Empieza a hacer frío. Mi casa es un congelador de la época colonial. Los dedos se me ponen rojos, se cuartean y por mucha crema que les eche, no tienen mucho arreglo hasta que marzo llega y los cura. He llegado a escribir con guantes de lana sin dedos, ya sabéis. No sé si tienen un nombre en concreto. Para mí son guantes-bidón de fuego-vagabundos-Central Park. Pero me gustan. Sobre todo desde que usamos móviles con pantalla táctil, claro.
Viernes catorce del once. Justo en este momento estoy escuchando esto.
Pero no he empezado a escribir como si estuviera poseída porque os vaya a hablar de guantes ni de cómo odio la palabra “nena”. He empezado a escribir porque echaba de menos escribir como lo hacía antes. Sin mirar el párrafo anterior. Sin corregir cada mínimo detalle y buscarle la vuelta. Echaba de menos hacer de esta hoja en blanco mi columna de opinión, mi pizarra de quejas y despechos. Echaba de menos no decorar ni edulcorar.
Llevo unos días intentando buscar mi pedazo más auténtico, lo que hacía que esto fuera distinto y no una búsqueda de futuro negocio en el mundo editorial, o en el que me dejen. Cuando buscas mejorar versiones siempre te dejas algo por el camino. Siempre manchas la versión original.
He hecho balance para curarme en salud. Balance. Positivo. Siempre.Tres años (más o menos) que han pasado volando. Dos blogs. Entradas más o menos acertadas. Mejor o peor expresadas. Bien escritas o mal escritas. Al fin y al cabo, lo que cuenta es acercarse y aprender. Y aprender he aprendido mucho.
He aprendido a equivocarme y a poner parches para corregirlo. He aprendido que las mejores mochilas son las que van vacías y que las gotas de agua calan más que un chaparrón.
He aprendido que la gente se alimenta de amor. He aprendido que no sirve de nada tener algo o lograr algo si no tienes con quién compartirlo, a quién enseñárselo. He aprendido que cuando se siente, es más fácil escribirlo que soltarlo. He aprendido que todos estamos hechos de la misma materia y que las piedras no se hicieron para tropezar con ellas, sino para guardarlas en el bolsillo y chocarlas para calmar los nervios.
He aprendido que nos lo dejamos todo a medias salvo las ganas de rebotar contra la pared por un amor imposible. Que lo que se nos mete entre ceja y ceja es lo que más tarda en salir del corazón. Que todos tenemos un semáforo en ámbar y una historia que contar. He aprendido que para depurar hay que llorar y que para querer hay que poder.
He aprendido a poner caras y a levantar la mía hacia las nubes. A darme de bruces con el techo. A romperme la cara de cara al público. A dar del interior lo que no debería ver el exterior. A ver en vosotras chicas como yo. Con sueños. Con muchas expectativas. Con un par de zapatillas. Sin príncipes azules ni sapos de discoteca. Las que leemos o escribimos. Las que sabemos lo que se siente al perder y al encontrar.
Las que nos hemos cansado de esperar que la vida reaccione y hemos echado un par de rotuladores al asunto para reescribir desde el principio hasta el final.
He aprendido que lo más bonito que existe es el eco de vuestras risas. Y tu marca en el sofá, tus nervios y tus historias surrealistas. Y tú. Y vosotras.
Y tú también.
He aprendido que sois todas pedazos de este jueves.
Así que,
Gracias.
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