El despertador de una sonaba (una canción chirriante en un idioma raro) si mi compañera de habitación comenzaba la jornada laboral antes que yo, al fondo, un ruído sordo como de madera, o a veces mi despertador, una música zen con pájaros.
Desayuno rápido intentando no despertar a nadie si era la primera. Un té y dos rebanadas de pan brioche (mi carpicho parisino). La pobre que duerme en el salón/cocina siempre me dice que la despierto no por el ruído sino porque le entra hambre al oler mi desayuno.
Del hotel al trabajo con paradas en el médico y farmacia. De allí directa a la cama a mirar por la ventana la lluvia caer. En la habitación se hablaba Inglés a veces y Estonio la mayoría del tiempo (eso si estamos las 3, que es como si yo no estuviera).
En fin… Un Lost in translation a lo bestia
La fortuna que tiene vivir en un hotel es que cuenta con todas las cadenas de televisión inimaginables y dediqué mis días libres a ver pelis y beber sopas.
Una de las perlas con las que di fue: “solo los amantes sobreviven”. Casi me caigo de la cama al ver a dos de mis actores preferidos actuando juntos. Una de tantas pelis que me pasó desapercibida en el 2013 (en Martinica tenemos cines, pero una peli sobre vampiros existencialistas no tendría mucho tirón en el caribe). Me gustó pero me envolvió más si cabe en un estado anímico moribundo.
Cuando por fin salio el sol (de golpe y a ritmo de 36 grados), y lo que es mejor, con mi fiebre olvidada, por fin pude dedicarme a pasear por París y convencí a Pedro (y una de mis compañeras de habitación)’para que me acompañara a un museo que todavía no conocía (aunque estuviera en el jardín al lado de mi universidad).
Nada más que añadir, los que me conoceis ya sabeis mi fascinación por los huesos y las cosas raras.
La alarma de incendios sonó cuando ya estábamos terminando la visita, como si fuera el timbre del recreo, una bebida y de vuelta al hotel.