Un pueblo camuflado en el paisaje, así sabría definir esta población encaramada en la pequeña península que forma el río Guadalaviar, que la rodea por sus cuatro quintas partes con un inexpugnable farallón. El "istmo", como el resto de la población, por otra parte, está protegido por una imponente muralla construida en el siglo XIV, lo que convertía el pueblo en una auténtica fortaleza natural.
Arquitectura típica de Albarracín
Este recinto amurallado, rematado por el castillo del Andador, ha condicionado el urbanismo local; la escasez de espacio ha impuesto el apelotonamiento de las viviendas, con los aleros casi tocándose de lado a lado de la calle, sin apenas plazas, y salvando los desniveles mediante estrechas callejuelas empinadas, túneles y escaleras.
Merece mención especial la arquitectura local. A diferencia de otras localidades próximas, que han utilizado tradicionalmente la piedra o el ladrillo en sus construcciones, los albañiles de Albarracín se han inclinado por el yeso rojizo que se encuentra en abundancia en los alrededores.
Con este material amasado han levantado los muros y tabiques, reforzando toda la estructura mediante entramados de madera.
El uso de materiales locales es lo que confiere a la población el carácter de “pueblo camuflado”, que se funde en el paisaje.
Cada casa de Albarracín es un auténtico monumento singular. El Ayuntamiento ha cuidado, y cuida, que ninguna intervención arquitectónica venga a romper la armonía de las coquetas fachadas. El visitante sibarita deberá tomarse su tiempo para observar con detalle las maderas de cada ventana, de cada balcón, de cada voladizo, la forma de sus rejas y de sus picaportes, sus puertas labradas, las aldabas (todas diferentes, todas hermosísimas).
Para ganar espacio a la calle, muchas casas están sostenidas por soportales de piedra, creando una atmosfera fresca y mágica en las calurosas tardes de verano.
El paso del tiempo en la sierra de Albarracín
La comarca ha estado habitada desde la prehistoria, como refleja el paraje conocido como los Pinares del Rodeno, a unos cinco kilómetros del núcleo urbano, donde se encuentran numerosos abrigos con extraordinarias pinturas rupestres de estilo levantino.
Los romanos crearon un asentamiento n el estratégico promontorio, aunque no quedan vestigios de esta ocupación, ni de la posterior invasión visigoda. Si está documentada la llegada en el siglo VIII de un caudillo bereber, que dio nombre a la ciudad y vinculo el territorio al emirato y posterior califato de Córdoba.
Con la caída del califato, la ciudad se convirtió durante casi un siglo en reino independiente hasta la llegada de los almorávides, que la vincularon al reino de Valencia. Más tarde, a finales del siglo XII, el caballero navarro Pedro Ruiz de Azagra consiguió hacerse con la ciudad y la constituyó en el señorío independiente de los reino de Castilla y Aragón. La ciudad fue conquistada más tarde por Pedro III de Aragón, que la incorporo definitivamente a su reino en el 1300.
La ciudad conto con una prospera industria textil, que entro en decadencia a partir de la guerra de la Independencia, en la que sus barrios industriales fueron destruidos por los ejércitos napoleónicos. Esta destrucción, a la que se añadió la provocada por los feroces combates de la guerra civil, han permitido la apertura de plazas y el esponjamientos de algunos barrios, si bien la fisionomía de la ciudad no ha perdida de su encanto medieval.
El museo de juguetes
El museo de juguetes o fundación Eustaquio Castellano, en el barrio El Arrabal, reúne una magnífica colección de juguetes, desde el siglo XIX hasta la década de 1960, que sumergirán al visitante en el túnel tiempo.
Juguetes tradicionalmente destinados a los niños, como soldados de plomo, coches, motos, trenes, juegos de bolos de fabricación artesanal, recortables; o bien a las niñas, casas de muñecas, cocinitas, juguetes religiosos y una magnífica colección de muñecas.
Una ocasión única para que los abuelos muestren a sus nietos y revivían ellos mismos la magia del mundo de su infancia.
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