Veamos...tuve un fin de semana particular. De poco sueño y con la cabeza cruzada de ideas. Y sé que el proceso no termina con la llegada del lunes. Lo sé. Tener más de treinta tiene sus beneficios. A esta altura una se conoce lo suficiente como para leer intuitivamente ciertas señales. Digamos, para empezar, que no es la primera vez que tengo uno de estos "umbrales". De hecho, haciendo un breve ejercicio de revisionismo histórico, me animo a afirmar que estoy pasando por mi tercer umbral, momento de renovación, etapa de cambio o como gustes llamarlo. Debe ser una especie de récord, (me pregunto si debería comunicarme con la gente del Guiness...) Hace algunos meses, cuando leí en el ánimo los primeros signos del cambio, tuve una de esas epifanías tontas pero no por eso menos trascendente: descubrí que desde que soy legalmente adulta vivo momentos de umbral cada nueve años. A los dieciocho, a los veintisiete y a los treinta y seis años. Si tenés mi edad o más, en este momento estás entendiendo por qué sentí vértigo al escribir todos esos números, uno tras otro... Curiosamente, el nueve es mi número preferido desde siempre (desde antes de tener noción académica de la Cábala hebrea y por supuesto, antes de que Madonna la transformara en un pastiche esotérico difícil de definir). Y si fuera menos escéptica -por deformación, no por naturaleza- diría que es algo más que la cifra que le repetía a mi abuela cada vez que me preguntaba a qué número le jugaba a la quiniela. Sin exactitud cronométrica pero con certeza, sé que esos años fueron trascendentes en mi biografía. Al darme cuenta de esta curiosa simetría vital, también entendí otra cosa: que cuando me resisto al cambio, prolongo el proceso pero no lo detengo. Se hace más largo y complicado pero no desaparece.
Te hago el "aviso legal" en este párrafo: voy a contarte resumidamente este temita de los umbrales y los cambios existenciales con el único ejemplo del que soy capaz de dar cuenta: el mío. Si te aburren las anécdotas, este es el momento para retirarte. Si leés con la expectativa de encontrar una respuesta mística a la repetición simbólica del número nueve, te vas a decepcionar...Sin embargo, si al leer sentiste algo de empatía e identificación con la sensación de mutar de piel cada determinado tiempo, es probable que encuentres la formulación verbal que te estaba faltando para acercarte a tus propósitos. Entonces, te invito a leer este post todas las veces que quieras, a que lo compartas y lo comentes. Yo, encantada de escucharte.
Vivir en el umbral.
Seguiste leyendo...¡gracias! Por las dudas, para evitar el malentendido del coaching personal, te anticipo que la palabra "umbral" no es un término metafísico de profundidad insospechada por los mortales de a pie. Para mí es una imagen. Una metáfora. En ese sentido, un umbral es un proceso de cambio que me lleva de un momento de mi vida a otro.
A los dieciocho, muté físicamente pero no la forma en la que me sentía. Por inercia seguí con el mandato familiar de entrar a la universidad que me correspondía por herencia...pero no era mi camino. Era el de alguien más. Hasta que finalmente, decidí hacer lo que tenía sentido para mí y estudié Letras. Durante nueve años ese fue mi espacio y aprendí mucho. Podría decirse que maduré intelectualmente pero seguía flojita de madurez emocional. Después llegó el otro momento: la necesidad de ser madre, de tener una familia. Por lo visto, como mi cerebrito se negaba a procesarlo, fue mi cuerpo el que me advirtió del cambio. En menos de 24hs -un sábado de marzo- me hospitalizaron, creí que moría y me intervinieron quirúrgicamente de urgencia. Perdí la mitad de mi aparato reproductor y me desperté de la anestesia con un amor inconmensurable por los miembros jóvenes de la especie. Por un momento, pensé en demandar a la cirujana...hasta que descubrí que la incauta no tenía nada que ver con la recién descubierta necesidad de ser madre y abandoné la causa. La maternidad fue mi segundo umbral y el más desafiante, sin duda. No sólo porque desde la percepción de la necesidad hasta el momento en que logré el embarazo pasaron cuatro años sino porque fue el cambio más dramático y el aprendizaje más intenso que tuve que protagonizar hasta hoy.
Parir me cambió. No sólo me dejó un hermoso panículo adiposo en el abdomen sino que me devolvió a los orígenes. Re-descubrí el placer de estar en mi casa y le di privilegio a la creatividad manual antes que a los desafíos del intelecto. Me dejó de interesar "parecer inteligente" y eso fue un shock para quienes me rodeaban. Durante diez años no había hecho otra cosa que intelectualizar. Como supondrás, esta es la parte en la que te cuento eso de la resistencia que prolonga y complejiza las cosas... La resistencia del entorno y la mía propia. Por la imagen que me había esforzado en crear y por mi propio miedo, me negué a este cambio de forma sostenida. Me enojé. Con mi trabajo, con quienes me rodeaban, con la vida misma. Estaba cansada todo el tiempo. Y frustrada. Un blend emocional poco recomendable para una madre primeriza. Tenía miedo al cambio y no lograba ver cómo hacer para darle otra forma a mi vida sin perder la seguridad económica que tenía. Porque "yo" no era más "yo". Como toda madre, a partir de octubre del 2009, pronuncio el pronombre en singular pero pienso en plural. Cuando vencí la resistencia -de la forma más torpe posible- y dejé mi trabajo "bien remunerado pero alienante" fue un alivio. Sentía la sensación de estar en el lugar que debía estar a pesar de la opinión general: en casa con mi hijo. El cambio se impuso. Actué con una inmadurez emocional de la que hoy siento pudor, sin embargo, fue la única forma en la que supe actuar en ese momento: huí. Realmente hubiese querido proceder con templanza y madurez, haciéndome cargo de lo que me pasaba (creo que le llaman empoderarse...) pero no supe cómo. Llegaron entonces, los años de transición. Hasta que las señales del cambio volvieron a hacerse sentir después de llegar, según Dante al menos, a la mitad de mi vida. Ahora son más urgentes y claras porque ya estoy donde y con quien quiero estar. Tengo trazado el camino que quiero recorrer...pero a medias. ¿Por qué? Por miedo, obviamente. Como ya te conté cuando inicié este experimento intencional. Supongo que aprender a cuidar de mí, de mi salud y de mis proyectos personales es el tercer umbral. ¿La tercera es la vencida?
Lo que primitivamente podría formularse como "búsqueda del bienestar" para mí implica ser consciente de mi cuerpo y mantenerlo en estado de equilibrio (eso es la salud a fin de cuentas) de tal forma que me permita disfrutar de lo que logré y seguir adelante. La novedad de este tercer umbral es que necesito compartirlo y ayudar a otras personas. En este momento tiene una formulación difusa el "cómo" sin embargo tengo total certeza -porque mis certezas son viscerales, se hacen sentir- de que el "cuándo" es ahora. Aunque sigo teniendo temor y me cuesta vences la timidez, esta vez actué con la templanza que me faltó en las dos ocasiones anteriores. Tomé decisiones sin escándalo y con la firmeza de quien está convencido de lo que necesita. Si no abundo en detalles es porque éste es mi tercer umbral. Intensional y los proyectos que me están robando horas de sueño son la respuesta al estado de insatisfacción informe que hasta hace un par de semanas no tenía nombre. Te invito a vivirlo conmigo. Tenemos 357 días para darle forma a la respuesta.