Estos vecinitos de cuyo nombre no quiero acordarme –más que nada porque no lo sé– son tres, como las tres mellizas o los tres cerditos, y se pasan gran parte del día en esta ventana, arriesgando una de las vidas que les queden. Da un poco de cosina verlos tan cerca del abismo (no demasiado alto, pues es un primero), pero ellos controlan de forma casi mágica donde poner cada patita para bajar y subir del alféizar. El negrito es el más valiente, el que más se asoma y al que más le gusta acaparar rayitos de sol.
Desde que empecé a hacer fotos decentes de estos amigos peludos –allá por mayo– he conseguido recopilar una pequeña colección a la que debía dedicar un post. Porque mi agosto ha sido en buena parte levantarme cada mañana y asomarme a la ventana para ver qué estaban haciendo los vecinigatos, así como experimentar con la cámara desde distintos balconcillos de la casa para intentar captar esa esencia de ventana vieja, flores muertas y gatetes amorosos. Es curioso como las fotografías son todas distintas a pesar de estar tomadas prácticamente desde el mismo sitio: las manchas rojas y verdes desenfocadas son los geranios que tiene mi abuela en la ventana del salón, mientras que las fotos donde la ventana aparece directamente enfrente están tomadas desde el dormitorio.
La sombra baila según la hora del día y en los días nublados la luz es mucho más suave –mi favorita–. Todas las fotos son de agosto menos un par que son de mayo. Podrás adivinar cuáles son las primaverales si te fijas en las flores... en mayo tan lustrosas y en agosto tan chuchurrinas y desmayadas.
Mañana vuelvo a ver a mis vecinos favoritos... y espero algún día poder tener un pequeño ejército de gatos bonicos rondando por mi ventana. Hasta entonces tendré que conformarme con abrachuchar, mimar y fotografíar gatetes ajenos
¿Me cuentas cuál es la foto que más te gusta? ¡Feliz fin de semana, besotes de gato!