Tengo 28 años, si 28 y sin tapujos. Porque éstos años fueron y serán vividos de la mejor manera posible. Me subí a todos los árboles que quise, me ensucié con la mayor cantidad de barro posible, hice amigos, descubrí que otros no lo eran tanto o tal vez no lo era yo.
Algunas veces elegí con sumo cuidado el próximo paso y otras solo me lancé al vacío. Alcé la voz ante las injusticias y dije siempre lo que pienso. Tal vez fueron más las veces que perdí, lloré o dije basta pero también es cierto que encuentro cierto placer secreto en volver a intentarlo mil veces más, porque hay una fuerza dentro mío que siempre me hace resistir un poco más, dar un último paso, intentar una última vez.
Pero, sucede que cuando una llega a cierta edad entiende que siempre la prioridad es buscar la armonía tanto interna como externa, entonces empezamos a descubrir que no hay nada que satisfaga más que hacer aquello que nos gusta genuinamente. Llegando a este punto, me confieso, desde muy pequeña fui, soy y seguiré siendo una apasionada del fútbol.
Pero ojo, no hablo sólo de mirar fútbol, estar al tanto de todo de decir este es lindo o este no, hablo de ponerme el equipo y salir a la cancha a transpirar la camiseta. Claro que siempre tuve que lidiar con el tema de que es un deporte de hombres, que las mujeres no sabemos, no entendemos, que básicamente no podemos. Pero les voy a decir una cosa: ¡lo que queremos podemos!
Como yo, hay muchas mujeres que también le pusieron el ojo a la pelota, tan masculinizada ella. A muchas se nos cruzó por la cabeza ¿por qué no? por qué soy mujer? ¿no lo voy a poder hacer? Entonces fue justo allí, en ese instante en que decidimos ganar las canchas, salir a ponerle el pecho al partido, a entregar todo en el juego, es que somos así, competitivas, queremos dar lo mejor en todo y la cancha no es la excepción.
Bienvenidas FUTBOLERAS!