Gibraltar

Las garrafas de gasoil ya estaban cargadas, los dos marineros saltaron al catamarán. Uno de ellos sujetaba una pesada radio y el otro portaba una mochila a la espalda.

—¿Quién la llevará? —Interrogó el de la radio.

Como ninguno contestamos la depositó en el suelo.

—Será mejor que partamos cuanto antes.

Los marineros soltaron los cabos y el chico arrancó el motor. El catamarán avanzó seguro proporcionándonos una suave brisa que yo al menos agradecí. Mariano se dejó caer junto al timón al tiempo que mascullaba algo entre dientes.

—Mariano, entiendo que sigas enfadado pero

—Pero qué, vos has dejado a nuestros amigos en manos de esa gente. Yo luché en la Guerra de las Malvinas sabés; y ahora ellos están en manos de esos ingleses.

—Tenían como rehenes a Jorge y a los demás.

—Vamos Sargento, no creo que una situación como esa fuese nueva para vos. Sos un mercenario ¿No? Podías haberlos matado y haber rescatado a los chicos, aún podríamos hacerlo —un brillo asesino asomó a los ojos del abuelo.

—Mariano —busqué las palabras pertinentes— no sabíamos el sitio en el que los tenían retenidos.

—Eso tampoco habría sido un problema.

Los dos marineros asistían a la conversación atónitos, no terminaban de comprender que estuviéramos tratando ese tema delante de ellos como si nada.

—El Capitán estaba determinado a volar el barco, lo habría ordenado sin dudarlo, ya le oíste, no tienen ninguna otra posibilidad. Lo habría hecho, créeme, conozco a las personas, no habría dudado. Shania te lo confirmará —la aludida asintió sin demasiada gana mientras continuaba preparándose para el desembarco.

—Bien ¿Y si a la vuelta les damos su jodida placa y no nos los devuelven? ¿Y si les han hecho daño?

—En ese caso seré yo el que vuele el submarino —los dos marineros se abstuvieron de realizar comentario alguno.

La travesía hasta tierra transcurrió sin más conversaciones, la tormenta del día anterior había dejado paso a una mañana de sofocante calor. Ya se distinguía la parte Sur del Peñón, el faro era perfectamente visible. Shania y yo habíamos preparado el armamento, cada uno portaba un fusil con silenciador y una pistola sin él. Varios cargadores y un machete sujeto a la pierna.

—Una vez lleguemos bajaremos Shania, yo y el marinero que tiene que desmontar la placa, el resto permaneceréis en el catamarán.

Uno de los marineros comenzó a protestar cuando el velero pareció frenar de golpe y el ronroneo continuo del motor desapareció.

—No, no, no —Iván apretaba frenético el botón de encendido.

—¿Se ha acabado el combustible? —Me interpeló Shania.

Iván se dirigió al habitáculo del motor y levantó una pesada tapa.

—¡Mierda! Mierda, mierda, mierda.

Sacó las manos tiznadas de grasa y se incorporó.

—También han saboteado el motor, joder, lo han inutilizado.

Shania se sentó al timón con cara divertida.

—¿Puedes arreglarlo?

Iván me miró inclinando un poco la cabeza, se pasó la mano por la cara tiñendo de negro su frente.

—No, arreglarlo no, no sé arreglarlo ¿Cómo iba a saber?

—¿Y vosotros?

Los dos marineros ingleses negaron sin mucha convicción, parecían no estar seguros de si se trataba de alguna estratagema para no ir a tierra.

—Vale ¿Podemos alcanzar la costa?

Iván levantó la cabeza y llevó la vista al horizonte.

—Sí, supongo que sí, la propia corriente nos llevará, tardaremos más pero al final llegaremos, pero ni de coña al sitio al que nos dirigíamos.

—¿Y ahora qué soldadito? —Shania pasaba la yema de su pulgar por el filo del machete desenfundado mientras en su rostro se dibujaba una media sonrisa irónica.

El viaje había sido más largo de lo esperado pero Iván había estado en lo cierto, a pocos metros teníamos tierra. Los reuní a todos frente al timón.

—La situación ha cambiado, vamos a desembarcar lejos del punto en el que está el submarino. Una vez en tierra, buscaremos algún puerto deportivo, Iván, Mariano y uno de vosotros —señalé a los marineros— os encargaréis de buscar otro barco. Nos recogeréis en el punto de reunión que teníamos previsto.

Uno de los marinos iba a objetar algo cuando el catamarán se introdujo en la arena de la playa, ya no había marcha atrás.

Recogimos todo y nos dispusimos a saltar a la orilla.

—¿Quién va a llevar la radio? —Uno de los marineros la sujetaba con ambas manos. Era un armatoste enorme pero no disponían de más medios de comunicación, los teléfonos-satélite se los habían llevado en las anteriores expediciones.

—¿Quién es el que tiene que desmontar la placa? —Le pregunté.

El otro marinero levantó el brazo.

—Shania, protege a ese, que no le pase nada ¿Entendido?

—¡Eh y yo qué! —El otro marinero había soltado la radio.

—No necesitamos radio.

—El Capitán ordenó que comunicásemos con él cada treinta minutos.

—¿En caso de necesidad el Capitán va a ordenar una misión para que nos ayude? —Interrogué.

—No, no hay más botes, pero el Capitán

—Entonces no necesitamos radio —repetí.

—Pero—insistió el marino.

—Escucha chaval si quieres llevar la radio hazlo tú y ahora a tierra.

Shania saltó en primer lugar, la siguieron Iván y el marinero que debía desmontar la placa, el otro permanecía indeciso con la radio en las manos.

—Boludo, soltá ya la mierda de la radio —Mariano se la arrebató de las manos y la lanzó a un lado.

Ambos saltaron por fin y yo no pude reprimir una sonrisa al ver la reacción del abuelo.

Ascendimos una ladera poco escarpada y accedimos a un faro, en una plaza grande rezaba en letras esculpidas Lighthouse Trinity. El faro continuaba girando imperturbable. Shania se abrió a mi derecha rodeando el recinto vallado. Al reunirnos al otro lado negó con la cabeza.

—Nada, está limpio de zombis.

Avanzamos a buen paso dejando a la derecha el mar hasta alcanzar las inmediaciones de una Mezquita. Nos detuvimos frente a la entrada. No había rastro de zombis.

—Esto no me gusta, no hay ningún zombi —Iván movía nervioso la cabeza a un lado y a otro.

—Mejor, démonos prisa en llegar al otro submarino y regresemos cuanto antes.

Mariano se acercó a mí.

—Va a pasar otra vez ¿Verdad?

Observé a Shania, sujetaba nerviosa su fusil. También tenía muy presente lo ocurrido en Valencia.

—Ocurrir qué ¿Por qué no continuamos ya? —El marinero prescindible se impacientaba.

—Tenemos que buscar un lugar en alto donde ocultarnos.

Eché a correr hacia una especie de urbanización situada a nuestra izquierda. Llegamos hasta las primeras viviendas con la respiración agitada pero nadie quedó rezagado.

Todo el recinto estaba rodeado por una valla que ahora aparecía derribada en varios puntos. Los zombis continuaban sin aparecer. Nos adentramos en la urbanización ahora más despacio, desplegados, ocupando toda la carretera de acceso interior. No sabía de cuánto tiempo disponíamos así que elegí uno de los adosados de dos plantas. Buscamos algún hueco, ventana o lo que fuese por el que colarnos pero no hallamos ninguno. Me acerqué a la puerta principal y empujé, estaba cerrada. Ya iba a dar media vuelta para buscar otra casa cuando el marinero que debía desmontar la placa se aproximó a la cerradura y, sacando una tarjeta de plástico comenzó a hacer movimientos tirando del pomo. Al tercer intento sonó un chasquido y la puerta se abrió con un chirrido.

—Espabila chico, tu amigo sabe desmontar placas, fuerza cerraduras, se está haciendo imprescindible mientras que tú no aportas nada —Shania pasó dentro la primera dejando al marinero lívido tras su comentario.

El interior estaba oscuro, las persianas estaban todas bajadas. Encendí una de las linternas de que disponíamos, Shania hizo lo propio con otra y los dos marineros sacaron también las suyas.

Todo se veía en relativo orden, no se apreciaban rastros de lucha ni manchas de sangre. Eso podía ser bueno. No es que oliese a fresco pero el ambiente no parecía cargado, era como si alguien se hubiese tomado la molestia de ventilarlo. Tomé nota mental de ello.

Accedimos a un amplio salón también a oscuras.

—Permaneced aquí juntos. Shania, inspecciona la planta de arriba, yo comprobaré esta. En pocos minutos regresé al salón, Shania no tardó en aparecer.

—Limpio —se dejó caer en un mullido sillón y colocó sus dos pies sobre una mesa de hierro forjado rojiza.

—¿Qué estamos haciendo aquí? —El marinero imprescindible se había plantado frente a mí apuntando su arma a mi pecho, su compañero lo imitó sin mucha convicción sin perder de vista a Shania— ¿Por qué no continuamos? No se ven zombis, debemos seguir para alcanzar el submarino, desmontar la placa y regresar. Tenemos órdenes Sargento.

Me acerqué despacio a una de las ventanas y subí un poco la persiana, lo justo para ver el exterior por una de las rendijas. Shania ya había bajado los pies de la mesa y apuntaba distraídamente al marinero. Me hizo una imperceptible seña con la mirada: los mato ya o no.

—No —negué con la cabeza— por alguna razón que no entendemos los zombis, a veces, desaparecen, se reúnen, recorren la ciudad o se van a disfrutar de la puesta de sol, ni idea, sé que suena estúpido pero es así, todos lo hemos vivido. De pronto aparecen de la nada y te ves envuelto por todas partes.

—Está diciendo que los zombis se reúnen para dar un paseo al atardecer todos los días. Déjese ya de estupideces y sigamos, tenemos órdenes, es mejor continuar ahora que no hay zombis, me da igual que estén de ronda por la roca.

El marinero me apuntaba abiertamente al pecho, se había situado frente a mí, el otro mantenía en el punto de mira a Shania.

—Es preferible aguardar a que cada uno de los muertos regrese a su lugar, así se encontrarán repartidos y podremos evitarlos sin peligro.

—Él tiene razón.

Mi mano voló a la pistola lo mismo que la de Shania. En la puerta de entrada al salón un hombre se encontraba apuntado por cuatro armas automáticas.

—Dijiste que la planta superior estaba limpia —recriminé a Shania sin dejar de apuntar al individuo.

—Yo—no supo que decir.

—Tú tampoco me habrías encontrado, pero eso no es lo importante. Debemos subir, pronto regresarán y detectan cualquier sonido así que no hay tiempo que perder.

Dio media vuelta ignorando nuestras armas y se dirigió con paso firme hacia las escaleras de acceso a la planta superior.

Entró en una de las habitaciones, las persianas de las dos ventanas se encontraban entreabiertas así que la luz era suficiente para vislumbrar con comodidad el interior y a nuestro anfitrión, de todas formas los haces de las linternas lo iluminaban recorriendo todo su cuerpo.

Se acercó a una de las ventanas.

—Ya vuelven, justo a tiempo.

Todos nos asomamos. Los zombis aparecían lentamente, no en forma de marea, daba la impresión que cada uno volvía a recolocarse guiado por una fuerza superior.

—¿Cómocómo es posible? —El marinero se frotaba con las dos manos la cabeza.

Ninguno nos molestamos en contestar, por el contrario, tanto Shania como yo nos centramos en nuestro misterioso invitado.

—¿Es esta su casa?

El tipo negó con la cabeza y caminó hasta una estantería donde descansaba una especie de carcasa grande de cuero. Antes de que la pudiese alcanzar Shania se la arrebató.

—¿Qué tenemos aquí?

La reacción del individuo fue fulminante y nos cogió desprevenidos a todos. De un violento empujón derribó a Shania y recuperó la funda. Uno de los marineros golpeó con la culata de su fusil al hombre en los riñones haciéndole caer y soltar la caja. La cogí mientras el marinero le inmovilizaba con dificultad.

—Es mío, no tienen derecho, están en —dudó— en mi casa, no pueden —se dejó caer por fin.

Lo abrí con precaución y saqué un violín de su interior.

—¿Un violín? ¿De qué va esto?

—Soy lutier —respondió mientras se incorporaba y limpiaba una lágrima de impotencia de su cara.

Mariano debió comprender que no tenía ni idea de a qué se refería y explicó avanzando hacia mí.

—Fabricás violines no es así.

Tomó con delicadeza el instrumento entre sus manos y lo observó con admiración.

—No puedo creerlo —lo contemplaba con reverencia— es un Stradivarius verdad.

—¿Van a robármelo?

—No, que va, de ninguna manera.

El abuelo extendió sus brazos casi con respeto y se lo devolvió al hombre. Este lo recogió y lo devolvió a su funda de forma metódica y precisa.

Aproveché para observarlo con detenimiento. Era algo más bajo que yo, sobre el metro setenta, de complexión media, su cuerpo se veía delgado, demasiado delgado, probablemente como el de todos nosotros. Su pelo grisáceo, excesivamente largo, lucía echado hacia atrás dejando entrever un rostro seguramente más envejecido de lo que por edad le hubiera correspondido. Las cuencas ligeramente hundidas, resaltaban en exceso unos redondeados ojos incrustados en un rostro extremadamente afilado. A pesar del calor sofocante vestía un suéter de manga larga, sucio y raído como sus pantalones vaqueros que un día debieron ser azules y ahora presentaban un color indefinible. El conjunto resultaba algo extraño. La fragilidad del tipo parecía engañosa. Por alguna razón me vino a la mente la imagen de un cantante sudamericano a la que no acompañó su nombre.

Sus manos, de largos dedos, seguramente en otros tiempos delicados y ahora adornados de numerosas cicatrices, terminaron de ajustar los cierres de la funda del Stradivarius. Los ojos negros de mirada cansada del individuo se posaron entonces directamente sobre los míos.

—¿Cómo os llamás? —El abuelo se le acercó casi paternal.

—Ambros —le costó desviar la mirada de mis ojos para responder a Mariano —me llamo Ambros.

—¡Ambros! Sos griego verdad.

El hombre asintió. Sus manos asían con fuerza la funda del violín.

—Piensas matar a los zombis con canciones o les vas a dar en la cabeza con el trasto ese —Shania se había tumbado en una de las camas con el fusil cruzado en su regazo y le miraba impertinente.

—Para los zombis uso esto.

Se giró y sacó un bate lleno de manchas de sangre de debajo de la almohada de la otra cama.

—Bien, y ahora que nos conocemos todos ¿Qué vamos a hacer? —El marinero imprescindible volvía a lo suyo.

—Tú —mi tono le cogió por sorpresa— ¿Cuál es tu nombre?

—Adam —respondió de manera automática.

Era una suerte que los dos marineros comprendiesen y se expresasen perfectamente en español.

—Planificaremos lo que vamos a hacer y esperaremos a que anochezca, entonces Shania, tú y yo, iremos en busca de la maldita placa y

—¿Y yo? —Interrumpió el otro marinero.

—¿Cuál es tu nombre? —Repetí la misma pregunta que a su compañero.

—Tom —contestó casi desafiante— y yo no me voy a alejar de mi compañero ni de ti.

—Escuchadme bien Tom y Adam; si alguno de vosotros vuelve a apuntarme con un arma será lo último que haga. Dicho esto, necesitamos una nave para regresar al submarino, Iván y Mariano la buscarán en los puertos deportivos y los amarres y tú les acompañarás y te asegurarás de que no les suceda nada.

—Mis órdenes son

—Porque si cuando nos volvamos a reunir les ha ocurrido algo malo a alguno de ellos te juro que te despellejaré, te trocearé y te echaré de comida a los zombis ¿Ha quedado claro? —Tom tragó saliva.

—¿Y Ambros? No podemos dejarle aquí.

—Hasta ahora parece habérselas apañado bien solo, podrá seguir haciéndolo.

—Pero

—No va a venir con nosotros, no quiero más responsabilidades, no le debemos nada y no nos debe nada, eso es todo.

Mariano agachó la cabeza a regañadientes y se acercó cabizbajo junto al griego.

@@@

En cuanto hubieron abandonado el submarino, el Capitán dio orden de que despertasen al resto de invitados. Le pesaba enormemente el hecho de haber drogado a una chica embarazada. Puede que ese bebé, si llegaba a nacer, fuese el último de la raza humana.

Laura no entendía el motivo por el que se encontraba en una dependencia junto a Thais, Jorge y Will. La sensación de haber disfrutado un placentero descanso, no aliviaba el desasosiego que le producía el hecho de no recordar nada de lo sucedido desde que se sentasen todos juntos a cenar. Tampoco comprendía lo que hacían ahora juntos cuando a cada uno le habían asignado una litera o un camarote. Por último le extrañaba sobremanera la ausencia de Jose, Shania, Iván y Mariano.

En el momento que hizo entrada un oficial en el camarote saltó como un resorte hacia él.

—¿Dónde está Jose? Y el resto ¿Dónde están todos?

—Disculpe señora, soy el segundo oficial, si me acompañan el Capitán les pondrá al corriente de todo mientras toman algo de comer.

Will y Thais hicieron intención de seguir las indicaciones del oficial pero Laura no se movió, bajó la mano hasta la funda en la que debía descansar la pistola pero la encontró vacía, el hecho de verse desarmada sin tener conciencia de haber entregado su Glock solo consiguió acrecentar su tensión.

Avanzó con precisión dos pasos y sujetó al oficial del hombro presionando a su vez con el codo en el cuello del marino. Se fijó entonces en las moraduras que presentaba en su labio superior y reparó en que ese hombre no era el mismo que se había identificado anteriormente como segundo oficial. La cabeza comenzó a darle vueltas y toda la paz con la que se había despertado desapareció para dejar paso a una creciente preocupación.

El oficial no hizo intención de oponer resistencia, tan solo se limitó a levantar la mano para dar a entender que tenía algo que decir. Laura aflojó un poco la presión sobre su garganta para dejarle hablar.

—Este no es el mismo hombre de ayer —Jorge se colocó tras la puerta intentando bloquear el acceso desde fuera.

—Nadie les va a hacer daño, no deben preocuparse, si me siguen al comedor el Capitán les informará de todo.

Laura llevó su mirada hacia las caras de los otros, solo eran tres críos, en esta ocasión le correspondía a ella tomar la decisión que fuese.

—Si hubiéramos querido causarles algún daño podríamos haberlo hecho ya, no tienen nada que temer —dirigió sus palabras a Laura, era consciente de que los otros la seguirían sin reservas.

El trayecto por los estrechos pasillos del submarino había resultado más complicado sin soltar la presa a que había sometido al marino.

El Capitán, otro Capitán, los recibió con rostro preocupado en el camarote en el que recordaba haber comenzado a cenar la noche anterior.

—La violencia no es necesaria.

—¿Quién es usted? ¿Dónde está el Capitán? —Laura usó el cuerpo del marino como parapeto frente al del hombre que la interpelaba sentado a la mesa al tiempo que buscaba algún arma con la que hacer más efectiva su amenaza.

—Si hace el favor de dejar a mi segundo gustoso les informaremos cumplidamente de todo.

Como Laura no hacía intención de liberar al oficial, el Capitán se decidió a explicarles todo lo acontecido horas antes. Ante la insistencia de la mujer de ponerse en contacto con el Sargento, el Capitán se mantuvo firme esta vez. No era apropiado interrumpir la misión que llevaban a cabo.

Tras escuchar toda la explicación que les ofreció y después de constatar que nadie intentaba persuadirles mediante la fuerza se decidió a liberar al hombre por fin.

—¿Y si no regresan? ¿Y si no lo logran? ¿Qué ocurrirá entonces con nosotros? —Thais observaba fijamente al Capitán.

Laura lamentó haber soltado al oficial y maldijo a Thais por haber manifestado sus dudas después de que lo hubiera hecho.

—Si no vuelven nuestra situación, y la suya, será la misma, la peor posible. No nos quedan más botes, tampoco tenemos forma de alcanzar la costa, cuando se agotasen nuestras provisiones estaríamos definitivamente condenados.

—Lo lograrán, lo sabes, el Sargento siempre vuelve, siempre —Jorge se había expresado con decisión, con rabia, con un absoluto convencimiento.

—Yo también lo creo, rezo por ello —el Capitán posó sus manos sobre los hombros del chico— él se desasió sin muchas contemplaciones.

—Todos tenéis un gran valor, seguramente más que nosotros. Contáis con nuestro respeto.

—¿Cuál es esa información que les ha ofrecido como intercambio? —El Capitán dudó—si son sinceros no tiene sentido que nos la nieguen.

El Capitán resopló suavemente y accedió con un movimiento de cabeza.

—Estamos al tanto de, prácticamente, todo su periplo desde que abandonaron el CNI. Sabemos lo que los mueve. Mejor dicho, sabemos lo que él persigue, por supuesto todos ustedes le siguen. Como ya le dije al Sargento, esa niña, su hija, está viva, logró escapar de Dajla. Ya le mostré las conversaciones que mantuvieron las personas que la retienen. Obviamente no sabemos cuál es su destino final pero, como ya le dije a su amigo, en algún momento tendrán que abandonar tierra firme. Si es así, y hemos podido reparar la nave, no dude que les ayudaremos.

—Antes ha dicho que interceptaron nuestra comunicación desde el CNI ¿Hay más supervivientes en otros lugares? Quiero decir ¿Han interceptado comunicaciones de otros gobiernos, de otros países?

Laura no pudo dejar de observar la mirada de inquietud, de preocupación, que el Capitán dirigió a su segundo. Después de unos interminables instantes por fin se decidió a responder.

—Sí, en efecto, hemos recibido comunicaciones de varios países, se van organizando como pueden, las instituciones han caído en todos ellos, pero intentan salir adelante.

—¿Qué países? —Interrogó Will en un perfecto inglés.

—Francia, no en París pero sí desde otros puntos, en Bruselas, desde Berlín, por supuesto en Estados Unidos, Canadá, también de Roma, incluso en Portugal se van organizando en torno al mando militar superviviente. Ninguno en África salvo las que conocen de Dajla en Marruecos, conocían.

—¿España? —Thais esperaba la respuesta con mirada suplicante.

—No, después de la que realizaron ustedes no recibimos ninguna nueva. Pero eso no quiere decir que no queden supervivientes, tan solo que, de momento, no tienen acceso a comunicaciones por satélite o de largo alcance.

—¿Y nosotros? —Volvió a preguntar Will.

El nerviosismo se hizo más evidente en la expresión del Capitán.

—No, nada.

—Pero pueden quedar supervivientes verdad ¿Verdad? —Insistió el chico con muestras de preocupación.

—Ya he dicho que no —respondió ahora bruscamente.

De los ojos del joven escaparon sendas lágrimas y el Capitán pareció sentirse obligado a disculparse.

—Lo siento, he sido realmente maleducado.

Tras una dolorosa pausa el Capitán se decidió a hacernos partícipes de aquello que lo venía atormentando más incluso que la invasión de los zombis.

Cuando esta maldita locura estalló navegábamos en una misión rutinaria por el Mar de Barents. Nada especial, lo habíamos hecho en distintas ocasiones. Nos llamaron. Nos convocaron en el Canal de la Mancha. En total cuatro submarinos nucleares. Las autoridades sanitarias no sabían cómo contener la epidemia. La gente enfermaba, moría y resucitaba. Se comían a sus seres queridos, a sus vecinos, a cualquier desconocido que se cruzase en su camino. Estos enfermaban, morían y resucitaban en un bucle diabólico.

Alguien, no sé quien, pensó que lo mejor era acabar con todos. Las principales autoridades estaban a salvo en un bunker seguro, debíamos, debíamos descargar todo nuestro arsenal nuclear sobre las ciudades más pobladas de nuestro país. Arrasarlas para que existiera alguna posibilidad de contener la infección y la vida pudiera volver a crecer.

Ninguno de los cuatro Capitanes obedecimos esa orden. No podíamos disparar sobre nuestra tierra, nuestras familias, nuestras casas, nuestras raíces. Desobedecimos.

Mientras, a través del satélite éramos testigos de cómo ese maldito virus avanzaba, de cómo se tragaba toda la vida y sembraba solo muerte. Diez días después las comunicaciones cesaron, ya no quedaba nadie para emitir las noticias. Desde el Puesto de Mando se nos volvió a ordenar disparar sobre nuestro territorio. Dos de los Capitanes decidieron que lo harían, lanzarían su arsenal sobre nuestro país. La tercera nave, con su Comandante en Jefe al mando, Jackson, el Capitán Jackson, un gran militar, mejor persona, un amigo de la Academia, decidió que no podía permitirlo. Atacó a las otras dos naves, las hundió. Sabe, los otros ni siquiera se defendieron, no dispararon, creo que en el fondo solo pretendían acabar con todo de una forma sencilla, sin culpa ni remordimiento.

Después, después de disparar sobre ellos, el Capitán emergió, navegó hasta la costa y desembarcó. Al poco de abandonar el submarino dejamos de tener noticias suyas, supongo que los atacaron, enfermaron, murieron y ahora son zombis radiactivos esperando a que algún humano loco o desesperado aparezca por la superficie.

Sí, a la semana de haber perdido contacto con la tripulación del otro submarino, después de no tener contacto con el Puesto de Mando, decidí obedecer la fatídica orden. Lo hice. Disparé todo nuestro potencial destructor sobre las principales ciudades de mi país. Nada más hacerlo la comunicación con el Puesto de Mando se restauró. Estaban bien, se alegraban de que por fin hubiéramos decidido lanzar el ataque nuclear.

No sirvió de nada, una vez pasó la onda expansiva, el incremento brutal de la temperatura, la radiación ionizante y el pulso electromagnético, las autoridades estudiaron el exterior para comprobar los efectos, para celebrar la destrucción de todos los zombis sobre suelo británico.

No sirvió de nada, los zombis cuyas cabezas reventaron murieron definitivamente, pero el resto no se vio afectado en absoluto. Su capacidad destructora continuó intacta. Habíamos acabado con todo nuestro entorno y habíamos dejado a los zombis para que custodiaran el infierno.

 

—Así que respondiendo a tu pregunta, no, no queda nadie vivo sobre tierra británica. Solo zombis y radiación. Ahora mismo es el territorio más hostil del planeta. Y lo hice yo, yo ordené esa masacre, todo lo hice yo.

@@@

Después de descansar un rato y dar cuenta de las provisiones que habíamos traído del submarino reuní a todos alrededor de la amplia mesa de cristal del salón. Sobre el mapa que nos había facilitado el Capitán le fui indicando a cada uno lo que debía hacer.

—¿Alguna pregunta?

—En ninguno de esos embarcaderos quedan barcos útiles, pero da lo mismo, vosotros tampoco podréis alcanzar el submarino que

buscáis.

Detuve a Shania con un gesto y me dirigí al griego.

—Explícate.

—Llevo aquí, en el Peñón, desde que comenzó la infección. He recorrido toda la costa, buscaba algún barco para intentar escapar de aquí aunque, en realidad, no sabría gobernarlo. En ninguno de los puertos quedan barcos útiles.

—Pero —deseé que sus palabras tuviesen continuación.

—Hay un velero, es bastante grande. Lo tenía como un lugar al que escapar si las cosas se ponían aún más feas en tierra.

—¿Nos vas a decir por las buenas donde está o te lo tengo que sacar a golpes? —Shania ya se aproximaba a él.

Ambros permaneció tranquilo, como si todo le diera igual, mientras ella se acercaba amenazante. Mariano se interpuso entre los dos.

—Por favor, después podrás venir con nosotros —el griego apartó la mirada de Mariano para posarla sobre mí.

—Como quieras, será tu decisión pero en ningún caso constituirás una responsabilidad para mí.

—No lo pretendo, sé cuidarme.

Caminó lentamente hacia la mesa y colocó su dedo índice en un punto del mapa.

—Ahí está el velero.

Observé las coordenadas:

36° 07’ 05.97’’ N

5° 20’ 29.14’’ W

—Eso es mar, no hay ningún embarcadero.

—Permanece fondeado a unos cincuenta metros de la costa, por eso continúa en ese lugar.

Mariano e Iván observaban por una de las ventanas como el otro grupo se alejaba.

—Sigo sin entender por qué nos hemos tenido que separar —el marinero Tom no podía ocultar su malestar con la decisión tomada por el Sargento— dividirse nunca es buena idea.

El lutier se acercó al marinero más de lo que a este le hubiese gustado.

—En esta ocasión ha sido la mejor opción para vosotros. Adonde ellos van no hay la más mínima posibilidad de que regresen. Ningún hombre conseguiría sortear a todos los zombis de la zona y alcanzar el submarino. Nadie lo lograría, no volveréis a verlos, lo siento.

Mariano se dirigió a Iván.

—Será mejor que nos demos prisa. El Sargento se enojará si no estamos listos cuando llegue al velero.

—No me habéis escuchado, es imposible que

—No escuchá vos —el abuelo hablaba mientras terminaba de recoger sus cosas— ese pibe no es normal, si ha dicho que se presentará en ese velero lo hará, y no le alegrará descubrir que no estamos en él con todo preparado para partir.

—El Sargento siempre vuelve —Iván emuló a Jorge.

Todos abandonaron la casa siguiendo al desconcertado lutier.

@@@

A medianoche de ese domingo 28 de agosto, la luna llena lo iluminaba todo prácticamente como si fuese de día. Avanzábamos a buen ritmo, casi corriendo. Yo abría la marcha, a continuación el marinero Adam y por último Shania.

Llevaríamos unos cuatrocientos metros recorridos por la carretera Europa cuando me detuve.

—Nadie ha dicho que te pares marinerito —Shania increpaba con su gracia natural al marinero.

—Espera. Hay montones de coches por todas partes y la carretera está despejada, si cogemos un coche avanzaremos más rápido.

—Los coches hacen ruido, a los zombis les atrae el ruido. Seguiremos caminando. En marcha.

—Sssst —ordené. Algo se movía por el margen de la calzada.

Encaramos nuestros fusiles esperando ver aparecer una horda de zombis pero eso no pasó. Tras unos instantes de tensión, media docena de monos se situaron en la carretera, delante de nosotros, interrumpiendo nuestra marcha.

—¿Y estos? —Shania se situó a mi costado.

—Son macacos de Gibraltar. Son inofensivos —Adam nos sobrepasó y se colocó delante de ambos— sin turistas en la roca deben estar hambrientos.

Avanzó hacia ellos a la vez que se agachaba y les llamaba en voz baja. Antes de que Shania o yo pudiéramos reaccionar todos los monos le saltaron encima.

—AAAH. Me han mordido.

Ante el precario equilibrio del marinero los macacos lograron derribarle. Adam se defendía a manotazos como podía para evitar que le mordiesen el rostro.

—Quitádmelos de encima.

Shania efectuó una rápida sucesión de disparos y el grupo de primates cayó abatido.

—¡Joder! Podías haberme dado —se incorporó cubriéndose las heridas que le habían causado en el brazo. Una ojeada a los cuerpos desparramados por el asfalto le permitió verificar que todos ellos habían recibido un impacto en su reducida cabeza— ¡Mierda! Les has dado a todos en la cabeza ¿Crees que eran zombis, monos zombis? —Un temblor le recorrió todo el cuerpo.

—¿Los monos pueden infectarse y transmitir la enfermedad? —Me dirigí a Shania sin perder de vista al marinero.

—Creo que no —el marinero resopló aliviado— pero no le perderemos de vista y si presenta síntomas nos lo cargamos —ahora tragó saliva.

—¿Qué es eso? —Adam señalaba a la ladera derecha mientras terminaba de anudarse un pañuelo en su brazo herido.

La ladera de la montaña parecía moverse, avanzar hacia nosotros.

—Son más monos, cientos de ellos.

Los macacos descendían con rapidez sin emitir sonido alguno. Parecían haber aprendido que el silencio era un mejor aliado.

—Al final tendremos que ir en coche.

Corrí hacia el vehículo más cercano seguido por Shania y Adam y tras ellos centenares de macacos.

Opté por un Opel Vectra con la puerta del piloto abierta. En el momento que entramos y cerramos la jauría de monos se abalanzó sobre la carrocería del coche. Con cada golpe su instinto se hacía más incontrolable y los gritos comenzaron a sucederse creciendo por momentos. Los primeros zombis no tardaron en aparecer atraídos por el griterío.

El puente realizado surtió efecto y el motor del coche arrancó. Su estrépito acalló algo los alaridos de los monos. Varios de ellos terminaron en las fauces de los zombis. Adam no podía apartar la vista del cristal trasero del coche. Tampoco yo podía dejar de observar la carretera por el retrovisor.

—Por si teníamos pocos problemas, aparecen los putos monos —Shania reponía en su cargador la munición consumida.

Nos desviamos hacia Hospital Naval Hill. Por esa carretera aún íbamos más lento. Apenas avanzamos unos seiscientos metros. La carretera se tornó impracticable. Montones de vehículos parados, algunos de ellos volcados nos impedían el paso.

—Si cogemos un coche avanzaremos más rápido —imitó Shania el comentario anterior de Adam.

—Bajad, a partir de aquí seguiremos a pie —retomamos nuestro avance en dirección al submarino.

Después del encuentro con los monos íbamos más despacio, trataba de evitar cualquier ruido que nos delatase. Al alcanzar Naval Hospital Road la situación se complicó. Nos detuvimos tras unos setos.

—Mira eso. Hay cientos de zombis. Pero qué pasa ¿Es que toda la población de Gibraltar está aquí?

Los zombis se movían nerviosos, estaban en estado de alerta. Probablemente el escándalo de los monos los había excitado.

—¿Qué hacemos? No podemos permanecer aquí mucho tiempo sin que nos descubran —Shania me observaba tan indecisa como yo.

En ese instante los monos que habíamos dejado atrás pasaron huyendo alrededor nuestro. Los zombis se excitaron aún más.

—¡Mierda! En breve estaremos rodeados. Tenemos que movernos.

Intentaba encontrar algún camino seguro que seguir pero no daba con ninguno. Alrededor nuestro, los macacos eran cazados y despedazados por los zombis. Sus gritos helaban la sangre y envolvían la roca haciéndose perceptibles a mucha distancia de allí.

Uno de los monos avanzaba saltando de cabeza en cabeza hasta que su aventura acabó al verse cogido de la cola. El animal se giró y hundió sus uñas y sus afilados dientes en el rostro del zombi. El muerto se vio sorprendido y terminó derribado. Su cabeza chocó con un sonido metálico contra el suelo pero sus manos no soltaron su presa. El mono veía con horror como la boca del zombi se acercaba a su cara.

¡FLOP!

El impacto alcanzó al zombi en la cabeza. El mono se escabulló por fin de las manos del muerto. Por un instante su mirada se cruzó con la mía, como si hubiera sido consciente de quien lo había salvado. Al momento se giró y huyó hacia uno de los árboles cercanos.

—Vamos, ayudadme.

Aparté al zombi a un lado y comencé a tirar hacia arriba de la tapa de la alcantarilla. Los zombis ya nos habían descubierto y avanzaban hacia nosotros con su carrusel de gemidos. Tras un par de intentos la tapa cedió, la levantamos y saltamos al interior sin miramientos. Uno de los zombis más cercanos cayó detrás de nosotros. Shania evitó que se levantase y le partió el cuello con un brutal movimiento, el crujido de sus vértebras se escuchó sobre los alaridos del exterior. Otro más cayó encima de ella.

¡FLOP!

El proyectil se alojó en la cabeza del viejo que ya intentaba morderla. Los tres observamos el hueco esperando ver caer nuevos zombis al interior pero eso no pasó, ninguno más cayó. Arriba los alaridos, carreras y golpes continuaban y crecían en intensidad.

—Tenemos que irnos de aquí —el marinero se abrió paso encendiendo una linterna.

Avanzaba contando los pasos que recorríamos. Unos quinientos pasos hasta la primera bifurcación. Ahora que sentíamos el peligro como algo más lejano, podíamos percibir el nauseabundo hedor que nos envolvía. Empezaba a encontrarme mareado.

—Tenemos que salir de aquí. Si seguimos respirando este aire contaminado acabaremos perdiendo el sentido.

Unos cien pasos más adelante encontramos unas escaleras que ascendían hasta una tapa metálica como la que habíamos retirado para entrar. Nos tomamos un respiro para intentar escuchar algo al otro lado.

—Parece estar limpio.

Shania se abalanzó sobre la alcantarilla y ella sola la levantó. Salió de un salto al exterior. Adam y yo pudimos escuchar como inspiraba con alivio llenando sus pulmones de aire limpio.

—Rápido, salid, hay zombis cerca.

Corrimos hasta una de las viviendas cercanas. Nos lanzamos al otro lado del seto que la rodeaba y aprovechamos para descansar y respirar hasta dejar atrás el nauseabundo olor de la cloaca de la que acabábamos de salir.

—¿Dónde estamos, hemos avanzado o no?

Las nubes parecían haberse aliado con los zombis y cubrían la luna por completo. Intenté localizar el letrero de alguna calle pero no logré ver nada.

—Espera, tengo una idea.

Shania avanzó agachada hasta el final del seto. Alcanzó el buzón del chalet junto al que nos encontrábamos e intentó abrirlo. Un sonido sordo nos indicó que le había disparado. Regresó reptando junto a nosotros.

—A ver si hay suerte.

Fue observando la dirección de los tres sobres que se encontraban en el interior del buzón.

Julie Abbott

Transport rd, 11

Situé el dedo sobre el mapa en el punto al que correspondía esa dirección. Aún nos quedaba más o menos por recorrer la misma distancia que ya habíamos cubierto pero sobre una zona, a priori, más urbanizada; eso implicaba un mayor número de zombis en los alrededores.

Caminamos al lado de la carretera. Fuera de ella la cantidad de zombis era menor. Las nubes se habían evaporado y la luna volvía a iluminarlo todo. Cuatro zombis aparecieron cortándonos el paso. A primera vista ninguno presentaba heridas graves. Todos vestían mono de trabajo. Sus ropas estaban sucias, raídas. Los zapatos de dos de ellos habían desaparecido. Los cuatro pusieron rumbo hacia nosotros con sus insoportables gruñidos. Shania volvió a mostrar su extraordinaria puntería. Uno a uno fueron cayendo todos con las cabezas agujereadas. Resultaba estremecedor escuchar el mismo sonido sordo producido al penetrar los proyectiles en cada uno de los cerebros. Saltamos sobre ellos y continuamos. Shania reponía la munición de su cargador al tiempo que avanzaba.

Nos encontramos de frente con una carretera. Según el mapa debía tratarse de South Pavillion Road. Sobre el asfalto varios zombis deambulaban sin sentido.

—Si cruzamos nos descubrirán.

—Y no podemos liarnos a tiros con todos —añadió Shania.

—Y entonces qué —Adam no pudo continuar.

Varios zombis vestidos con monos de trabajo como los que acababa de liquidar Shania aparecieron por detrás de nosotros.

—¿Es que había reunión de empresa? —Shania ya se disponía a disparar sobre ellos.

—No, son demasiados. Mira la carretera, ya están alertados. Toca correr.

Los tres echamos a correr, cruzamos la carretera y nos adentramos en una reducida zona arbolada. La vegetación era espesa y pronto nos cubrió de la vista de los muertos que nos perseguían. El respiro no podía ser grande, en unas pocas zancadas más habíamos dejado atrás los árboles y la cobertura que nos proporcionaban. A nuestras espaldas podíamos escuchar los gruñidos, los sonidos de ramas al quebrarse bajo los pies podridos de los zombis, los golpes provocados por sus caídas al tropezar en la oscuridad. Incluso si nos esforzábamos un poco podíamos respirar el hedor que desprendía su carne muerta.

—¿Y ahora qué?

Shania miraba a un lado y otro, hiperactiva pero en su salsa; en absoluto se la veía nerviosa o preocupada. Yo tampoco tenía desatadas mis pulsaciones más allá de la carrera que nos habíamos pegado. Adam era otra cosa, su nerviosismo era evidente e incluso se podía oler el miedo que desprendía su sudor.

—Un poco más adelante está la dársena donde se realizaban las reparaciones del submarino gemelo, esa era su última posición verificada.

Su cabeza giraba a un lado y a otro en busca de algún zombi dispuesto a saltar sobre nosotros. Parecía dotada de vida propia.

Alcanzamos Rosia Rd. La carretera estaba colapsada por múltiples vehículos detenidos para siempre, unos accidentados, volcados. Algunos incendiados y otros con las puertas abiertas, simplemente abandonados por sus ocupantes. Un camión de transporte de contenedores marítimos ocupaba el centro de los dos sentidos de la marcha. Un contenedor se había desprendido de sus anclajes delanteros a causa del accidente. Parte de la carga había escapado por las puertas reventadas. Varias cajas con los monitores de plasma que transportaba dificultaban aún más el paso.

En ese punto, todos los zombis de la zona estaban alertados, los que no nos habían descubierto todavía, se encaminaban hacia la fuente sonora que constituían los gritos de los que nos perseguían. Corríamos entre los coches. Saltábamos sobre ellos de unos a otros intentando evitar a los zombis que se nos iban cruzando. La oscuridad y la sorpresa nos habían ayudado en un principio pero nuestro margen se agotaba.

Shania saltó entre dos coches evitando el mordisco de una mujer manca. Su brazo izquierdo había desaparecido, el húmero quedaba visible apenas rodeado de carne y la manga deshilachada que lo debía haber cubierto iba a un lado y otro. Cargué contra ella con el hombro y su cara terminó contra el retrovisor del coche, otra vez ese sonido de carne macilenta estampada sobre cualquier superficie. Shania continuaba avanzando hacia la dársena, un olor mezcla de aceite rancio y salitre iba haciéndose cada vez más intenso. Me giré para controlar a Adam y me detuve en seco. No estaba, había desaparecido. A mi alrededor sólo cuerpos muertos moviéndose en mi dirección.

—¡Shania! —Llamé— no está.

No era el momento de dudar, los dos abrimos fuego contra los zombis que se nos interponían. Seis cabezas reventaron de forma consecutiva. Adam reapareció sobre el techo de un Seat Toledo con el parabrisas completamente astillado. Media docena de zombis lo rodeaban. Desde lo alto comenzó a disparar a discreción. A esa distancia la mayoría de sus disparos alcanzaron, al menos, a los zombis.

Shania dejó de ocuparse del marinero y avanzó hacia nuestro objetivo. El vallado del complejo, pocos meses antes seguramente infranqueable, presentaba ahora varios lugares por los que colarse y, por supuesto ninguna seguridad. Corrimos hacia una zona en la que la valla había sido derribada por el impacto de un camión militar. La cabina se había partido y la puerta del copiloto descansaba sobre el suelo. La caja parecía haber sido colocada en pie a propósito. Al pasar a su lado descubrí al conductor. Su cabeza sobresalía por el cristal roto con el cráneo abierto. Su cerebro había desaparecido, algún zombi hambriento se habría dado un festín. Alcanzamos el submarino, una pasarela de metal, de unos tres metros por uno de ancho, lo unía al muelle de reparación. En las inmediaciones multitud de zombis rugían hacia nosotros. Continuamos nuestro fatigado paso hasta pisar el submarino inglés. En cuanto llegamos Shania intentó retirar la pasarela metálica. No lo conseguía, era demasiado pesada y además parecía estar anclada de alguna forma a la estructura del sumergible. Desistió, debía ir atornillada o algo por el estilo y no disponíamos de herramienta alguna ni de tiempo para soltarla.

—Entra al submarino. Tú lo conoces. Busca la jodida placa y vuelve rápido, los contendremos hasta que regreses.

Adam desapareció, primero en la oscuridad de la noche y luego en el interior del submarino al atravesar una de las escotillas. Shania me lanzó sin avisar una barra de hierro. Ella empuñaba una llave dinamométrica enorme. Con un golpe seco derribó la barandilla de uno de los lados de la pasarela. Un nuevo golpe arrancó la otra.

—Así no se podrán agarrar ¡Vamos! ¡Venga! No tenemos toda la noche —gritó con la llave en alto intentando excitar aún más a los zombis.

No pude dejar de observarla. En verdad era una mujer fuera de lo común. El primer golpe que descargó sobre el zombi que ya corría hacia ella le arrancó la mandíbula inferior. La violencia del impacto lo lanzó al agua. Se diría que había nacido para luchar, ese era su ambiente, en él se desenvolvía como nadie, al menos como nadie que yo recordase. Tres zombis intentaban avanzar al mismo tiempo por la estrecha pasarela, uno de ellos se precipitó al agua empujado por los otros dos. Shania se agachó y golpeó las piernas de los dos restantes. Retrocedió un paso, tomó impulso y descargó la llave por dos veces, una sobre cada uno de los cráneos. Los cuerpos quedaron inmóviles. Sus movimientos eran precisos, exactos, golpeaba en el momento justo y aprovechaba el instante inmediato para descansar. Un hombre grande y gordo, con la mitad de su cabeza abrasada y la cavidad torácica expuesta y vacía, logró pasar por encima de los cuerpos de los zombis caídos. Shania se plantó frente a él de un salto y soltó un sonoro grito. El movimiento inesperado sorprendió al zombi que se detuvo confuso. Ella volteó la llave de abajo arriba alcanzándolo en el mentón. A pesar de su peso el hombre se elevó un palmo del suelo y acabó cayendo hacia atrás derribando en su caída a otro grupo que se disponía a entrar en la pasarela. La fortaleza del tipo era descomunal, a pesar del tremendo golpe recibido ya se incorporaba de nuevo. Shania no esperó a que lo hiciera del todo. Corrió hasta él y lo pateó en un costado echándolo al agua. Volvió a situarse sobre la seguridad del submarino, a la espera, impasible, relajada, recuperando.

—Tú piensas participar o te va más el rollo de mirar.

Creo que ese era el aspecto que más odiaba de ella. Sin contar que seguía sin haberme dicho una sola verdad. La dársena ya estaba rodeada por completo de zombis. Muchos eran los que continuaban su loca carrera y terminaban en el agua sin lograr alcanzar el submarino, pero la mayor parte parecía dirigirse en cola hacia el único paso que constituía la pasarela, como si un instinto primitivo les indicase que ese era el camino que debían seguir. Me situé al lado de Shania y entre los dos nos aplicamos en impedir que los zombis lograsen subir al sumergible.

Adam estaba sudando, un calor intenso parecía nacerle del interior de su cuerpo e ir extendiéndose desde dentro de sus tejidos hacia fuera. En el submarino no había luz alguna, estaba completamente a oscuras. Se dirigió al Puesto de Mando apuntando a un lado y otro con la linterna. El haz luminoso temblaba ostensiblemente, lo mismo que la mano que sujetaba la linterna. Por una parte se alegró de que ni el Sargento ni la mujer pudieran verlo, pero al momento deseó que se encontrasen junto a él proporcionándole cobertura. Era extraño pero la sola presencia de ellos junto a él era suficiente para proporcionarle el valor que sólo nunca poseería.

Intentó relajar su respiración, si había algún zombi en el interior solo con eso ya podría descubrirlo. Conocía el submarino, no tardó en alcanzar el Puesto de Mando. Se dirigió a una consola y accionó un interruptor, luego dos más, las luces amarillentas se fueron encendiendo incrementando su luminosidad. Ahora podía ver a su alrededor pero también los zombis podrían verlo a él. Al fondo estaba la dependencia tras la que se encontraba montada la placa que necesitaba. Avanzó lentamente, intentando recuperar su pulso por completo. Se secó el sudor que resbalaba por su rostro y empujó la compuerta. Se abrió sin dificultad, sin emitir sonido alguno, perfectamente engrasada. Al instante comprendió que su misión había sido una pérdida de tiempo. El lugar que debía ocupar la placa era ahora un hueco cubierto de cables cortados. Lo habían logrado, alguna de las otras dos expediciones anteriores había logrado extraer la placa, pero ninguna de ellas fue capaz de completar su misión, ninguna regresó al submarino. No tenía sentido permanecer más tiempo ahí dentro, retrocedió al Puesto de Mando y se dispuso a desandar sus pasos. El zombi apareció de la nada. Adam se sintió paralizado. Los ojos extremadamente rojos le observaban, sin brillo, sin vida, vacios, en el interior de unas facciones que conocía muy bien. Charlie, ingresaron juntos en la marina, sus destinos habían transcurrido paralelos. Conocía a toda su familia, su padre, su madre, su rolliza hermana pelirroja; incluso su perra Dakota. Ahora le miraba sin conocerle, con el único deseo irrefrenable de arrancarle el corazón y comérselo, quitarle la vida y continuar. Charlie avanzó hacia él, se tambaleaba. Adam descubrió rápido el motivo. Una fractura abierta en su pierna derecha dejaba ver un trozo de tibia escapando de su pantalón. El dolor debería ser horroroso, pero su amigo ya no lo sentía, de hecho, ya no sentía nada, solo esa necesidad de devorarlo. Gruñó al tropezar con una silla tumbada. Pareció que iba a caer pero en el último momento logró mantenerse en pie. Adam sudaba todavía más. Volvió a secarse el rostro con la manga del uniforme. Fue consciente una vez más del sonido que emitía su respiración. No quería enfrentarse a su compañero, no quería tener que matarlo, matarlo definitivamente, pero tampoco podía simplemente huir. Charlie le cerraba el paso y continuaba su lento e inexorable avance.

—Charlie, Charlie —le habló con voz calmada— escucha ¿Estás ahí? Charlie amigo. Joder estoy hablando con un zombi.

Sus nervios estaban a punto de estallar y sus músculos no podían estar más tensos. Resopló.

—Déjame pasar amigo, no quiero tener que hacerte daño.

Charlie le respondió con un quejido más prolongado que los anteriores pero eso fue todo, ni un asomo de humanidad en el que había sido su amigo. Adam cada vez se sentía más atraído por la visión de ese zombi al que había conocido tan bien. No podía apartar su mirada de ese rostro ahora cubierto de restos de sangre reseca. Se sentía incapaz de dejar de observar el cuajarón que basculaba a un lado y otro amenazando con desprenderse en cualquier momento y abandonar la herida de su cuello de la que, de momento, pendía. Charlie era ahora lento. Adam no tenía dificultad alguna en ir esquivándolo mientras continuaba examinando a su amigo. Se fijó en sus manos, oscurecidas en un tono entre marrón, negro y rojo, rojo sangre. Adam cerró un instante los ojos en un vano intento de despertar de la pesadilla en la que se encontraba. Deseando que al abrirlos ese zombi ya no estuviese ahí. Despegó los párpados y no estaba, Charlie no estaba solo. Ahora tenía frente a él a dos zombis, Charlie y Ron. A sus espaldas se fueron desdoblando más zombis, toda la segunda expedición continuaba en el interior del submarino. Nunca lograron salir. Al Igual que él tampoco iba a lograrlo.

El salto de Ron lo cogió desprevenido, en realidad hasta un bebé de cuatro meses lo habría sorprendido. Tan solo fue capaz de intentar interponer el fusil entre Ron y él. También en eso falló. El arma escapó a sus manos y chocó contra el suelo del sumergible emitiendo un par de secos golpes. Al menos pudo sujetar con ambas manos el rostro de Ron, alejarlo de su cara, evitar que lo devorase a la primera dentellada. Retrocedió hasta que su cuerpo chocó contra la consola del sonar, ya no podía seguir huyendo. Con los codos trataba de mantener alejadas las manos de Ron. Este cada vez ejercía más fuerza. La boca se le acercaba. Adam ya podía respirar ese aliento podrido que emanaba de ella. Sus fuerzas se agotaban. Sus brazos pronto serían incapaces de sujetar a su compañero, mucho menos al resto. Observó la garganta de Ron, en su interior había algo grueso, negro, viscoso, debía ser su lengua, rodeada de dientes con restos de jirones de carne podrida. Debía estar gritando, gruñendo, gimiendo como todos ellos hacían pero Adam era incapaz de escuchar nada, su cerebro se negaba a procesar más dolor, más locura. Y ese ojo, ese ojo de un rojizo hechizante que se acercaba aun más a su cara para caer y estar a punto de meterse en su boca. La fuerza que Ron ejercía cesó, su cuerpo caía a peso, se escurría de sus manos. Lo soltó y se sacudió el globo ocular que se le había pegado en el pecho.

—Espabila chaval, tenemos trabajo.

El cerebro de Adam reaccionó por fin. Frente a él todo eran cuerpos caídos, inertes, sus compañeros de la segunda expedición yacían muertos para siempre. Sus cabezas lucían un orificio perfecto, preciso. Salvo la de Ron, esta estaba atravesada por un cuchillo que en ese momento extraía esa mujer.

—¿Qué pasa aquí?

Reconoció esa voz, siempre tranquila pero autoritaria, serena, segura. El Sargento le observaba apuntando su fusil a su cabeza.

—¿Te han mordido?

Adam me observaba, parecía entender mis palabras, daba la impresión de asimilarlas, pero no respondía. Shania se le acercó y examinó su cara y sus manos sin delicadeza alguna. Luego le entregó su arma caída.

—No parece herido, llegamos a tiempo pero si ha perdido el juicio de poco nos servirá.

—No está, ya no está.

Tanto yo como Shania observamos al marinero. Todo él se estremecía, sus labios temblaban ostensiblemente dejando escapar un hilillo de saliva que crecía y se estiraba interminable hasta terminar escapando de su boca.

—¿Quién no está? —Me acerqué a él y le sujeté con firmeza por los hombros.

Su estremecimiento me traspasó hasta ir desapareciendo. Su mirada pareció enfocar el escenario. Sus ojos se centraban. Estaba regresando del umbral de la locura al que se había asomado.

—La placa. No está.

—¿Estás seguro? —Shania se situó frente a él tratando de penetrar en su mente a través de sus ojos.

El marinero se secó los mocos y el sudor de su cara a un tiempo con la manga. Luego dio unos cuantos pasos a un lado y nos indicó que le siguiéramos. Nos condujo a otra habitación y señaló un amasijo de cables cortados.

—No está, se la llevaron, alguna de las dos expediciones logró extraerla pero no regresaron al submarino, si fue la primera estará en cualquier punto de Gibraltar y si fue la segunda puede estar en cualquier punto del submarino.

Volvimos al Puesto de Mando.

—¿Podría tenerla alguno de tus compañeros? —Le indiqué con un gesto a los zombis caídos.

Adam se encogió de hombros y dio una vuelta entre los muertos.

—No, no es algo que se lleve en un bolsillo y por el suelo tampoco está.

Tras un instante de silencio el marinero preguntó:

—¿Por qué habéis entrado? Quiero decir, os lo agradezco de verdad pero se suponía que esperaríais fuera ¿No?

Shania se medio sentó sobre una mesa y ladeó su cabeza al tiempo que daba con un lápiz entre sus dientes.

—Anda, explícaselo tú.

Adam me observó interrogante.

—La situación arriba se tornó complicada —Shania dejó escapar una risa— no creo que podamos salir por donde hemos entrado.

Adam echó a andar y Shania y yo lo seguimos. Tras abrir varias compuertas y subir por unas escaleras verticales, desbloqueó una última compuerta estanca y salimos a la torreta del submarino.

De inmediato volvimos a percibir los gruñidos monocordes de los zombis apostados rodeando el submarino. Algunos de ellos incluso habían sido capaces de alcanzar la cubierta y deambulaban sobre él.

—Bueno, podemos saltar desde aquí al agua y nadar hacia el mar, mas adelante volvemos a tierra y

Dejó de hablar al ver el movimiento negativo que hacía Shania con la cabeza.

—Mira allí chico.

Shania le indicaba la pasarela de acceso al submarino. Los zombis continuaban intentando acceder por ella y en su mortal frenesí un gran número de ellos acababa en el agua.

—La dársena no creo que sea muy profunda, esas cosas no respiran, no se ahogan, llegan al fondo y caminan por él. Si nos metemos ahí no duraremos un segundo.

Adam volvió a mirar, esta vez al agua, intentando vislumbrar a los zombis caminando por el fondo; le sobrevino una arcada que logró controlar.

—Y entonces ¿Cómo vamos a salir de aquí?

Shania se sentó en el suelo, se quitó la bota y procedió a colocarse el calcetín arrugado bajo nuestra atenta mirada. Cuando acabó extrajo el cargador de su fusil.

—Doce balas. De la pistola tengo dos cargadores completos. Vosotros qué tenéis.

Hablaba como si nada, lo mismo podría haberse encontrado sentada a la mesa en un Burguer.

—Podemos abrirnos paso a tiros y

Adam no fue capaz de terminar la frase. El marinero se dejó caer y comenzó a sollozar.

—Como no conozcas alguna forma de mover este trasto eso o esperamos a que los zombis tengan otra de sus animadas reuniones y se larguen de aquí adónde quiera que vayan de fiesta.

El marinero se incorporó de un salto, de repente parecía haber recuperado la esperanza y sus expectativas.

—Podemos moverlo, podemos hacerlo, creo.

—Tenía entendido que sin esa placa estos trastos no podían funcionar, eso dijo el Capitán.

—No, no, no dijo eso. Dijo que no se podía gobernar, sin la placa la nave no se puede dirigir. Pero para salir de aquí no hace falta, solo necesitamos arrancar y avanzar, los diques nos guiarán. Adónde vaya luego nos da igual, lo importante es que nos adentraremos en aguas más profundas —una gran sonrisa iluminaba su cara sucia por el sudor y las lágrimas.

—Ves, al final hicimos bien en traernos nosotros a este y dejarles el torpe a ellos —Shania le echó el brazo al cuello y le dio un pellizco en el carrillo y luego un par de palmadas— buen chico.

Recordé al abuelo y a Iván. Nosotros aguantaríamos de una forma o de otra pero ellos acabarían teniendo problemas. Debíamos darnos prisa. Nada más finalizar ese pensamiento otra vez ese “clic” en mi cerebro. Sabía lo que significaba. Una carga menos, un problema menos. Deseché ese pensamiento.

—Al tema. Mueve el puto trasto este.

@@@

Al marinero Tom no le hacía gracia tener que cerrar la marcha. Por un lado pensaba que debía ser él quien liderase la expedición, al fin y al cabo era el único militar. Seguir al desarrapado ese con un violín a su espalda no le gustaba lo más mínimo. Además ir el último, con la posibilidad de que un zombi le saltase a la nuca, tampoco le atraía. Pero el razonamiento del viejo argentino era exacto: él no sabía dónde estaba situado el velero ni conocía la zona y el desarrapado sí. En un primer momento habría preferido ir con los otros, no separarse de su compañero pero después de las palabras del escuálido lu el músico ese griego del demonio, ahora ya no estaba tan seguro. Era cierto que el hombre ese parecía fuera de lo común, pero no creía que fuese inmune a los mordiscos de los zombis. Luego estaba la mujer, en verdad era preciosa, aunque no sabía quién resultaba más inquietante de los dos. A punto estuvo de caer al chocar contra el chico. El lutier se había detenido en una especie de mirador a un lado de la carretera y se dirigía a ellos en voz baja.

—Una vez entremos en la carretera ya no podremos dejarla, hacia un lado es todo montaña y al otro acantilados infranqueables. Normalmente por esta zona no hay muchos zombis, pero después de sus excursiones los muertos a veces tardan en recolocarse.

—¿Y? —Interrumpió molesto el marinero por haber sido pillado descuidado y por no ser él quien estuviese dirigiéndose al resto.

—Que si por alguna razón nos topamos con un grupo de zombis nos tocará correr y defendernos —balanceó el bate lleno de manchas y adornado con algún resto humano.

Tom dejó escapar una pequeña carcajada, era su momento.

—Tranquilo Ambros, te llamabas así verdad. Si aparecen los zombis es mejor usar esto —golpeó su fusil un par de veces

Un grupo de densas nubes ocultó por completo la luna. La oscuridad lo cubrió todo. Ambros se detuvo un instante. No era capaz de ver más allá de diez metros. Podría haber centenares de zombis delante de ellos y no verlos hasta que fuese demasiado tarde.

—¿Por qué te detienes? ¿Has visto algo? —El marinero se había situado a su lado y apuntaba el fusil en todas direcciones con posturas demasiado forzadas.

Ambros intentó ignorarlo y trató de no producir el menor sonido para así poder escuchar con más claridad.

—Deja, yo iré delante, has dicho que había que seguir la carretera así que no hay posibilidad de pérdida.

Antes de que Ambros fuese capaz de objetar nada el marinero se adelantó y avanzó aumentando el ritmo. Mariano e Iván permanecieron un instante observando al lutier, inmóvil, dirían que asustado y, al frente, alejándose en la densa negrura al marinero. Por fin Ambros pareció reaccionar y continuó el avance sin haber sido capaz de tranquilizarse del todo, su instinto de supervivencia le decía que algo iba mal. Sujetó con más fuerza aún el bate y tocó, para asegurarse que continuaba ahí, la funda con el Stradivarius. Aunque lo intentaba seguía sin poder ver más allá de unos pocos pasos.

Tom se detuvo. Todos llegaron a su altura. La carretera estaba obstruida. Una furgoneta ennegrecida y calcinada descansaba inmóvil entre varios vehículos. El accidente debió desatar en su momento un incendio pero ahora al otro lado el camino parecía estar despejado. Tom intentó buscar un lugar por el que rodear el obstáculo pero un acantilado hacia abajo y una pared casi vertical hacia arriba lo hacían imposible.

—Vale, da igual, pasaremos sobre los coches y continuaremos la marcha —acompañó sus palabras con el inicio del movimiento hacia uno de los vehículos carbonizados.

—¡Cuidado! Las heridas hoy en día no son compatibles con la vida —avisó Ambros.

Cada uno buscó el camino que creyó mejor y todos se encaramaron sobre los chasis retorcidos. El sudor resbalaba sobre sus cuerpos. El calor unido al esfuerzo y a la necesidad de una completa concentración, iba elevando su temperatura interior.

Por fin Iván saltó a la carretera de nuevo. Era el último. Ambros descolgó de su cinturón una abollada cantimplora, echó un trago de agua y se la pasó a Mariano. Todos bebieron un sorbo. Tom se la devolvió casi vacía.

—¿Qué es eso? —Iván volvió a subirse sobre el capó de uno de los coches accidentados.

El resto se acercaron pero sin abandonar la carretera.

—Son zombis, era cuestión de tiempo que nos descubriesen. Tenemos que continuar. No serán capaces de pasar a este lado. Demasiado complejo para sus malditos cerebros.

Tom volvió a ponerse en cabeza, la carretera no tenía pérdida y prefería permanecer al mando. No habrían avanzado más de cincuenta metros cuando las nubes parecieron disiparse de repente. La luna apareció en el cielo como un poderoso foco que lo iluminó todo.

—¡Shit

—¡Joder

—¡La concha de la lora

Delante de ellos la carretera aparecía cubierta de muertos andantes que se dirigirán hacia ellos. Caminaban en completo silencio, disciplinados, hasta que los primeros los descubrieron. En ese instante una sinfonía de gruñidos, gritos y rugidos fue in crescendo.

Tom encaró el fusil y comenzó a abrir fuego contra los que iban delante. Sus disparos eran certeros, aunque no letales. Alcanzaban a los zombis pero la mayoría no acertaba a darles en el cerebro. Iván corrió hacia el acantilado, abajo se adivinaba el mar rompiendo quedamente contra las rocas. Por allí no podrían huir. El lutier blandió el bate y la emprendió a golpes contra los zombis. La primera fue una mujer, parecía embarazada. Eso no le detuvo. Echó atrás el bate y la golpeó en la cabeza, de la misma forma que si clavase una estaca en el suelo. Su cuello se introdujo dentro de su cuerpo y se desplomó hacia delante. Lo primero que golpeó contra el asfalto fue su barriga ocupada por un feto tan muerto y podrido como ella. El siguiente fue un hombre fuerte, más que él mismo, también más alto. En esta ocasión volteó el bate desde el lado. La oreja izquierda pareció estallar, el crujido resonó en la montaña y el seco golpe detuvo definitivamente su avance. Aunque la situación había disparado su adrenalina, Ambros era consciente de su debilidad, hacía demasiado que no se alimentaba bien, sus fuerzas estaban al límite. Se concentró en el siguiente. Se trataba de un adolescente con el pelo largo y grasiento cayendo sobre su rostro. Tendría gracia que todos fuesen familia, la madre embarazada, el padre y el jovencito. Repitió el primer movimiento y clavó al chico en el asfalto. Recordó el primer zombi al que mató. También era una mujer. Al principio no podía dejar de preguntarse quienes serían, cuál era su nombre, a qué se dedicaban, si tenían familia. Con el tiempo pasó a verlos como trozos de carne podrida que se movían con malas intenciones.

Observó de reojo al marinero. Recargaba su arma. Había gastado un cargador y apenas había acabado con media docena de zombis. Estaban jodidos, era el fin. Tenía gracia. Al final el Sargento se cabrearía cuando no los encontrase en el velero.

—Subid aquí. Rápido.

El abuelo se hallaba encaramado en la montaña se ayudaba de una red instalada para evitar que los desprendimientos de rocas alcanzasen el asfalto.

—Tom. Subid aquí. Acabarás la munición.

Todos fueron trepando enganchándose a la red y alejándose de los zombis. Los muertos eran torpes, no tenían la capacidad suficiente para seguirlos. Se agolpaban chillando contra la red, estirando sus brazos con la estúpida intención de alcanzarlos.

—Tenemos que alejarnos todo lo que podamos y volver a la carretera —Iván iba delante ahora, al lado de Mariano.

Avanzaban más aprisa de lo que sus cuerpos podían soportar. Los zombis parecían haberles dado una tregua, apenas se les escuchaba en la distancia.

—¿Qué hora es? —Mariano cogió del brazo a Ambros señalando con la vista el reloj que abrazaba su muñeca.

—No funciona. Dejo de hacerlo al mismo tiempo que el mundo se fue a la mierda.

Ambros se desasió sin brusquedad y continuó la marcha.

—¿Queda mucho? —Mariano se detuvo definitivamente apoyando ambas manos sobre las rodillas.

—¿Estás bien? —Iván se acercó al abuelo y le colocó suavemente la mano en el hombro.

El anciano fue a contestar pero tan solo fue capaz de exhalar un prolongado suspiro.

—Deberíamos descansar, todos estamos cansados —Iván se dirigió al lutier.

Ambros se detuvo y regresó junto al anciano. Observó a Tom, no había abierto la boca, seguramente porque tampoco tenía fuerzas para ello.

—Ya queda muy poco, ahí delante —señaló al frente— termina Europa Road. Hay un pequeño camino que desciende hasta la orilla. A unos cien meros permanece fondeado el velero. Es mejor que sigamos, aquí estamos demasiado expuestos. En la playa podremos descansar. Le ayudaremos.

La bajada había resultado algo accidentada. Los cansados músculos no respondían adecuadamente a las órdenes que recibían del más fatigado aún cerebro y habían rodado varias veces.

Todos sumergieron su cabeza en el agua fresca del mar una vez llegaron a la orilla. Ambros le dio de beber a Mariano las últimas gotas de la cantimplora y lo dejó tumbado sobre la arena. El velero lucía majestuoso iluminado por la luz blanquecina de la luna.

—Ahí lo tenéis —señaló a un lado— ese es el bote que debieron usar para alcanzar tierra desde el barco.

—Ahora podemos descansar hasta que llegue el Sargento —Iván hizo amago de regresar junto a Mariano.

Ambros lo sujetó del brazo.

—No va a venir. No lo lograrán. El lugar al que iban estaba plagado de zombis y en cualquier caso a este punto sólo se llega por dos sitios: el mar, y no quedan embarcaciones, y el trayecto que hemos realizado nosotros. Olvídate de ellos.

—En ese caso lo mejor es que cojamos el bote y vayamos al barco. Cuanto más tiempo permanecemos aquí más peligro corremos.

—Olvidás que con ellos iba tu compañero —Mariano se había incorporado hasta lograr sentarse.

—Podríamos adelantar si vamos al velero y lo preparamos todo para partir —Iván se había acuclillado frente a Mariano.

—Mirá chico, el pibe dijo que esperásemos aquí y eso vamos a hacer —recordaba las veces que la había cagado por actuar por su cuenta— cuando venga se cabreará si ve que no hicimos lo que dijo.

—Vale. Yo no tengo por qué obedecer a nadie. Voy a ir a ese barco, esperaré una hora y si no habéis subido todos me largaré al submarino —el marinero se colocó el fusil terciado a la espalda y se adentró en el agua dirección al velero— ¿Vienes? —preguntó al lutier sin ni siquiera mirarlo.

—Creo que me quedaré aquí —no sentía demasiado aprecio por los soldados y si parecían estar tan locos como ese, menos.

Entre Ambros e Iván trasladaron a Mariano a un lugar menos expuesto de la playa. Desde allí observaron como el marinero se alejaba lentamente en dirección al velero.

—No teméis que se pueda marchar al submarino ese.

—Dudo que sepa siquiera sacar el ancla del agua —Iván negaba con la cabeza.

—Vos tampoco parecés preocupado —Mariano se iba encontrando algo mejor.

—Seguramente yo no tema a las mismas cosas que vosotros.

Tras su enigmática respuesta, el lutier depositó con delicadeza el violín sobre la arena, se encaminó hacia el mar y se zambulló de golpe.

Tom alcanzó el velero prácticamente agotado. Siempre había presumido de una admirable forma física pero tanto tiempo sin poder ejercitarse recluido en el interior del submarino, unido al excesivo esfuerzo realizado desde que lo habían abandonado, había acabado con sus reservas. Se sujetó a la escalerilla de popa y, mientras reponía fuerzas, aprovechó para meditar sobre lo que debía hacer. Estaba claro que el Sargento y la mujer no iban a regresar, era imposible. Tampoco su compañero, lo sintió realmente por él. Hasta el colgado del violín lo tenía claro. Debían regresar al submarino. Ahora disponían de un barco, el sumergible estaba perdido, el Capitán se convencería. Todos podrían abandonarlo y poner rumbo a algún sitio seguro. Intentaría convencer a los de la playa una vez más pero no tenía esperanzas de lograrlo, tenían idealizado a ese hombre.

Se incorporó sobre la teka del suelo. Escuchaba claramente como el agua goteaba desde su empapado uniforme sobre ella. Cuando dejó de escucharla avanzó lentamente. Toda la cubierta del barco estaba acabada en teka. No entendía mucho de embarcaciones pero le pareció un velero bastante bonito. Se detuvo para escuchar. Nada. Dirigió sus pasos hacia la escalera que parecía llevar al interior. Era también de madera, mucho más brillante, perfectamente pulida. El olor a podrido lo alcanzó de inmediato. Inconscientemente apartó una mano del fusil y la llevó a su castigada nariz. El hedor era insoportable. Intentó no respirar, coger aire por la boca pero tuvo la impresión de que se estaba comiendo literalmente lo que fuese que desprendía ese nauseabundo olor. Volvió a aspirar aire por la nariz y terminó vomitando después de varias arcadas.

Cuando recuperó el control de su estómago fue consciente de que por unos momentos había sido completamente vulnerable. Si hubiera habido alguna de esas cosas dentro ahora ya sería uno de ellos.

Recorrió con la mirada el habitáculo. La luz de la luna apenas permitía identificar las formas del interior. Buscó a tientas por la pared hasta dar con varios interruptores. Los pulsó todos. Al instante varios halógenos repartidos por el techo se encendieron. La zona quedó ahora perfectamente iluminada. Enseguida localizó el punto del que emanaba el hedor. Era una mujer, no parecía muy mayor. Su cuerpo estaba desmadejado sobre la bancada. Golpeó con el cañón del fusil en su espinilla; ningún movimiento. Repitió la acción un par de veces más para asegurarse que no se levantaba. Sólo entonces se atrevió a asomarse sobre la mesa y observar el rostro en completa descomposición. El olor parecía ir dejando de molestarle por momentos. Su olfato se acostumbraba. La mujer no mostraba ninguna herida en la cabeza, pero estaba muerta, muerta de verdad. Observó la superficie de la mesa y descubrió el motivo. Alargó la mano y cogió el paquete de matarratas. Un poco de polvo blanco cayó sobre un plato con restos de comida mohosa. La mujer había decidido quitarse la vida. No la culpaba.

Se apartó hasta el centro del amplio salón-cocina y sólo entonces relajó la mano. Sus dedos estaban agarrotados por la tensión. Los estiró varias veces hasta que recuperaron el riego. Tenía que explorar el resto de camarotes del barco antes de decidirse a zarpar con él. Volvió a empuñar el arma y se dirigió hacia el de proa, ese siempre era el más grande. Como antes, tanteó para dar con el interruptor. Varios halógenos iluminaron una enorme cama con forma claramente triangular. Se encontraba sin hacer, como si la mujer terminara de levantarse de ella momentos antes. Caminó hacia la única puerta que existía en el interior del camarote. Debía ser el baño. Se preparó y empujó la madera con fuerza. Sonó un fuerte clac y la puerta se encajó en algún tipo de mecanismo quedando sujeta. No necesitó encender la luz para verificar que el aseo se encontraba vacío. Expulsó todo el aire que había estado reteniendo en sus pulmones sin darse cuenta y se sentó en la cama. Descolgó el arma de su cuello y se dejó caer en el mullido colchón. Era una pasada sentir el látex bajo su espalda. Las camas del submarino estaban bien para unas pocas horas pero esa cama era un regalo. Decidió permanecer tumbado un rato y descansar. Estaba mojando el colchón pero le daba lo mismo.

Cuando iba a empujarse para alcanzar la almohada sintió un fuerte mordisco en la pierna. Luego otro en la otra. Se incorporó como un resorte. Al principio no entendió lo que ocurría, dos cosas permanecían agarradas a sus piernas. Sintió un profundo dolor mientras una de ellas estiraba hasta desgarrar parte de la carne de su gemelo. Ni siquiera fue capaz de gritar. Se lo estaban comiendo. Bajó la mano y agarró uno de los cuerpos, apenas pesaba, lo levantó del cuello. Continuaba masticando un trozo de carne, su carne, un pedazo que había llegado a desprenderse a pesar de la tela del pantalón. Era una niña, no tendría más de cinco años. La otra soltó la presa y se lanzó de nuevo sobre su pierna ensangrentada. Bajó la mano izquierda y la izó también. Eran iguales, vestían igual, debían ser gemelas, o mellizas, nunca había entendido la diferencia. Se debatían pataleando sin fuerza sujetas de sus pequeños cuellos. En ese instante fue consciente de su situación; dos pequeñas zombis le habían devorado las piernas, le habían contagiado, estaba condenado. Lanzó un cuerpo con furia contra la pared. Sujetó al otro de las piernas y la emprendió a golpes con su cabeza contra el suelo. Cuando dejó de moverse la soltó, la otra niña ya gateaba hacia él. La agarró también de los pies y repitió la operación. En esta ocasión no fue consciente de cuando dejó de moverse. Soltó el cuerpo con el cráneo completamente destrozado. Se arrastró con pesar hasta acostarse en la cama. Mientras sentía resbalar la sangre por sus tobillos, recordó las palabras del anciano: “Mirá chico, el pibe dijo que esperásemos aquí y eso vamos a hacer, cuando venga se cabreará si ve que no hicimos lo que dijo”

@@@

El submarino retrocedía golpeando a ambos lados del dique. Adam había conseguido ponerlo en marcha pero lo de dirigirlo ya era otra cosa. Los zombis que rodeaban la nave intentaban alcanzarla sin lograrlo. Desde la torreta éramos testigos, una vez más, de lo absurdas que podían llegar a ser determinadas situaciones. Los muertos se abalanzaban contra el sumergible para terminar en el fondo del mar y todo ello sin un lamento, nada; sólo se inmolaban entre gruñidos sin sentido. Un golpe tras otro se escuchaba al chocar sus cuerpos contra el caparazón del submarino; salían rebotados y se perdían en las aguas del dique.

—Y ahora qué —interrogó el marinero.

—Lo detienes, saltamos al agua y alcanzamos la costa a nado.

La playa se presentó libre de zombis, la mayoría de los que se encontraban en los alrededores habían resultado atraídos por el estruendo de los golpes del submarino contra los diques.

El avance estaba resultando más sencillo de lo esperado. Ya nos encontrábamos en South Pavillion Road.

—No podemos continuar caminando hasta el lugar donde está atracado el velero. Tardaríamos demasiado.

Observé a Shania. Por primera vez desde que desde que la conocía, me dio la impresión de que se encontraba cansada, agotada, puede que incluso frágil.

—No vamos a hacerlo. Iremos en coche —le indiqué con la cabeza el gran ventanal de una especie de concesionario.

Nos adentramos en el interior. Tres interminables limusinas se encontraban una al costado de la otra. Dos de ellas estaban vacías, la tercera la ocupaba el que podía haber sido su conductor, al menos el uniforme así parecía indicarlo. Sus sesos estaban desperdigados por el techo del coche, la sangre había puesto perdidos los cristales por dentro, el proyectil había atravesado la chapa del techo. El tipo debió resultar mordido por algún zombi y decidió suicidarse; aunque también podía haberse suicidado pensando en lo que le esperaba. Me colé en la limusina de la derecha. Se trataba de un Hummer extremadamente largo. No hizo falta hurgar demasiado, las llaves estaban colgadas de la palanca de cambios. Las introduje en el contacto y el motor rugió con toda su potencia.

—Ya tenemos transporte.

Tanto Shania como Adam se sentaron atrás.

—Deja que conduzca este y vente para acá. Podemos versionar la escena de la limusina por Manhattan —Shania volvía a mostrar la misma expresión cínica de siempre, daba la impresión de haberse “recargado” por completo.

—¿De qué escena hablas?

—La de la peli

—¿Qué peli?

—Está empezando a resultar una mierda que no te acuerdes de nada.

—Déjate de estupideces y poneos los cinturones; nos vamos.

Shania se acomodó todo lo larga que era en uno de los asientos, hurgó en la pequeña nevera y tras sacar varias botellitas de vodka vació un par de ellas en un santiamén. Adam la observaba acabarse la segunda dudando de su futuro si dependía del estado etílico de esa mujer.

La limusina tenía el depósito casi lleno. Gracias a Dios el combustible no iba a ser otro problema. Conducía con las luces apagadas, cuantos menos zombis atrajésemos, mejor. El ritmo que llevábamos era bueno. Habíamos tenido suerte hasta alcanzar Europa Road y una vez en ella los obstáculos se salvaban mejor. No tardamos mucho en reconocer la casa en la que dejamos a Iván y al abuelo. Inconscientemente apreté el acelerador más y a punto estuvimos de salirnos en la siguiente curva.

—Creo que ya has bebido suficiente —Adam se inclinó sobre Shania y le arrebató la última botellita de las manos.

Antes de que su embotado cerebro reaccionase, el marinero había bajado la ventanilla y la había arrojado fuera.

—Vas a recogerla.

Shania soltó su cinturón y sin que Adam supiese cómo lo había hecho, lo cogió del cuello, abrió la puerta y comenzó a empujarlo fuera.

El hecho de ir pendiente de la pelea que llevaban atrás disminuyó mi atención. Al girar demasiado rápido en la siguiente curva apreté el pedal del freno a tope. El culo de la limusina derrapó. Tanto Shania como Adam, con los cinturones sueltos, terminaron estampados contra el asiento de enfrente.

—¡Joder! ¿Es que estás loco? —Shania lanzó con ambas piernas a Adam lejos de ella.

—Dame los prismáticos.

—Has visto alguna chica en topless, con lo que tienes aquí para

—Que me des los putos prismáticos.

Shania me los lanzó a la cabeza.

—¿Qué coño pasa?

En cuanto me aseguré de lo que teníamos delante se los devolví. Shania enseguida descubrió el motivo de mi frenazo. La calzada aparecía completamente colapsada. Un accidente múltiple había dejado impracticable la carretera.

—Fin del viaje. Es imposible que pasemos por ahí —Shania le lanzó también los prismáticos a Adam— hay decenas de zombis. La ladera da al mar. Tampoco podemos salirnos hacia arriba. Tendríamos que volver y rodear la reserva por el otro lado aunque eso nos llevará mucho tiempo ¿Qué qué haces?

Mientras ella hablaba yo había retrocedido hasta la curva anterior. Ahora tenía unos cien metros hasta la curva en la que había frenado antes.

—Poneos los cinturones.

Aceleré a tope hacia adelante. La limusina pareció saltar y comenzó a devorar metros de asfalto.

—No, no, no, no. ¡Joder nos vamos a matar! —Adam se afanaba en asegurarse con el cinturón.

—No sabes la profundidad del agua cabrón ¡Piénsalo! No lo conseguiremos.

—Ya está pensado, el velero está ahí abajo. En cualquier caso tarde o temprano todos tenemos que morir y esta forma no me parece ni de lejos la peor.

El poderoso morro de la limusina arrancó sin problemas el quitamiedos y todo el coche, con nosotros dentro, se precipitó al vacío.

El golpe contra la superficie del agua fue brutal, todos los airbags se desplegaron evitando que nuestros cráneos reventasen cuando el cuerpo de la limusina se partió en dos. Al instante el agua salada lo invadió todo y el coche desapareció en las negras aguas.

Iván se levantó al escuchar el rugido del motor acelerando y el posterior impacto del coche contra el mar. Ambros corrió a su lado.

—¿Qué ha sido eso?

—Espero que no sea lo que creo.

—Fijo que sí. Ese pibe está loco —Mariano se apoyó sobre Iván mientras todos trataban de vislumbrar algo que apareciese en el lugar en el que había caído el coche.

Tras unos instantes el abuelo volvió a sentarse donde estaba.

—No os preocupés. Tiene bastantes más vidas que los gatos.

Nada más terminar de decir eso un cuerpo apareció en la superficie, a unos cincuenta metros de donde ellos se encontraban. A ese lo siguió un segundo cuerpo y luego un tercero.

—Lo han logrado, ahí están. Lo ves, te dije que vendría, siempre viene.

Ambros observaba atónito como las tres figuras se aproximaban a nado. Cuando estuvieron cerca de la orilla, Iván y él se aproximaron para ayudarles a salir del agua. Shania arrojó su fusil al suelo y se dejó caer de rodillas vomitando todo el vodka que se había tomado. La camiseta mojada se pegaba por completo a su pecho y subía y bajaba al ritmo de su descontrolada respiración. Iván se alejó con el rostro colorado; al lutier le costó algo más apartar la mirada de sus senos.

—Hijo de puta, estás loco.

Adam se abalanzó contra mí. Me dejé derribar y una vez en el suelo me giré hasta situarme sobre él. Golpeé su cara una vez. Otra. Ese “clic” otra vez. Un puñetazo más.

—Déjalo ya, lo vas a matar —Ambros me sujetaba del brazo. No aflojó hasta que dejé clara mi intención de no seguir golpeando al marinero.

Me incorporé y el lutier ahora sí se apartó de mí.

—¿Dónde está tu fusil?

—Mi fusil. Te lanzas al mar desde más de cien metros y pretendes que salga con el jodido fusil. Por poco me ahogo, estamos vivos de milagro.

—Habla por ti niñato —Shania le lanzó una piedra a la cabeza al marinero.

—Tú calla, maldita borracha.

—Un momento, aquí falta alguien ¿Dónde está el otro marinero?

Shania ya se dirigía a golpear a Adam pero se detuvo al escucharme y se giró en redondo buscando a Tom.

Iván y Mariano se miraron y luego bajaron la vista evitando mi mirada.

—Iván ¿Dónde está ese imbécil? —El chico dirigió la vista al velero— ha ido al barco ¿Verdad? ¿Cuánto hace?

Iván y el abuelo volvieron a consultarse con la mirada.

—Unas dos horas —fue el lutier quien contestó.

—¡Joder! Os dije que esperaseis a que llegáramos. No era algo tan difícil.

Ni Mariano ni el chico, respondieron, lo hizo el lutier una vez más.

—Bueno, en realidad —dudó— en realidad no pensábamos, pensaba, que pudieseis llegar aquí. No se nos ocurrió que podríais lanzar el coche por

—Cierra la boca. Esperad aquí. Shania, vamos a ver qué coño pasa en el velero.

Una vez en la popa del barco nos detuvimos unos instantes a descansar.

—Si el idiota ese no ha salido tras escuchar el estruendo del coche al caer, ni se ha largado al submarino por su cuenta

—Ya, genio, vamos de una vez.

Colocó el arma sobre el suelo de teka y se izó a pulso. La ropa empapada que vestía se ajustaba por completo a su silueta. A pesar de odiar profundamente a esa mujer había algo en ella que me atraía de forma salvaje. Tuve que esforzarme para apartar sus curvas de mi mente, para concentrarme en lo que estábamos haciendo.

En cubierta no había nadie. Le hice una indicación a Shania para que esperase alerta y me adentré en el velero. Un fuerte olor a descomposición invadió mis fosas nasales. Parecía proceder de todas partes pero era más intenso en la zona de la mesa. Varios halógenos iluminaban la estancia. En el banco corrido estaba el cuerpo de una mujer. Resuelta la primera cuestión avancé hasta el camarote principal, el de proa. La puerta estaba ligeramente abierta pero no permitía verificar el interior. El velero apenas se mecía por las olas pero ese simple movimiento ya conseguía alterarme. Agradecí mentalmente el tiempo pasado en tierra firme, definitivamente no me gustaban los barcos.

Según Iván no se habían escuchado disparos procedentes del velero pero eso no significaba nada, el arma del marinero también estaba dotada de silenciador, no habrían oído nada. Eché atrás el fusil y empuñé la pistola, el ruido en el mar me daba lo mismo y para una estancia estrecha era más efectiva.

—¡Hola! —Grité— ¿Va todo bien?

Escuché un leve roce sobre mi cabeza, Shania se desplazaba por cubierta.

Empujé con la derecha la puerta mientras con la izquierda cubría el interior con la pistola. El camarote estaba iluminado. Al girar la madera, dejó a la vista en el suelo los cuerpos de dos de lo que habían sido dos niñas. No pude evitar pensar en mi hija. Sentí como la necesidad y la urgencia de saber algo más de ella, si continuaba viva, algo que me diría sí o sí el Capitán, la tensión se iba apoderando de mi cabeza dificultando mi atención, mi concentración.

Enseguida lo vi a él. Me apuntaba con el fusil. Se encontraba sentado en la amplia cama con la espalda apoyada sobre varias almohadas y cojines. Había sangre por todas partes. En las paredes, en el suelo pero sobre todo, en la cama. Las piernas del marinero no podían presentar un aspecto peor. Los pantalones arremangados hacían perfectamente visibles dos profundos mordiscos. La carne había desaparecido. El olor a infección ya era patente.

—Tiene gracia no crees.

La cara del marino estaba también manchada de sangre, no parecía tener herida alguna pero debía haber restregado sus manos ensangrentadas por ella.

—El viejo me dijo que no viniera. Que esperase tu regreso. Maldito argentino de mierda.

Un gesto de dolor cruzó su rostro. Ya hacía unas dos horas que lo debían haber mordido. El virus hacía su trabajo a toda prisa.

—Quién iba a pensar que esos dos monstruos estaban escondidos bajo la cama.

Un violento ataque de tos lo sacudió, escupitajos sanguinolentos escaparon de su boca y contribuyeron a manchar aún más la cama. Agradecí permanecer a cierta distancia.

—Putas niñas. Me arrancaron trozos de carne pero

Se detuvo para volver a toser.

—Estoy tan cansado.

—Creo que sería mejor que bajases el arma —el cañón subía y bajaba peligrosamente.

Una mueca que debía ser una sonrisa se dibujó en su rostro.

—El soldadito tiene miedo de que se me dispare.

Escuchar una vez más esa palabra no me hizo gracia. Era como si la voz grave de Arlenne se repitiese en mi cerebro.

—¿Cómo será? ¿Lo sabes? En el submarino a menudo fantaseábamos acerca de ello. ¿Qué se siente una vez que una vez que has que he

Otro ataque de tos le hizo inclinarse por completo. Tuvo que soltar el arma. Esperé a que terminase de toser.

—Duele. Hazlo ya.

¡BANG!

La cabeza rebotó hacia atrás y cayó sobre su pecho.

—Te estás ablandando demasiado. Creí que tendría que dispararle yo.

Shania entró en el camarote. Envolvió al marinero en la sábana empapada y desapareció con él al hombro. Al poco escuché como el cuerpo caía al agua. Regresó, abrió el ojo de buey y cogió uno de los cuerpos de las niñas y lo arrojó sin miramientos. Luego el otro.

—Me pido este camarote, haz tú algo y tira al mar el cadáver de la mujer —entró al aseo y cerró la puerta con el pie.

Ya estábamos todos en el barco. Iván y el marinero habían ayudado a alcanzar el velero a Mariano, el bote de la orilla no disponía de ningún remo. Cada vez tenía peor aspecto.

—El depósito del motor casi no tiene combustible, las baterías están cargadas, parece que todo funciona bien. Vamos de una vez al submarino.

El velero navegaba rápido, Iván había desplegado la vela por completo. A excepción de Shania y Ambros todos se habían cambiado de ropa. Ella continuaba con la camisetita empapada comiendo un trozo de chocolate reblandecido y él con su suéter empapado.

El lutier fregaba el suelo y trataba de hacer desaparecer cualquier resto de sangre. Shania miraba distraída como fregaba el griego aunque yo la sabía alerta. Me acerqué a Adam y lo desarmé. Ante el gesto de rebelarse de él Shania le golpeó en los riñones. El puñetazo le hizo caer de rodillas.

—Pero qué

—Lo siento. No sabemos cómo van a reaccionar tus compañeros cuando les digamos que no hay placa. En adelante irás sin armas.

@@@

En el submarino el marinero había reunido a Laura, Will y Jorge en la sala de oficiales.

—¿Café?

Laura negó con la cabeza. Jorge se arrimó imperceptiblemente a ella.

—Hace demasiadas horas que partieron —se sirvió una taza para él— no han comunicado ni una sola vez —arrimó la taza a su boca, quemaba— en realidad no tenía muchas esperanzas de que lo lograsen. Sólo lamento que hayan perdido a sus amigos. De verdad, lo siento.

—¿Y Thais?

El Capitán observó a sus invitados antes de contestar.

—No parece que les afecte lo que acabo de decirles.

—Ellos vendrán, no sé si con su maldita placa o sin ella pero volverán ¿Dónde está Thais? —Reiteró.

El Capitán sacudió la cabeza.

—Está con Jackson, su amiga cree que puede solucionar el problema de la placa mediante software. Intenta encontrar la forma de arreglarla programando en un netbook. Es imposible, no se lo he dicho, es bueno que mantengan alguna esperanza aunque ésta sea nula. Esto es un submarino nuclear, no se puede manipular su código así como así.

—Usted no conoce a Thais, si alguien puede hacerlo es ella.

—Ya, bueno, como le he dicho es bueno mantener una mínima esperanza. De todas formas vendrá enseguida, he mandado que toda la tripulación se reúna aquí con nosotros.

Nada más decir eso, Thais entró escoltada por tres marineros y el segundo oficial.

—Bien, ya estamos todos —prosiguió el Capitán.

—Ha dicho que había llamado a la tripulación al completo y aquí

—Lo que ve es lo que hay. Solo quedamos nosotros.

Un silencio espeso se expandió por la sala de oficiales. El Capitán no consideró que debiese ahondar en la explicación y continuó.

—Como les dije antes ha transcurrido demasiado tiempo, ya, ya sé que creen que volverán pero sigo siendo el Capitán y tengo que organizar la vida aquí. Como ya les expliqué, el agua no es problema. La comida sí que terminará siéndolo, podemos pescar, pero el hecho de permanecer en el navío a la deriva, en fin. En cualquier caso no hay más botes, no podemos escapar de aquí. Trataremos de sobrevivir mientras la cordura nos lo permita.

El Capitán hizo un inciso para asegurarse de que le prestaban la debida atención. Laura apenas había escuchado algo de lo último que hablase el marino.

—Contándole a usted son cinco ¿Solo cinco hombres? ¿Cómo es posible?

—Las anteriores expediciones, algún suicidio y un par de deserciones. Pero eso ahora ya no importa.

—Capitán —el walkie que sujetaba el segundo oficial crepitó— Capitán ¿Está ahí?

Tanto el segundo como el Capitán miraban el walkie atónitos.

—Capitán ¿Me recibe?

Por fin el segundo le tendió el aparato al Capitán.

—Le recibo, le recibo. Es, es increíble, lo han, lo han conseguido. Porque lo han conseguido ¿Verdad? ¿Traen la placa? ¿Dónde están?

Tras un tenso silencio la radio volvió a sonar.

—Estamos a bordo de un velero. Pegados al submarino. Si nos echan un cabo subiremos.

—Claro, claro, ahora mismo.

Una expresión de infinita felicidad asomaba a la cara del Capitán y del resto de la menguada tripulación. Todos abandonaron la sala corriendo hacia la torre. Laura sujetó a Jorge y a Thais cuando ya iban tras ellos.

—El tono de voz de Jose no era normal, algo pasa, será mejor que permanezcamos alerta —Will observaba a Laura sin comprender bien a qué se refería.

En el velero, el marinero Adam permanecía atado y amordazado en uno de los camarotes.

—De veras pensás que eso fue necesario —Mariano indicó con la cabeza la habitación en la que estaba el marinero retenido.

—No sabemos cómo se van a tomar el hecho de que la placa no venga con nosotros y no quiero tener a un posible enemigo suelto.

—Pero podría dar lugar a que se calentase la situación. Ellos se calientan, vos os calentás y

—Yo ya estoy caliente. No me gusta que me presionen para obligarme a hacer algo, además, eras tú el que quería que nos liáramos a tiros con todos.

Desde la torre nos lanzaron un par de cabos y una escalera de cuerda. Una vez en el interior del submarino, la expresión del rostro del Capitán cambió claramente.

—¿Y mis hombres?

Shania e Iván habían ido separándose y entre los tres ya cubríamos a todos los presentes, pero de un momento a otro podían entrar más marineros.

—Tiren sus armas.

Shania cerró una de las compuertas y yo me coloqué en la otra. En el interior permanecían tres marineros, el segundo y el Capitán. Laura se adelantó.

—Jose, escucha

—Las armas, al suelo ¡YA!

El Capitán hizo un gesto a sus hombres y todos depositaron sus pistolas en el suelo.

—Ahora comunique con el resto de su tripulación y explíqueles cuál es la situación.

—Eso trataba de decirte —Laura se me acercó— no hay más, solo quedan estos marineros.

—¿Qué?

—El resto el caso es que no hay más.

—Sargento ¿Tiene la placa?

—Capitán, no me gusta que me obliguen a hacer cosas en contra de mi voluntad. Shania, coge al segundo y revisa el submarino palmo a palmo, si descubres a algún otro marinero ya sabes lo que tienes que hacer. Iván, trae a Adam, que suba Ambros también, no me gusta que esté solo en el velero. Jorge recoge las armas del suelo.

—Adam ¿Y Tom?

—Tom no lo consiguió. Adam vendrá enseguida.

—Y la placa

—No hay placa. Alguna de las otras dos expediciones debió extraerla pero no lograron regresar al submarino ¿Estáis bien? ¿Os han hecho algo? ¿Laura? ¿Chico?

El Capitán se apoyó contra la pared y se dejó caer hasta quedar sentado en el suelo, con la cabeza entre las manos.

—No son mala gente Jose, nos han tratado bien. Solo se equivocaron en la forma de pedirnos ayuda.

Shania entró empujando al segundo.

—Parece que es cierto, no queda nadie más.

Iván apareció al poco con Adam maniatado y un Ambros más nervioso de lo normal.

Durante unos momentos, el Capitán pareció al borde del desánimo. Había depositado todas sus esperanzas para su mermada tripulación y también para él, en esa placa. Sin ella el submarino sólo era un trozo de hojalata a la deriva en el Mediterráneo. Nuestro mar sería su tumba.

Una vez que la situación volvió dentro de lo posible a la calma, el Capitán, junto a Laura, procedió a contestar todas nuestras preguntas. Nos fue poniendo al corriente a los que habíamos ido a Gibraltar de los hechos que ya había narrado al resto. Cuando hubo terminado, el Capitán parecía agotado, hundido, incluso daba la impresión de haber envejecido diez años de golpe.

Interrogué a Laura con la mirada. Me confirmó que era lo mismo que les había contado a ellos.

—Solo una última cosa. Hay algo que no les he contado a ellos —el militar parecía haberse dado cuenta de mi gesto a Laura.

Se interrumpió un instante, tal vez buscando las palabras adecuadas. Decidí no presionarlo, dejar que organizase de la mejor manera sus ideas. Al poco continuó.

—Además de esas comunicaciones vía satélite que les he comentado, a lo largo de nuestro recorrido también hemos interceptado otras, menores, recibidas por su proximidad a la nave. En Italia, en Roma, además de los mensajes interceptados con las personas que retienen a su hija.

—Dijo que disponía de más grabaciones de comunicaciones interceptadas —recordé la conversación con el Capitán antes de partir a Gibraltar.

El militar se encogió un poco más y se apartó un paso de mí antes de responder.

—Lo lamento, las grabaciones que escuchó son las únicas de las que disponemos. Tenía, tenía que lograr llamar su atención y conseguir su colaboración.

En esta ocasión ni siquiera sentí deseos de desahogar mi ira con el Capitán, la desesperación que lo poseía era ya suficiente castigo para cien vidas.

—Siga ¿Qué ocurre en Roma?

—Verán —abarcó a todos con la mirada, no solo a mí— interceptamos varias comunicaciones entre lo que parecía ser un grupo de supervivientes y —se detuvo un instante aumentando sin querer nuestra impaciencia— y los que se comunicaban con los mercenarios que retienen a su hija. Creo que se trataba de las mismas personas, pero el canal de comunicación no era el mismo.

—A qué se refiere.

—No eran emisiones satélite. Además, el tono era diferente, a los mercenarios les hablaban con autoridad, les daban órdenes. En cambio en estas comunicaciones la actitud era distinta. Daba la impresión de que amenazaban a sus interlocutores, sus propios hombres, por su incapacidad para cumplimentar sus órdenes.

—¿Y cuáles eran esas órdenes?

—No lo sé, parecían molestos por no haber localizado al grupo de supervivientes.

—Quiero escuchar esas comunicaciones.

El Capitán negó con la cabeza.

—Esas comunicaciones se produjeron por un canal diferente, antes de que comprendiéramos que se trataba de las mismas personas que luego enlazarían con los que retienen a su hija. Lo lamento.

La noche en el submarino había transcurrido más tranquila que la anterior. Al menos esta la recordaba perfectamente. Había puesto al corriente de todas nuestras peripecias a Laura antes de caer profundamente dormido. Ahora desayunábamos en la Sala de nuevo. Observé un pequeño calendario clavado en un tablón de corcho colgado de una de las paredes. 29 de agosto. Apenas había transcurrido un mes desde mi despertar en el CNI.

—Quiero pedirle un último favor —el Capitán me llevó a un lado de la sala mientras el resto daba cuenta de la leche caliente. Laura y Shania no tardaron en unirse a nosotros— sé que no tengo derecho pero

—Hable.

—Mi tripulación, lo que queda de ella, no quiere abandonar la nave. Prefieren acabar aquí que tener que enfrentarse con los zombis fuera, pero hay un marinero, Adam, ya le conoce, él cree que con ustedes tendrá más posibilidades de sobrevivir que permaneciendo aquí.

Miré a Laura y Shania. No quería una responsabilidad más sobre mis espaldas.

—Es un gran chico, ya lo han visto, es valiente, trabajador, un gran operador de sonar y muy bueno con la electrónica. Seguro que les será de ayuda.

Iba a declinar su oferta cuando Laura se me adelantó.

—De acuerdo, podemos llevarlo ¿Verdad?

La observé sorprendido. Shania soltó una leve carcajada y se alejó a la mesa.

—Vale, tú responderás de su vida. Será tu responsabilidad.

Ya estábamos todos en el velero. Solo quedaba Thais por embarcar. Desde cubierta vi como se acercaba a un marinero, un tal Jackson, parecía susurrarle algo al oído. Iván también se dio cuenta y se alejó hacia el timón. Una vez descendió por la escala de madera, Iván no perdió un segundo en ordenar soltar los cabos y maniobrar para separar el velero definitivamente del submarino. No pude dejar de sentir un nudo en la garganta al pensar en la gente que quedaba en su interior. Condenada. Condenados como todos nosotros aunque yo, al menos, volvía a tener una razón para seguir, para mantenerme con vida y proteger la de los demás: mi hija.

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