74. Nueva Orleans: ciudad de huracanes, paraíso del jazz


Ni un mes después de volver de Australia (podéis leer sobre ello aquí), sobrevuelo las Montañas Rocosas rumbo a Nueva Orleans. Pasaré unos días en un congreso y, si todo va bien, podré visitar sus rincones.

Lo poco que sé de esta ciudad por el momento es lo que leí en cierta novela que no voy a mencionar… pero que me consta que algunos (o más bien algunas) saben de lo que hablo. Me pasó como con Venecia: me enamoré un poco de ella leyendo. Lo que más me atrae de la ciudad es toda esa aura de misterio y cosas sobrenaturales que la envuelven, que tantas novelas de vampiros (como entrevista con el vampiro o la novela en la cual se basa la serie True Blood) se ambienten ahí o en el estado de Luisiana no puede ser casualidad. Tengo curiosidad por la famosa hospitalidad sureña, lo bien que me han hablado de la comida (especialmente los beignets) y por el jazz, oh el jazz... Tengo en mente varios sitios para visitar, especialmente lo relacionado con Louis Armstrong (que nació aquí) y me hace ilusión ver el río Mississippi. Dicho esto, voy a un congreso… así que quién sabe cuánto tiempo para hacer cosas acabaré teniendo. Además, se supone que va a hacer calor y tormenta… en cualquier caso, eso no debería ser un impedimento para la buena música o la buena comida, así que no pinta mal la cosa. El congreso también es muy interesante, así que creo que va a ser una buena semana.

Por una parte, me da un poco de miedo que me pase como con Australia: que tenga las expectativas muy altas y luego me decepcione… Nueva Orleans está en el top de mi lista de ciudades por visitar en EEUU y casi me quedo sin ello, así que a ver.

Día 1

Y cuando menos te lo esperas, sucede... ha sido amor a primera vista. Imaginad unas calles que bien podrían pertenecer a La Habana o a Buenos Aires, por sus colores, por sus gentes, por su vibrante ambiente… calles donde los locales con artesanía se suceden salteados por clubes de los que sale un jazz celestial, alguna que otra tienda de artículos de brujería o vudú y restaurantes cuyo olor te recuerda a lo que es la comida casera de verdad. El aire de la noche es dulce y la tormenta que amenazaba con caer ha decidido esperarse a mañana y deleitarnos con una primera noche de ensueño.

Terminamos cenando en Palm Court, un restaurante donde creo que éramos las únicas comensales que no peinábamos canas. Un jazz exquisito en directo y unos no menos jugosos manjares: jambalaya, crabfish y una pasta con verduras deliciosa me transportaron a otra época, imaginando cómo sería aquel local hace casi un siglo. Me vi a mí misma preguntando si había buenas Universidades por allí... en un delirio de que quizás no estuviese tan mal quedarse a vivir un curso. En fin, hora de ir a la cama que ha sido un día largo.


Una de las calles donde todo era jazz


Palm Court

Día 2
Una señora tormenta se cierne sobre nosotros… tras tres años en Ciudad Esmeralda donde la lluvia es apenas un chispeo y no hay tormentas, casi había olvidado lo que es sentir retumbar el suelo tras la caída de un rayo no muy lejos de ti y que el cielo se ilumine con un fogonazo. Llueve a raudales, los charcos crecen por minutos y antes de darme cuenta voy por la calle corriendo empapada, evitando chorros literales de agua que cae de los tejados y buscando refugio. No nos afecta, tenemos un objetivo más importante: desayunar beignets en Café du Monde y descubrir el parque Louis Armstrong. La primera parte la cumplimos con matrícula de honor: qué cosa más deliciosa… para que os hagáis una idea: si un churro y un donut pudieran tener un hijo, así es cómo sabrían.


Directas del cielo... eso sí, el "chocolate a la taza" tan poco espeso y empalagoso como todos en este país...

Decidimos seguir explorando pero llovía demasiado para ir al parque… a ver si me da tiempo de ir otro día. Paramos en Marie Laveaus house of voodoo, un establecimiento muy curioso, dedicado a todo tipo de artículos de santería, donde también vendían libros, muñecos vudú y te leían la mano si querías. El ambiente y la energía de aquel sitio eran cuanto menos curiosos… en teoría es el legado de una de las practicantes de vudú más famosas de la ciudad.


Estaba prohibido tomar fotos dentro, así que esto es lo que hay

Y tras esas aventuras volvimos al hotel a trabajar un poco y prepararnos para el congreso. Y ya de paso recordar de qué iba el poster que tenía que presentar más tarde.

Día 3

La presentación de mi póster en el congreso fue bien, muchas preguntas interesantes y alguna que otra un poco borde. El diluvio universal siguió cayendo, hasta tal punto que estamos en riesgo de inundación y estaban desviando vuelos por la tormenta… espero que mejore.

Hoy ha sido un día intenso… talleres, conferencias y pósteres de principio a fin: desayunar mientras ves pósteres, comer mientras intentas hacer contactos con un “big name” sueco que tiene los mismos intereses de investigación que tú, cena (picoteo más bien) mientras ves más pósteres y luego una copa (o nada en mi caso) en un hotel bastante lujoso para conocer a los otros miembros internacionales de la sociedad que organizaba el congreso. Total, que unas 14 horas de actividades planeadas de las que decidí tomarme un descanso de 2 en medio (mientras había un taller que no me interesaba) para ir al gimnasio a correr un poco en la elíptica (y así hacer que mi cansancio físico se equiparase un poco al mental), pegarme una ducha y meditar, una de las ventajas de alojarte en el hotel del congreso. Para ello terminé comprando una camiseta conmemorativa de la sociedad de la conferencia: así ayudo a recaudar fondos y he podido entrenar, porque con las prisas me dejé las mías de deporte en Seattle. En el gimnasio, aparte de agua y toallas, tenían auriculares y fruta fresca que podías llevarte. Qué nivel.

En fin, hora de irse a la cama, que mañana me espera otro día intenso… las sesiones acabarán pronto pero luego haré un tour de 2 horas por la ciudad (cruzo los dedos porque no diluvie) y después tengo una cena. Es súper complicado no cebarse aquí… está todo delicioso. Ahora entiendo que haya gente que viaje aquí de vez en cuando sólo para comer. Yo estoy comiendo todo lo sano que puedo, pero aun así: no voy a quedarme sin comer delicatesen únicas.


El bar estaba dentro de otro hotel, muy sencillito

Día 4
Exhausta tras la conferencia y con el culo cuadrado de pasar el día sentada, voy al gimnasio a hacer un poco de elíptica para intentar que la sangre circule un poco. No me ha dado tiempo de comer pero me compro una ensalada... quizás después de todo el equilibrio sea posible mientras viajas. Y digo equilibrio porque la cena que me espera esta noche y el brunch de mañana me van a dar calorías suficientes para sobrevivir hasta verano...

Justo antes de salir, se despeja el cielo como por arte de magia, pero ya se sabe que toda magia tiene un precio y con el buen tiempo vienen 28 grados de temperatura y un sol justiciero. Encuentro a la gente del tour de vampiros, fantasmas y vudú que he contratado y me hacen la típica pregunta: ¿estás sola? Sí. ¿Y? En fin...

La guía no es demasiado buena y se pasa las dos horas quejándose de la cantidad de turistas que hay por todas partes… lo cual me parece irónico porque eso precisamente es lo que le da un puesto de trabajo. En fin, así no está mal del todo y aprendo sobre los orígenes franceses y españoles de la ciudad en el siglo XVIII, hasta que la vendieron a Estados Unidos. Concretamente, el estado entero de Luisiana perteneció a la Corona Española durante 40 años. En el barrio francés los letreros de algunas calles están en francés y otras en español, creando una mezcla curiosa.


La famosa Bourbon street, epicentro de la fiesta y los desfiles


Ejemplo de una de las calles de la época española


Aquí se rodaron algunas escenas de Entrevista con el vampiro


Me encantan las macetas con forma de bola que se veían por diferentes sitios


Atardecer desde Jackson Square, anteriormente conocido como "Plaza de armas"

Al igual que en Seattle, una serie de incendios arrasó la ciudad completa, de modo que, al reconstruir la ciudad, hicieron casas de ladrillo estilo español para evitar los fuegos que tan fácilmente se propagaban en las casas de eucalipto francés. Una de las leyendas cuenta que la noche del fuego era viernes de pascua y que los monjes de la catedral habían hecho voto de silencio. Como parte del voto de silencio, no tocarían las campanas y para evitar que sonaran por accidente debido al viento, las habían envuelto en unas telas. Cuando comenzó el incendio, fueron a la catedral para pedir que tocaran las campanas para dar aviso… pero no fueron capaz de hacerlo hasta 5 horas después. Para entonces, toda la ciudad, excepto dos casas, había ardido y unas mil personas murieron mientras dormían... Hasta la catedral terminó ardiendo. Dicen que, desde entonces, se escuchan las campanas de la catedral cada viernes de pascua, aunque nadie las esté tocando.

En el tour nos cuentan otras historias, algunas horrorosas como la de Lalaurie house (sobre torturas a esclavos), que me hacen entender por qué hay tantas historias de fantasmas aquí y allá (incluyendo, por supuesto, el paso del huracán Katrina). Por ejemplo, se dice que Lafittes Blacksmith Shop, situado en la famosa Bourbon Street es el bar que ha estado abierto durante más años en EEUU, ya que durante la ley seca lo hacían pasar por una herrería. Dicen que el lugar en sí está encantado y que a los fantasmas les encanta jugar con la electricidad, motivo por el cual sólo tienen luz eléctrica sobre la caja, el baño de señoras y una nevera, el resto está iluminado con velas, contribuyendo a aumentar el aspecto fantasmagórico del lugar.

Ay, Soletes, mientras escribía algunas notas sobre esto para acordarme de desarrollarlo más tarde, no me he dado cuenta de que estaba sola en Jackson Square (originalmente conocida como “Plaza de Armas”) hasta que un guarda se me ha acercado y me ha dicho “Madam, el parque está cerrado”. Le he pedido perdón y le he dicho que ya me iba y al mirar hacia las puertas he visto que estaban todas cerradas con cadenas y candado, ¿cuándo ha pasado eso? Ni idea. Por suerte mi amigo guardia me abrió muy amablemente… ya me estaba imaginando a mis amigas, que me esperaban para cenar, alimentándome por la verja como a las palomas.

No eran más que las 7, así que di una pequeña vuelta y mientras esperaba vi una boda en directo. Aparte de eso, en ese mismo día, pude ver como tres desfiles fiesteros por boda. Primero un par de motos de policía para cortar el tráfico, luego los novios, damas de honor, resto de invitados y una banda de música con trombones al final. Me ha parecido genial, me han entrado ganas de casarme nada más que para poder hacer eso.

La cena en la galería, con vistas a la plaza es inmejorable. De primero pido gambas cristal y de segundo pruebo por fin el gumbo. Maravilloso todo.




El famoso gumbo. Sabe mucho mejor de lo que parece, si te gusta el marisco

La ciudad entera me transmite una extraña sensación de familiaridad, no es que me recuerde a casa como me pasó con California, para nada, soy plenamente consciente de que estoy lejos, muy lejos… Aun así, algo me atrae a este sitio hasta el punto en que te hormiguean las manos, es una sensación difícil de explicar. Me hubiese encantado vivir aquí en los años 20... creo que ya que nunca podré (aunque, bien pensado, el año que viene comienzan los años 20 de nuevo y, quién sabe) puede que sí que lo haga con la imaginación y que termine empezando mi novela ambientada en esa época y en este lugar.

Día 5

Me da pena decir adiós. Aunque el cielo está encapotado aún tengo la oportunidad de pasear una vez más por estas calles, deleitarme mirando las antiguas barandillas adornadas con macetas colgantes y los candiles que mantienen su llama con gas, en sustitución de las farolas con bombillas a las que estamos acostumbrados.

Arnaud´s, el sitio donde hacemos el brunch, también parece sacado de una película. Más que un restaurante, parece un salón de baile: techos altos de los que penden candelabros, cuadros de ilustres antepasados, suelos de teselas blancas y negras y pesadas cortinas de terciopelo. La comida es, de nuevo, deliciosa. De entrante pido gambas remoulade y de segundo, tarta salada de cangrejo y queso, lo más bueno que he probado en mucho tiempo.








Una de las atracciones del brunch es que tienen una banda de jazz tocando en directo. Me sorprende que, al igual que la primera noche, uno de los instrumentos que tocan es un banjo. Es algo que, a priori, no me habría pegado para nada pero que tal y como lo integraban, resultaba lo más normal del mundo.

Para bajar la comida, voy a dar un paseo y tachar de la lista lo que se me había quedado pendiente. El parque Louis Armstrong es pequeño, aunque tiene cierto encanto, con una estatua dedicada al músico y un pequeño río con puentes.




Mi última parada antes de partir hacia el aeropuerto es el río Mississippi. Quería ir en persona. Sus aguas son opacas... como con barro, aunque puede que eso sea consecuencia de la tormenta de los días anteriores. No me ha impresionado mucho, aunque sí que puedo decir que es enorme.


Y así, queridos Soletes, es como acaba la historia de la primera vez que pisé esta mágica y misteriosa ciudad, todo un placer para los sentidos. Sin duda ha pasado a encabezar mi lista personal de “sitios para volver”. Aunque, quién sabe cuándo será. Lo que tampoco sé es cuándo volveré a escribir. Viajo a casa en dos semanas y no sé si habrá algo digno de contar hasta entonces, así que seguramente: nos vemos a la vuelta.

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