Reflexión: libertad

Jueves reflexivo: libertad

Hola a todos y bienvenidos un día más. ¿Qué tal va la semana? Ya no queda nada, tenemos ahí el finde, y a lo tonto se nos ha ido medio julio. Hoy toca el post reflexivo e improvisado. Es temprano, yo estoy con un café de los que hace mi marido, mis preferidos en el mundo, y muchas ganas de escribir así que, sin más rollo, empezamos.



No sé muy bien el título que voy a poner, pero será algo relativo a la libertad, porque, por una de esas cosas cíclicas de la vida, he recordado lo importante que es.

flores


El otro día, salía yo de casa con prisa porque iba a buscar un regalo que tenía encargado en una tienda, cuando me encuentro, delante del portal, una cría de vencejo. Después de esperar un poco y comprobar que se había caído del nido, lo cogí y lo subí a casa. Mi hija lo metió en una jaula pequeña, a oscuras, y cuando se recuperó un poco le dio agua, el pobre tenía mucha sed, y también le alimentó con gusanos que tengo para ocasiones así (comprados y secos, eh, no tengo gusanos vivos en casa). Cuando se recuperó fuimos a la estación de bomberos, pues aquí en Gijón, cada día, un señor llamado Xuan pasa a recoger cualquier ave herida que los ciudadanos lleven. A mi hija la conocen ya casi todos los bomberos porque encuentra, o encontramos, aves muy a menudo : una gaviota que se había tragado un anzuelo, varios pichones de paloma heridos, una gaviota con un ala rota...



vencejo

Este es el vencejo, se ve mal porque estábamos casi a oscuras y no puse flash porque le podía molestar, las fotos las hice para tener un recuerdo


Ese día había otra cría de vendejo y un pichón. Xuan los cura, los cuida y siempre que puede les devuelve su libertad. Sabemos que el vencejo, por ahora está bien, aunque no sabe volar y eso dificulta un poco lo de devolverlo a la libertad. Ojalá se pueda.

vencejo


Pues esto me hizo recordar otra historia. Hace años (esto ya lo había contado en el blog), también un caluroso julio, cuando yo era pequeña, una tía de mi madre, que era viuda, encontró un pájaro herido en el patio de su casa. Esa misma tarde fuimos a buscarlo. No sabíamos muy bien qué hacer así que mi madre, que se desenvolvía muy bien, llamó a Icona (un equivalente a Seprona) y nos confirmaron que era un vencejo, lo que nos imaginábamos, y que seguramente se había despistado. Nos recomendaron meterlo en una jaula, en un sitio tranquilo con poca luz, y que le diéramos agua y comida. Cuando viésemos que estaba mejor nos recomendó ir a un sitio alto para impulsarlo y que remontase el vuelo.

El vencejo pasó dos día en casa. Lo cuidábamos lo mejor posible, y mis padres insistieron mucho en que estuviese tranquilo. Y cuando vimos que quería salir de la jaula supimos que había llegado el momento. Por entonces yo vivía en un barrio y delante de mi casa había un prado enorme (aún existe parte de ese prado) y al final había una minicolina. Cuando abrimos el portal y el pájaro notó el aire fresco de la calle empezó a alatear. Mi madre lo sujetó fuerte para que no se escapara, y fuimos al final del prado. En la minicolina mi madre lo impulsó con las manos y el vencejo echó a volar. A pesar de que han pasado unos 37 años, aún recuerdo nítidamente la mezcla de sensaciones que sentí al verle cruzar el horizonte. Por un lado pena, sabía que jamás volvería a cruzarse en mi camino, pero por el otro una inmensa alegría porque era libre, podía hacer lo que quisiera, seguramente buscaría a esa bandada con la que estaba cruzando los cielos cuando se despistó. Mi madre no podía contener las lágrimas, y a veces, cuando veo los cielos despejados de verano lo recuerdo volando con fuerza ante esa libertad recuperada. A partir de ese día, mi hermana y yo, si estábamos en casa al atardecer, lo que no era muy frecuente, ya que en verano estábamos mucho tiempo fuera de casa, nos asomábamos a la ventana de la cocina, que daba al prado, para ver las bandadas de pájaros que cruzaban por delante de nuestra casa para ir a dormir a un pantano que había relativamente cerca, y pedirles que saludaran al pajarito que estuvo dos días en casa.

Al vencejo, cuando estaba con nosotros, en teoría, no le faltaba nada, tenía casa, agua, comida y cariño. Pero en realidad le faltaba lo más preciado que tenemos, la libertad. Yo siempre lo he tenido claro, pero con el paso del tiempo lo tengo aún más claro. Hay muchas cosas importantes en la vida, pero la libertad está en la cima, al menos para mí. Cuando alguien no es libre se va muriendo poco a poco. Y no hablo solo de libertad para ir a cualquier lugar o vestir como queramos. Hablo de libertad en todos los sentidos. Libertad para tener derecho a una muerte digna cuando un enfermo quiera, para tener derecho a formar la familia que uno ha elegido, ya que hay muchos tipos de familia y lo importante es que querer y que nos quieran, para tener el derecho a creer en lo que queramos, en un dios, siete o ninguno.

Cuando vi la serie "Intimidad", de la que os hablé el martes, me di cuenta de la poca libertad que tenemos, aunque nos parezca lo contrario. Y no solo porque nos puedan grabar o difundir imágenes, más bien es porque los demás se creen con derecho a juzgar a los que salen en dichas imágenes. Más bien nos pueden juzgar por hechos que a nadie importan, solo a uno mismo. En el fondo no solo no hemos cambiado tanto desde los tiempos en que las chicas tenían que casarse con el primer novio, y si una tenía más de una relación era una fresca y ligera de cascos, recuerdo que esas expresiones se usaban mucho hace años. Y vamos, si una chica se quedaba embarazada antes de casarse eso ya era lo peor de lo peor. Ahora la gente opina de todo, pero lo peor es que no solo cotilleamos con la vecina, hemos "avanzado" y acosamos en persona y también de la manera más cobarde, a través de redes sociales. Eso sí que roba libertad. Y además de todo eso, en el fondo, estamos muy vigilados, entre las ubicaciones del móvil, los gps...

Mi hermana tiene una amiga que es muy inocente, y hace poco, descubrimos que pensaba que los anuncios que le salían en el móvil, y que siempre estaban relacionados con sus búsquedas o conversaciones, eran algo casual. Su cara cuando le hicimos ver que era casualidad era un poema. Vivimos en un mundo tan globalizado, tan lleno de dispositivos en forma de teléfonos, navegadores para el coche o relojes inteligentes que controlan nuestros pasos, que es imposible hacer nada sin que alguien, en este mundo, lo sepa. Y ya se sabe que la información es poder, y que sepan tanto de nosotros no debería ser bueno. Lo mejor sería desactivarlo todo, sí, pero yo a día de hoy no estoy preparada, jejeje, y eso que estoy muy pocio pendiente de redes sociales, apenas las miro. Pero tengo el reloj que cuenta mis pasos, el navegador que nos lleva a cualquier sitio, la ubicación para usar Google fotos y un largo etcétera.



Bueno, que me he levantado muy contenta y no quiero hacer una entrada que suene a enfado, porque no estoy enfadada, solo que hablando del vencejo y recordando la historia del anterior vencejo he unido conceptos y me ha dado por pensar, así que voy terminando. Me despido diciendo que tenemos que luchar para, no solo mantener nuestra libertad, también para que llegue a todos, y para que el respeto se sume y todo el mundo sea libre y respetado.

Y ahora sí que acabo. Dentro de poco saldré a la calle a disfrutar de mi libertad, a correr un poco entre perros y a respirar, mientras Google sigue mis pasos. Y luego me veré envuelta en el ajetreo diario, y que no me falte.


Muchas gracias por leerme y nos vemos el lunes con algo nuevo.

Muy feliz día a todos.


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