el anciano estaba serio.
‑ Esto no es un juego ‑ dijo en tono severo‑ la vida de todos esta en peligro y tu te comportas como un idiota.
‑ Tienes razón anciano ‑ se disculpó ‑ dime que debemos hacer.
‑ Mañana al llegar al pie de la montaña tendremos que separarnos. El camino hacia el templo es subiendo en línea recta hacia la cima. Es el más corto y el que los aldeanos suponen que seguiremos. Por ese lado irá Lorena para despistarlos mientras tu y yo iremos por lados contrarios, tu por la derecha y yo por la izquierda. Yo tendré bajo mi manta otro saco igual al de Lorena por si descubren que es un fraude. Para cuando eso suceda ya tu estarás fuera de su vista pues entrarás en estas cuevas ‑ dijo señalando en el mapa y prosiguió ‑ Entonces me seguirán a mí porque Lorena les dirá que yo tengo al niño. De esta forma te dará tiempo de llegar a la cima y entrar con el niño al templo. Debes tener mucho cuidado y mucha fe. Mientras más te acerques a la cima tu hijo irá agonizando.
‑ ¿ Y qué se supone que debo hacer una vez dentro? ‑preguntó Javier.
‑ Eso no lo sé, mi misión fue traerlos hasta aquí y lo he cumplido. Se supone que tu debes saber que hacer, así está escrito.
‑ Está escrito, ¿eso es todo lo que sabes decir, y donde está todo eso que yo no he leído. Acaso algún cuento que dejé de leer en mi infancia, o algún libro que no compré?. Y ¿quien fue el gracioso al que se le ocurrió ese cuento estúpido y por el que yo debo perder a mi hijo?. No puedo aceptarlo, esto es demasiado para mí.
Se acercó a Lorena y miró a su hijo. No sabía como reaccionar, Marcos estaba pálido, no hablaba, no se quejaba y su piel estaba perdiendo calor. Se llevó las manos a la cabeza y dió un grito tan fuerte que estremeció hasta a los árboles. Las lágrimas corrían por su mejilla y su mirada estaba como ausente. Miró a su esposa acusadoramente y preguntó:
‑¿ Qué clase de madre eres que llevas a tu hijo serenamente a la muerte?
Lorena lo miró pasivamente y en voz muy baja pero llena de un dolor inimaginable le respondió:
‑ ¿ Es que acaso crees que tu eres el único que sufre, es que piensas que yo no siento nada? ¿ Quien te imaginas que soy? Yo más que nadie deseé este hijo, yo recé durante dos años día a día para engendrarlo. Yo disfruté cada uno de sus movimientos en mi vientre y hasta sentí placer por cada una de las contracciones al momento del parto. Todo lo acepté con la mayor dicha por que lo deseaba . Yo lo amamanté hasta que mis pechos estuvieron secos y lo crié con todo el amor que solo una verdadera madre sabe dar. Soñé con su futuro y con las cosas hermosas que algún día haría. Y después de tantas cosas hermosas que he vivido junto a él y junto a tí ¿ Crees que estoy muy feliz ?. Yo tampoco puedo aceptar lo que está sucediendo pero déjame decirte algo...‑ sus ojos estaban llenos de lágrimas y su voz era entrecortada, casi no podía hacerse escuchar. Respiró profundamente y tomó fuerzas de donde no tenía para continuar ‑ No crié a mi hijo para que unos bastardos sin corazón lo asesinen sin razón, antes de que eso suceda y si no tengo otra alternativa prefiero que su alma esté en un lugar sagrado con el Dios del Este y no verlo mutilado por esas bestias sedientas de sangre. Su corta existencia...su corta existencia y su muerte no serán en vano. Así que cálmate pués para mí es como si me arrancaran el corazón y ya no se si puedo seguir adelante.
Javier permaneció en silencio durante un corto tiempo, se arrodilló frente a ella y le pidió perdón por su inconciencia. Esa era la última noche que pasarían con su hijo así que se acostaron juntos con el niño entre los dos y pasaron casi toda la noche acariciándolo, besándolo, cantándole y contándole cuentos de hadas. La respiración de Marcos parecía un suspiro, suave y continuo. Apenas movía los labios y ellos sabían que su hijo estaba agonizando.
Capítulo Cinco
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