Con lo que me gasté en cafés. En cualquier bar. En todas partes.
Hoy, tras un tiempo pensando en casi todo menos en mí, me ha dado por abrir portátil, entrar en WordPress –Dios, es como abrir un libro nuevo y olerlo- y casi por inercia -una inercia casi olvidada- he visitado la conocida red social de las cosas maravillosas que nadie -mortal y mileurista- llegará jamás a alcanzar. O quizás sí. O quizás quién sabe nada.
Lo primero que he visto ha sido a Audrey Hepburn. Vieja conocida mía. Musa de tantas musas, inspiración y estilo. A los veinte me decían que me parecía a ella, aunque nunca entendí lo ciegos que estaban. Supongo que lo decían porque solía llevar el pelo recogido en un moño de bailarina y pesaba unos diez kilos menos. Ay Audrey, cómo hemos cambiado. Con más peso, menos ideas locas y la misma pereza de siempre para levantarnos por las mañanas. No sé yo si la cosa ha mejorado o si los tiempos pasados nos ganaron la batalla.
El mismo desastre de siempre con menos tiempo y menos misericordia conmigo misma. Más dura que nunca con los fallos, las pegas, las taras. Más dura que nunca en el talento, las ojeras y los te quieros. Dulce, por estrenar, tan triste a veces como inocente, con la vida entre las manos y los ojos llenos de emoción. Con ganas de ponerme vestidos largos y tacones, de sentirme un poco más princesa y menos humana, aunque sea tan solo por un simple día. De humana voy bien servida. Ahora quiero un poco de cielo, de estrellas, de tormentas en Júpiter. Ahora quiero más yo. Quiero el Pinterest completo.
Mientras deslizo el dedo de una imagen a otra, me encuentro pasado, presente y futuro. Escapadas, Europa, hoteles con encanto, vestidos de novia porque sí, textos moñas, looks parisinos de boina y labio rojo, portadas antiguas de Vogue y fotos en blanco y negro. Suena “Verano con Lima” de Sofía Ellar y no puedo evitar alegrarme de quedar de nuevo con mi yo más profundo e intenso. Voces suaves, tul, plumetti, colores pastel. Rosa. Rosa. Rosa. Yo soy esto. Bienvenida a casa de nuevo, nena. Y a ver si acostumbras a recibirte con tanto cariño más veces.
Tantas horas a cuestas y cuando vuelvo a mí, me siento tan niña que juraría que vuelvo a nacer un poquito.
Qué importante es esto. Escribir sin contar los minutos. Escribir para mí, solo para mí. Como siempre, como entonces, como nunca. Llevo tanto tiempo sin entenderme que ahora caigo que no lo hacía porque no estaba escribiendo de verdad, desde el corazón. Solo escribiendo desde el corazón conseguimos que cure todo mal. No se puede hacer de otro modo: la herida se limpia de dentro hacia afuera. Y no creáis, no hace falta que se trate de grandes heridas. Los cortes que más duelen son los que te haces con un folio. Y cuántos folios tenemos cerca, cuántos nos rozan y hieren pero restamos importancia, porque un adulto jamás llora por una herida tan pequeña.
Y cuántas veces somos folio para alguien que queremos. Cuánta carga supone vivir con tanto papel a cuestas.
Pero ya basta. Volvamos a Pinterest. Al café de Roma que todavía no hemos vivido. Al vestido que sueño con ponerme desde niña. Al texto que, aunque siempre hable de amor y esté muy manido, te hace saltar las lágrimas. A las divas, los zapatos de cristal y las recetas fáciles pero deliciosas -aunque a mí nunca me queden como en la foto-. Volvamos a ello. A la paz de fijar la mirada en lo bonito. A la salvación de un papel pintado lleno de flores. A ti. Volvamos a ti. Y a mi. Porque no sé qué pasa con este lío de crecer, ser y madurar, pero yo sigo siendo un amasijo de huesos con la cabeza llena de pájaros y el corazón soñando con volar.
Aunque a veces se me olvide.