Porque cuánto he cambiado.
Cuánto.
Seis años han llovido. Como granizo. Como barro que limpia. Como brisa que refresca las ideas.
Hace seis años no escribía. De vez en cuando, muy de vez en cuando, garabateaba chorradas si algún insensato no me hacía caso. O si algo no encajaba con mis pensamientos de cuento de hadas. Pero eso no era escribir tal y como lo entiendo ahora. Para nada. Con veintiuno pensaba que trabajaría un par de años más en la tienda, y que después calentaría la silla de alguna agencia de viajes, o llevaría con el brazo muy alto un paraguas llamativo que impidiera a los guiris perderse. Con veintiuno, si me hubieran contado todo esto, habría dicho “sí, claro, lo que tú digas (deja de beber)”.
Hace seis años pensaba que posiblemente, ahora mismo ya estaría casi-casada. Que, al menos, tendría coche propio. Que ya habría ido a Nueva York. Que habría pasado un par de meses en Alemania practicando mis básicas nociones de alemán. Que mi vida laboral, estaría plagada de experiencia relacionada con mi carrera. Que amistades que tenía, seguirían estando. Que seguiría saliendo con vestido y tacones a bailar alguna canción de Shakira. Qué pereza.
Ahora. Ahora casi ni salgo, o no al menos como salía antes, y si salgo voy más bien tirando a normal. Y no, no bailo nada de Shakira (la loba en el armario se transformó en maruja de sofá).
Ahora llevo bolsas de tela (viva Moderna de pueblo) en lugar de esos bolsos de piel de asa corta que llevaba hace años. Que no estoy en contra de los bolsos también, es sólo que creo que llevaba bolsos de señora. Creo que con veinte vestía como si tuviera cincuenta, y con veintisiete visto como si tuviera…¿diecinueve? ¿Complejo Peter Pan? Tal vez. ¿Moda? Tal vez. Sólo sé que me siento más niña ahora que en aquel entonces.
Ahora me maquillo cada vez menos. Con veinte llevaba una sombra de ojos horrible gris oscura. No sé. No sé porqué. Además, daba un asco enorme, porque a la mínima se cuarteaba cual persiana en movimiento. ¿Que por qué me pintaba así? Ni idea. Forma parte de mi lista de misterios. Como el porqué de mis cambios continuos de peinado, hasta que decidí ya no peinarme. Supongo que algún día descubriré si había algún motivo oculto, además del evidente: la inseguridad. Creo que todas las tonterías que hacemos de crías, tienen ese mismo denominador común.
Y qué suerte ese momento. Cuando abres los ojos y ves realmente que lo que cuenta es que tú estés bien, que seas feliz con lo que eres, que te sientas en paz contigo misma. Pero cuesta. Ese momento, cuesta sudor y lágrimas. Porque ya lo dicen, las mujeres somos complicadas, pero algunas nos llevamos el premio a la complejidad. Y nunca nada está como debería estar. Porque todo, siempre, puede ir a mejor. Y enloqueces. Enloqueces tratando de alcanzar ese “mejor”. Y no te das cuenta de que lo mejor es lo que tienes delante, justo delante.
Y cómo he cambiado. Y qué sorpresa está siendo esta nueva vida, esta nueva etapa. Y qué rollo de post, lo sé. Porque tengo el cerebro colapsado de tanta presión y tanto estrés continuo (trabajo, libro, mudanza, eso que llaman vida personal, etcétera). Y si os digo la verdad, me empiezo a cansar de tanto listón, de querer pegar siempre el golpe en la mesa. De querer sorprender. Esto es un blog. Y sí, cuento con el orgullo de poder decir que “Yo estuve ahí cuando saltó toda esta moda de contar lo que se le pasa a uno por la cabeza”. En un blog, la gente cuenta sus cosas, su vida, sus sentimientos, lo que ha comido, lo que lleva puesto, yo que sé. Ahora, la gente habla de los blogs como “webs” (yo también lo he hecho con el mío), porque la palabra “blog” automáticamente te convierte en “blogger”, y para muchos la connotación dejó de ser positiva hace algún tiempo, cuando todo el boom de la moda.
Y lo de “web” parece que queda mal con decir lo que te sale de las narices, porque tienes que medir lo que dices para que a la gente le guste, y tengas muchos likes y nuevos followers. Y que la gente se sienta identificada a tope. Y tal. Yo me he cansado (¿Cuántas veces habré dicho esto? Creo que me empiezo a repetir.). Y cuanto más miro alrededor, más me canso. Y ya sabéis que cuando me canso de algo, necesito contarlo y quejarme. Aunque no tenga razón. Porque eso es lo que se hace en los blogs. Una se queja. Y punto. Y hacía tiempo que no me quejaba. Hacía tiempo que no decía realmente lo que pensaba por aquí. Así, sin más.
Y eso. Quiero que este blog sea hoy esa hoja que vuela desde mi corazón hasta este café compartido, hasta esta sala llena de un público que no puedo ver, pero sí sentir.
Porque volver aquí, a este barrio, me ha hecho sentir cual calcetín girado. Como si en lugar de jueves, fuera martes, de repente. Y todo cambiara sin avisarme. Pero a la vez, todo siguiera igual. No me gustan los cambios. Yo soy de esas que animan a los demás a cambiar, a afrontar la novedad y todo lo que conlleva. Sí, digamos que soy la animadora oficial, la que trata de que la gente sea positiva, pero que no siempre cree que lo que dice sea posible de realizar. Porque todos estamos compuestos de un polo positivo y de un polo negativo. Todos.
Y escribir. Me hace falta escribir. Porque escribir para mí es establecer normas, decidir acciones, controlar emociones. Escribir es la forma que tengo de auto-convencerme de que las cosas pueden ser mejores, de que todo puede ser lo extraordinario que queramos que sea, de que la vida es algo increíble que merece la pena ser vivido. Escribir es soñar, dibujar con mil colores una realidad que a veces pinta tan gris como el cielo que se sostiene sobre mi pelo bufado en estos momentos.
Escribir es colocar en estantes un montón de hojas desordenadas con palabras sueltas, con garabatos feos, con historias viejas. Escribir es resucitar, reaparecer tras la tormenta con una corona de flores y una falda larga. Andando. Corriendo. Bailando. Jugando con mis pies. Pintándome las uñas. Cortándome las puntas. Rizándome las letras. Sin parar.
Porque dicen que parar es la clave del desastre universal.
Y aunque me estrese, o me agobie, o quiera patalear, no pararé. Porque no quiero desastres. Y si pasan, al menos que sea a nivel local, y no universal.
Y no pararé. Aunque los años me hagan ver estas calles como vías inconexas que funden mis plomos y me hacen pensar que algo ha querido que vuelva, que vuelva al principio. Porque, tal vez, me dejé algo perdido. Porque, tal vez, me toque volver a empezar. Y volveré a empezar, aunque no me gusten los cambios ni me atraigan las nuevas galaxias.
Porque sí, si algo he aprendido de todos vosotros y de mí misma en estos últimos años, es que para evolucionar es necesario rediseñar, reinventar, reconstruir. Y descargar de la mochila las piedras acumuladas. Y llenarla de flores, o aunque sean hierbajos arrancados del parque. Pero quitar lastre, siempre. Y despegar de nuevo, siempre.
Porque seis años me han cambiado, es cierto.
Y ya es hora de volver a merendar con la cría de veintiuno que llevo dentro.
GRACIAS por acompañarme en tantas letras.
GRACIAS por alentar un sueño.
M.
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