Dorothy la descastada vuelve para contaros más aventuras. Me resisto a que llegue el otoño. No quiero. Eso significa que ha pasado mi cumpleaños, que las horas de luz se van a reducir a velocidad de vértigo y que la gran nube gris está a punto de cernirse sobre Seattle y quedarse allí al menos hasta mayo. No sé por qué, pero siempre me pongo triste en estas fechas… luego cuando empiece a ver los naranjas preciosos de los árboles, oler a pumpkin spice, ver actividades de Halloween y demás se me pasa. Pero no estoy preparada, todavía no. Así que voy a huir, me voy a casa una semanita (a los de aquí les parece muchísimo, pero os aseguro que entre los días de viaje y los que me quedo tonta con el jet-lag se queda todo en nada). Será una semana cargada de eventos (cosas académicas y cosas personales, como la boda de una gran amiga) y seguro que se pasa en un suspiro…
Escribo esta vez desde mi azotea donde las manos, que me tiemblan por el frío, amenazan con hacerme volver pronto a mi apartamento. El sol aún no se ha puesto, pero se esconde juguetón detrás de una nube, haciendo que el viento frío parezca aún más helado. Las sirenas de la policía y los bomberos suenan a todo volumen y yo no puedo evitar pensar en las cosas que echaré de menos cuando me vaya… y en las que no echaré de menos en absoluto.
Tengo este año una agenda de posibles viajes bastante interesantes que desvelaré cuando se confirmen, así que antes de que la vorágine de los aeropuertos y las maletas me consuma voy a parar a contaros un poco qué ha sido de mi verano. La verdad es que no ha estado mal para haber cogido solamente un día de vacaciones. Aquí os dejo este pequeño cóctel de experiencias, para hacerle un funeral irlandés a mi querido estío y beber a su salud. Es larguito y lleva muchas fotos, para compensar mi silencio.
1. Vacaciones en familia
A principios de agosto mis padres (Enrique y Emma en el blog) y mis hermanas (Tormenta y Wonder Woman) vinieron a visitarme. Fue un hecho bastante insólito, ya que Tormenta está actualmente haciendo su residencia en medicina y no es nada fácil elegir los días de vacaciones. No estábamos los 5 juntos desde 2015, por lo que fueron unos días muy especiales. Mi pequeño estudio parecía una habitación de un campamento de verano: toallas, maletas, ropa, bolsas de aseo, comida… se amontonaban por todas partes. Quizás fueron las ganas de estar todos juntos, pero milagrosamente no hubo problemas por compartir un cuarto de baño entre los cinco.
Además de conocer sitios nuevos de Ciudad Esmeralda, el primer fin de semana fuimos de viaje a la Península de Olympic. El viaje no fue ni remotamente parecido al que viví con mis hermanas en marzo del año pasado, tanto por el clima como por las aventuras. Paramos en playas preciosas e hicimos las paradas obligadas de Crepúsculo. Esta parte de Estados Unidos no deja de enamorarme... Aquí os dejo unas fotos que, como siempre, no hacen justicia a la realidad.
Creo que era el Lago Crescent
En la linde con la reserva Quileute, se ve que los pobres sacan dinero con el turismo...
Se lo curran, la verdad
Panorámica de La Push
Uno de los árboles "peludos" del Hoh rainforest
Ruby beach
El segundo fin de semana nos dirigimos a Vancouver. Sé que tengo pendiente escribir un post en condiciones sobre la ciudad, he estado cuatro veces y parece que la quiero toda para mí… prometo escribir algún post en el futuro cuando el frío del invierno me haga quedarme quietecita, retomando las notas antiguas de los otros viajes. Sólo diré que nos encantó, que anduvimos más que Kung Fu (toma referencia ochentera) y que pienso volver. Aquí unas fotitos también.
Desde la ventana del tren, es uno de los trayectos más bonitos que he recorrido... parece que vas en barco
Tras hacer senderismo en Deep Cove, un pueblecito cerca de Vancouver
2. La mariscada
A principios de septiembre tuvo lugar el Congreso Mundial de Dolor, cita obligada para todos los investigadores de mi área (si te lo puedes permitir, claro). A mí personalmente no suele gustarme mucho porque es enorme (miles de asistentes), casi nunca veo a nadie conocido y suele haber muy poco contenido de pediatría o psicología. Este año ha sido genial. He de decir que también ha sido el más intenso… no paré ni un momento y ahora mi cuerpo lo está pagando, pero bueno, no me arrepiento de haberle sacado jugo.
Pude ver a mucha gente que no veía desde hacía años, asistir a conferencias de las que coger ideas, reconectar con mi director de tesis y “tomar posesión” de una especie de cargo de representante de estudiantes que ahora ocupo en un consorcio que se dedica a promover el estudio y tratamiento del dolor en niños.
Aparte de eso, la idea era conocer la ciudad. El congreso de este año tuvo lugar en Boston. Si tengo que ser sincera, lo único que conocía de la ciudad antes de ir (aparte de que le da título a una película) es que es la casa de los Red Socks (equipo de baseball), que Harvard se encuentra allí y que dicen que la langosta es muy buena. Si continúo con la sinceridad, me he ido casi como vine… pero no me arrepiento.
La parte que pude ver era bastante industrial, no me llamó mucho la atención
El paseo marítimo sí que era bonito
Una de las primeras noches fuimos al que creo que es el sitio más recomendado para comer langosta: The Barking Crab (algo así como “el cangrejo ladrador” podéis cotillearlo aquí), un chiringuito de apariencia circense cuyas mesas daban directas a la bahía. Tenazas, baberos, cervezas en vaso de plástico y un rollo de cocina para limpiarte las manos: sí, parecía que era de los auténticos. El “circo” se transformó en el “circo de los horrores” cuando la camarera trajo la cuenta: 480 dólares (contando con la propina) a pagar entre seis, y eso que habíamos ido a media langosta por cabeza. Y entonces pasó algo inesperado; los comensales éramos: mi querida Bárbara, un amigo del laboratorio donde hice la tesis al que llamaremos Wade, porque tiene más peligro que su alter-ego (Deadpool), yo y tres anestesiólogos (dos de mi hospital y un amigo de ellos). Bueno pues se empeñaron en pagar… yo no sabía qué era peor, si el sablazo o la sensación de deberles mi alma para toda la eternidad. Al final decidimos dejarles (cobran como el cuádruple que yo, para ser justos) y hacer la artimaña que fuese para invitarles al postre.
Atención al cartel (dice que se van a pasar por el forro cualquier petición de bajar la música, que no es una biblioteca ni el salón de tu casa), ah y me hizo gracia también que las luces están puestas en jaulas cangrejeras.
Caminamos hacia “la pequeña Italia” un barrio repleto de restaurantes y terminamos comiendo canolis en el sitio que aparentemente era más típico. Después de eso alguien sugirió “¿Y si vamos a un bar de puros?” No sabía qué narices era eso… con la ley antitabaco pensaba que no se podía fumar en ningún sitio, pero parece que era un club tradicional y que también era típico de allí. Aunque estaba realmente cansada (la noche anterior hubo varios “eventos” y me acosté a las tantas), decidí ir, al fin y al cabo, siempre podría volver a Boston yo sola y hacer las típicas cosas turísticas… pero ¿ir a un sitio oscuro y escondido a fumar puros? Era ahora o nunca. Al final no los fumé, sólo los probé (qué horror de olor y de sabor, con perdón de a quién le gusten) y acabé compartiendo una cachimba de cereza con Wade. Fue una noche muy chula, no sé si era la poca iluminación, lo peculiar del sitio, verlos a todos tan relajados y fuera de su ambiente o que me sentía como la oruga de Alicia en el país de las maravillas, pero se creó una de esas distorsiones que a veces se producen en el tiempo donde todo fluye de una manera extraña… como si las reglas de la sociedad, del mundo en general no se aplicasen allí. Tuvieron que encender las luces para que nos fuéramos.
Esa era yo, básicamente
Aquí una foto medio censurada para que podáis ver el ambiente sin ver a mis compis
El último día tuve que tomar otra decisión: ir por Boston a hacer una ruta turística gratuita que me habían recomendado (os la dejo aquí por si vais y os interesa) o ir al MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) a ver un laboratorio de ingeniería aeroespacial en el que trabajaba un amigo de un amigo de Wade. Mi parte friki me obligó a elegir esa opción y, por supuesto, no se vio nada decepcionada. La ciencia del mundo de los cohetes no es para nada como me la imaginaba… tras ver alguna que otra película ambientada en la NASA me imaginaba hangares enormes y túneles de viento colosales, andamios por todas partes y al FBI haciéndote mil preguntas para decidir si podías entrar (¿demasiados capítulos de Expediente X?, puede ser). Hasta pude sacar fotos (paciencia, ahora vienen). El chico que trabajaba allí abrió las puertas con un simple código y allá que nos metimos. Visitamos varias salas, pero lo que más me llamó la atención es que casi todo ocurre en miniatura. Aparentemente es carísimo mandar satélites al espacio con toda suerte de aparatos y cachivaches, así que la nueva tendencia es construir mini satélites que puedan lanzar de forma individual, de manera que si algo falla no se pierda todo, sino una pequeña parte (ahorrando así recursos y dinero). En resumen: que donde esperaba ver macro estructuras vi nanotecnología y, sinceramente, me pareció casi más impresionante. También me alegró saber que hay muchos españoles allí y que están desarrollando líneas de investigación que son únicas en el mundo. A veces nos venden que en el ámbito científico estamos atrasados y no tenemos potencial, pero doy fe de que no es así. En resumen, Soletes: que me encantó mi tiempo en Boston, pero no sabría qué recomendaros si me preguntáis acerca de sus cosas típicas.
Me recordó al taller de tecnología de mi colegio más que al escenario de ciencia ficción que tenía en mi cabeza
Aunque me pareció salido de alguna película futurista de los 70, tipo Barbarella, resulta que es una réplica de los satélites que se mandan ahora, con sus paneles solares y todo
Pues ahí va parte de la magia: resulta que en cada agujero de los cuadrados esos pequeñitos pasan mil cosas que ayudan a que el satélite apunte a donde tiene que apuntar (no entro en detalles que al final doy una clase).
Otra de las cosas que me impresionó: máquina enorme (única en el mundo) que sirve para recrear en su interior las condiciones de vacío e ingravidez del espacio
Y aquí el postre: de pronto en el campus te encuentras esto que parece salido de una peli de Tim Burton. Es una creación de Frank Gehry, el mismo que diseñó el Guggenheim de Bilbao o el MoPOP de Seattle
3. El casino
Irse, volver… es un concepto curioso. Cuando has pasado tanto tiempo fuera de tu ciudad sabes que cuando vuelvas serás casi una extraña, que habrás cambiado tanto que tendrás que hacerte un sitio de nuevo. Aun así es tu norte, la estrella polar que te guía cuando las sombras se ciernen sobre Ciudad Esmeralda y no todo es de colores a este lado del arcoíris, el lugar que guarda a tus personas importantes. ¿Volver?, por supuesto. ¿Cuándo? No lo sé…
Me queda más de un año por aquí, pero en mi área profesional tienes que tomar decisiones con mucho, mucho tiempo de antelación. Así que así me encuentro al terminar el verano. A veces parece como si estuvieras jugando a algún juego de azar: compras más papeletas cuanto más duro trabajas, cuantos más contactos haces, cuantos más miedos te quitas y te atreves a pedir becas, y proyectos, y presentarte a la “gente importante” aun sabiendo que el rechazo te puede caer en cascada, a irte lejos, a saltar sin red. Aun así: si no juegas no ganas… pero hay que saber a qué se quiere jugar: ¿Lo apostamos todo al rojo? ¿O seguimos jugando un poco más a ver si no se acaba la buena mano?
Estaréis pensando que qué narices tiene que ver esto con lo que yo hago. Pues bien, hace poco salieron unas plazas de profesor de universidad, si lo comparo con lo que tengo aquí sería algo bastante mediocre (un sueldo normalito por acabar enseñando los créditos de sobra que nadie quiere, por ser “la nueva”, con apenas tiempo y sin fondos para investigar, que es mi principal interés). Esa sería mi definición de “todo al rojo”, algo que con mi curriculum no es descabellado que consiga, pero que desde luego no me fui para acabar haciendo eso… Mi primera opción es pedir una beca muy prestigiosa, que si consigo me daría un sueldo decente y algo de presupuesto para investigar (y la seguridad de que la docencia, que me encanta, ojo, no se va a comer todo mi tiempo). El problema: que dicha beca sólo tiene un 10% de éxito, es decir, que lo más seguro es que me coma los mocos cuando la pida… entonces, ¿qué es lo mejor? Que me den la primera opción y acabar en un puesto que no me gusta pero al menos “es un trabajo” o ser tan pretenciosa como para no pedirla esperando conseguir mi plan A y arriesgarme a quedarme sin nada… Al final no he tenido que decidir: por una cuestión burocrática no puedo apostarlo “todo al rojo”, así que si no sale mi plan A tendré que recurrir a la creatividad… o considerar quedarme aquí un año más.
En fin, Soletes, que hago lo posible porque mi tolerancia ante la incertidumbre vaya mejorando, y confío en que comprando “papeletas” y no cerrándome a opciones algo bueno acabará por salir. Es duro cuando la recompensa no se equipara al esfuerzo, pero creo que ahí está la clave: currar y soñar a partes iguales. Mando desde aquí un beso enorme a Ray, al que de momento no le han tocado más que "ojos de serpiente" en el casino. Ya sabes lo que dicen: “desafortunado en el juego, afortunado en amores”, supongo que no se puede tener todo… (así me va… en fin, ese tema me lo guardo para otro post). Lo dicho: no te rindas que la única manera de no conseguir algo es dejar de intentarlo.
Muchos besos, os escribo a la vuelta del viaje a mi sur.
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