Con el primer pase de la Selección de Cortos del Día D?Asturies se me acaba el Festival de Gijón. Ya está. Tras varios meses esperándolo, ya se ha ido. Así, sin más. Cuando por fin se me había hecho la espalda a las butacas del Jovellanos, va la cosa y se termina.
No obstante, y a pesar de lo efímero de la experiencia, no puedo negar lo que es tan obvio: han sido seis días maravillosos en los que he tenido la oportunidad de ver nada más y nada menos que 14 largometrajes y 9 cortometrajes. Mis ojos, hechos polvo al final del viaje, fuera casi de sus órbitas, pueden decir sinceramente que, a pesar de las agujetas, el trayecto ha merecido la pena: están más que satisfechos. 23 nuevos universos que guardarse en la retina.
En fin, a lo que voy: El Día D?Asturies. 9 cortos "pequeños" que han demostrado la enormidad de los nuevos cineastas que construyen sus lenguajes tras la cámara: una clara manifestación, firme e irreprochable, de que en Asturias, el famoso paraíso natural, hay talento. Y mucho.
Flavia Santos y David P. Sañudo firman Malas Vibraciones, una comedia psicológica de estética cuidada y ritmo preciso; David Huergo construye en su documental Objetivo Finisher una oda a los que resisten, arriesgan y no saben (ni quieren saber) de límites; con Gochos, Carlos Navarro disecciona, mediante un documental experimental, el funcionamiento del capitalismo a través del proceso de matanza de un cerdo; Vida inteligente, de Marcos Fernández Solís, estudia rigurosamente la raza de las piedras, cuyas "costumbres", casualmente, nos resultan demasiado familiares; en Mírame, José Luis Vázquez homenajea, con desolación pero con gran cercanía, a los enfermos de alzheimer; en Verde Olivo, Mar Moreno habla del azar y de ese pasado del que muchas veces nos gustaría escapar; con Dime Algo, Juan Linera gira los tornos con un guion original y bien planteado; en Al llau del pozo, rodado en blanco y negro, Marino Franco González habla de las fosas comunes y de esa memoria que nunca debería caer en el olvido; en Todos los animales se mueren siempre, de Pablo Vijande, los miembros amputados, física y/o emocionalmente, siguen provocándonos dolor.
En la mayoría de los casos, poco dinero, escasos medios, buenas ideas y prometedores quehaceres tras la cámara. Habrá que seguir los pasos de estos compañeros: han demostrado tener poder. Por mi parte: envidia de la sana, pero envidia, al fin y al cabo.
Buen futuro, amigos.