En mi trayectoria peregrina lo que he podido observar es que los motivos que nos mueven a cada uno a ponernos en marcha son de lo más diversos. Es más, como tantas veces se comenta con la gente que te cruzas o con la que convives en los albergues, casi me atrevería a decir que hay tantos caminos como personas y que la experiencia es de las que siempre dejan huella.
En 2013, después de recorrer el Camino Portugués desde Valença do Minho, publiqué una entrada en la que te compartía varios motivos por los que recomendaba tener esta vivencia tan especial. Si quieres conocerla o recordarla puedes verla aquí: http://cosasdemago.blogspot.com/2013/08/el-camino-de-santiago-una-experiencia.html
Confieso que la motivación de este camino, el primero que hice, fue principalmente deportiva. Me eché a andar porque me parecía una forma barata de salir de vacaciones y un reto ver si era capaz de aguantar tantos días seguidos caminando con una mochila cargada a la espalda.
En 2017 volví a escribir dejando una pequeña crónica del primer tramo que hice del Camino Francés.
En esta ocasión mi predisposición ya era otra. Había iniciado el año anterior un proceso de conversión, del que no me arrepiento en absoluto aunque muchos piensen que he perdido la cabeza, y me apetecía que tuviera algún sentido religioso. Preparé unas oraciones y unos comentarios que quería compartir con el grupo de amigos con los que iba (aunque todos ellos fueran cristianos alejados de la Iglesia), pero mis pequeñas arengas tuvieron que quedar interrumpidas al verme obligada a hacer la mitad del camino en autobús debido a unas ampollas.
El tercero, en 2018, fue, sin duda, el camino más duro y eso que ni siquiera pude salir de casa. De hecho fue tan triste todo lo que viví que prefiero no hablar de ello. Y el de este verano, que partía con una situación personal algo compleja, solamente aspiraba a tener un camino de encuentro con Dios y, hoy, doy muchas gracias porque siento que así fue. ¿Te animas a seguir leyendo y conocer cómo fue esa experiencia de fe que he vivido este año recorriendo el trayecto entre Logroño y Burgos?
Eso sí, antes de seguir... ¿sabes a qué me refiero con experiencia de fe? ¿sabes qué es la fe? Si no tienes ni idea de lo que te hablo hay una publicación, en el blog de mi parroquia, que igual te puede interesar. Se titula Creciendo con fe y en ella se habla de qué es, por qué se tiene y cómo se vive.
Resumiendo al máximo puedo decirte que para mí la fe es creer voluntariamente en Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo), que se revela al hombre y que espera que cada uno de nosotros demos respuesta a su llamada. Y para ver si era capaz de aprender a contestar algo mejor y poner un poco más de luz a mi vida quise echarme a andar.
Iniciaba mi peregrinar, en coche hasta Burgos, después de escuchar misa en el Convento de San Pascual (Aranjuez). Desde allí partiría, con una amiga, hasta Logroño para volver caminando hasta la Ciudad del Cid. Realizamos un total de siete etapas porque dividimos alguna para que no fuera tan larga y el número ya me pareció perfecto. Siete son también los dones del Espíritu Santo, al que yo quería buscar en cada paso.
La primera etapa, hasta la localidad de Ventosa, coincidió con el día de la Transfiguración del Señor y la verdad es que, con el frescor de la mañana y la alegría de volver a estar en el Camino, yo también me sentía como en el mismo Tabor. No dejaba de decir, tal como expresaba el himno de laudes, "Transfigúrame, Señor, transfigúrame".
Me llenó de alegría ver que la primera en saludarme fue la Virgen del Rocío, que estaba en la zona del embalse de la Grajera y la Barranca. Podría haber pensado que fue una casualidad pero sé que no. Ella, como buena Madre Celestial, sabía que lo que mi corazón más deseaba no era llegar a Burgos sino continuar hasta su aldea, para acompañarla después en ese traslado que yo llevaba esperando desde hacía más de 20 años (quizá otro día hable de ello). Lo que yo sentí es que la Virgen misma estaba en ese altar deseándome un buen camino y recordándome que me esperaba en tierras onubenses.
El segundo día me hubiera gustado poder visitar el Monasterio de Santa María la Real pero, dado que nuestra prioridad era no pasar caminando muchas horas de calor, porque no había sombra en el recorrido, tuve que renunciar a ello (como a tantas otras cosas en la vida). Cambiamos la contemplación de obras arquitectónicas por paisajes naturales, llenos de viñedos, sobre los que meditar.
El tercer día, fue una etapa dura porque me había levantado con dolor de cabeza y hubo un momento en el que las piernas no querían ni subir los bordillos de lo cargadas que las tenía pero, a pesar de todo, llegamos a Santo Domingo de la Calzada y allí vi como todo ese sufrimiento era recompensado. Nos alojamos en el albergue de la abadía cisterciense y fue un auténtico regalo poder compartir con las hermanas las vísperas y el rosario; pero quizá me hizo más ilusión todavía que me acompañara una peregrina protestante y escucharla decir que le había gustado mucho la experiencia. Además tuve la oportunidad de participar en la celebración de la Misa y pasar por la Puerta del Perdón de la concatedral de allí, así como de ganar las indulgencias en la celebración del Año Jubilar Calceatense por el Milenario del nacimiento de Santo Domingo de la Calzada. Por cierto... ¡qué extraña diosidencia que la misa que se celebró allí fuera dedicada a la Virgen!
En la cuarta etapa, que fue la más larga y encima tuvimos que realizarla con el viento en contra durante gran parte del recorrido, ¡cuántas gracias di por la tarde anterior! Y cómo empezó a tocarme el corazón Santo Domingo de la Calzada. Me hizo especial ilusión pasar por Viloria de Rioja, el pueblo donde nació, y desde que he cruzado a pie su tierra vengo observando que se está despertando en mí una extraña simpatía por él, algo que hasta ahora solamente me había con Santa Beatriz de Silva.
La quinta etapa fue un paseo por el que disfruté caminando, rosario en mano, mientras ofrecía misterios y me dejaba sorprender por el ruido que hacía el trigo cuando le daba el viento. Ya estábamos en Villafranca Montes de Oca y allí quiso Dios hacerme otro regalo enorme. Presentía que me iba a quedar sin poder asistir a la misa dominical, porque me habían dicho que en Atapuerca no había, pero justo ese sábado por la tarde hubo una celebración excepcional organizada por un grupo de quintos del pueblo. Además, mira por dónde, volvió a ser una misa de acción de gracias a la Virgen.
La sexta etapa fue dura, casi sin dormir y con dolor hasta de alma, pero... allí quedaron 20km que fueron llenados con mucha oración y ofrecimiento. Por el camino, entre otras cosas, desgrané los 20 misterios del rosario y mientras los rezaba tuve varias "diosidencias" de esas curiosas y que te hacen pensar.
Durante los misterios dolorosos, que ofrecí por la gente que la India que estaban sufriendo unas importantes inundaciones, tuve que caminar bajo la lluvia y subiendo monte con un camino de flores moradas a los laterales que hizo que denominara "caminito nazareno". Entre oración y oración me venía a la mente también este poema de José María Souvirón, que aparece en la liturgia de las horas:
Ando por mi camino, pasajero,
y a veces creo que voy sin compañía,
hasta que siento el paso que me guía,
al compás de mi andar, de otro viajero.
No lo veo, pero está. Si voy ligero,
Él apresura el paso; se diría
que quiere ir a mi lado todo el día,
invisible y seguro el compañero.
Al llegar a terreno solitario,
Él me presta valor para que siga,
y, si descanso, junto a mí reposa.
Y, cuando hay que subir monte (Calvario
lo llama Él), siento en su mano amiga,
que me ayuda, una llaga dolorosa.
Con los misterios gloriosos se acabó la tormenta y justo con la Coronación de la Virgen, cuando pensaba en la advocación del Rocío por la que tanta devoción tengo, salió un sol espléndido.
Durante los luminosos no puedo explicar todo lo que sentía, me venían muchas cosas a la cabeza, era como hacer una revisión de mi vida pero siempre llena de una paz enorme; sin embargo, cuando iba rezando el tercer misterio de los gozosos (el nacimiento de Jesús), sí que recuerdo que me llamó mucho la atención la cantidad de pequeños pinos de navidad que había a los lados
La última etapa me dejó, literalmente, helada. Pasé frío cruzando la sierra de Atapuerca pero el camino se acababa, todo había ido según lo previsto y ya en Burgos pudimos celebrar que habíamos llegado a la meta tomando un vermut casero y participando en la misa del peregrino que se celebró en la catedral, nuevamente ofrecida a la Virgen. Creo que en esta ocasión quería dejarme claro que venía conmigo. Que alegría haber recibido la gracia de poder sentir que de la mano de María es mucho más sencillo caminar hacia Cristo. ¡Ojalá nunca se apague en mí el deseo de seguir peregrinando con Ella como referente!
Y llegados a este punto tal vez puedas pensar que con quien me he encontrado ha sido con la Virgen más que con Dios pero... ¿sabes qué? No importa porque Ella siempre te lleva a su Hijo. Y Jesús al Padre. Y al Padre, que es el Creador, lo he visto al amanecer, al atardecer, en cada obra de arte que podía contemplar, en toda ese gente que él ha querido cruzar en mi camino, que no han sido pocos y de algunos guardo muy buenos recuerdos con mucho cariño.
Como ves al final el mayor encuentro lo he tenido en las cosas más cotidianas y me han llenado de alegría así que, si estás de bajón o pasando por un mal momento, yo te animo a que intentes peregrinar en tu día a día rutinario. Estoy convencida de que si prestas atención seguro que tú también puedes llenarte de alegría al descubrir mucha presencia de Él en la vida, que es donde hacemos el verdadero camino.
Y si has llegado leyendo hasta aquí... ¡Dios te bendiga!
Por cierto, espero que no estuvieras pensando que igual me había arrepentido de volver al blog y esta semana ya no iba a escribir. Vengo en el mejor día, el domingo, el día del Señor. Rezo por ti.