Aprendiendo a conducir es el penúltimo trabajo hasta la fecha de la realizadora catalana Isabel Coixet -su último film, Nadie quiere la noche (2015), se estrenó en Berlín hace escasos meses-. En esta ocasión, Sarah Kernochan firma el guion de una comedia dramática (quizá "drama con tintes cómicos" defina mejor la cinta) donde Wendy, una escritora de Manhattan, es abandonada por su marido y abocada por ello a la depresión. Incentivada por su hija, decide aprender a conducir de una vez por todas, por lo que comienza a tomar clases con Darwan, un refugiado político hindú que se gana la vida trabajando como taxista nocturno.
El film de Coixet se rodea, desde el comienzo, de un halo de positivismo y con intención ciertamente moralista: los personajes centrales, pertenecientes a dos culturas bien distintas (la hindú y la occidental), únicamente ven salvados los obstáculos de sus caminos al tenderse la mano entre sí. El miedo y la depresión que aprisionan a Wendy en su mal llevado american way of life son solventados cuando Darwan, con su forma tan distinta de entender el mundo, ayuda a la escritora a cambiar su perspectiva; lo mismo sucede con Darwan, quien, anclado en su punto de vista, abre su abanico de opciones (y también su mente, claro) cuando Wendy le descubre otra forma bien distinta de hacer las cosas.
El choque cultural edifica inicialmente una pequeña barrera entre los personajes, pero es éste quien, finalmente, favorece el cambio en la vida de los mismos, permitiendo que ambos aflojen (en cierta medida) las vendas que cubren sus ojos. No debe pasarse por alto el peso tan fundamental que el vehículo en el que Wendy aprende a conducir adquiere en la narración: los miedos y dudas de la protagonista son aliviados a medida que ésta aprende a manejar el volante y despegar poco a poco, con ayuda de Darwan, su zapato del pedal de freno.
Aprendiendo a conducires, ante todo, una película dinámica, bien escrita y que hace gala del estilo al que Coixet tiene acostumbrado a su público, en lo que a sintaxis y tratamiento estético y sonoro se refiere. Sus dos personajes centrales se ven apoyados por las interpretaciones más que correctas de Patricia Clarckson y Ben Kingsley, que añaden una capa más a una cebolla que, si bien se fundamenta en una estructura clásica y de manual, sí cuida y define a sus personajes todo lo que la naturaleza y el cierto academicismo del relato le permiten.
En una frase: Ciertamente moralista, pero alentadora a pesar de todo.
Pelayo Sánchez.