El bosque de La Pedrosa es uno de los hayedos más meriodionales de Europa
Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
El hayedo es el bosque preferido de los gnomos. También de los soñadores, los pintores, los fotógrafos, los buscadores de setas, los escritores de cuentos, las ánimas en pena, del bandido Fendetestas, de las brujas, del lirón careto o los ebanistas. El hayedo es el bosque mágico donde todo, a poco que se tenga cultivado algún surquito de la imaginación, es posible. Y todos los antedichos -más que otros- saben que recien entradito el otoño los hayedos lucen las mejores galas, explotan de tal forma que son capaces de embobar tanto como una buena sesión de fuegos pirotécnicos, con la ventaja de que quien se pierde por un hayedo al menos no corre el peligro morir atravesado por una varilla mal disparada. La paleta del pintor de hayedos en otoño no tiene sitio para tanto color como le hace falta.
Conocida es la abundancia de hayedos que tapizan muchos de los mejores rincones de las cordilleras que cierran León y Castilla por el norte. Allí, dada la generosidad de las lluvias y la frescura de las humbrías, se ve como algo tan natural como el cajón de madera de pino. Por eso merece la pena invitar al paseo por el único hayedo del Sistema Central que cae del lado castellano y leónes: el hayedo de La Pedrosa, un manchón humilde en dimensiones –87 hectáreas- pero epatante como el que más.
Tapiza este bosque descarriado los canchales de cuarcita cuyas escorrentías dan a luz los primeros regatos del que enseguida aparece en los mapas como río Riaza, corriente de largo recorrido que recibe sus mayores alabanzas por retorcerse como un cosaco mientras dibuja un puñado de espectaculares hoces polvorientas entre Maderuelo y Montejo de la Vega de la Serrezuela.
UN HAYEDO RELICTO
La singularidad más notoria del hayedo de La Pedrosa es que se trata de lo que se denomina un hayedo relicto. Es decir, de uno de los tres hayedos supervivientes en el Sistema Central cuya formación se originó en el Terciario. En esa época, el clima húmedo y frío favorecía el crecimiento de estas especies en latitudes muy meridionales de la Península. Con el tiempo,
el calentamiento climático y la menor pluviosidad posterior hizo que desaparecieran de esas latitudes para ser sustituidos por especies menos exigentes, como el encinar o el rebollar. La Pedrosa es, junto al de Montejo y al de Tejera Negra, un pequeño resto que recuerda la abundancia de hayedos que en esta sierra existieron en otra época.
El viaje de aproximación hasta estos nacederos es tan espectacular como lo que luego ofrece gratis el propio hayedo. Faldeando por el piedemonte segoviano hay que buscarle los bajos a la Sierra de Ayllón hasta dar con la localidad de Riaza, serrana y señorial a partes iguales. Una de las carreteritas que desde ella se atreven a meterse con la imponente sierra es la que se encamina hacia la cercana estación de esquí de La Pinilla y el colindante pueblecito de Riofrío de Riaza. Tomando el desvío que deja a un lado la estación y que, más adelante, deja a otro lado Riofrío de Riaza se acomete el ascenso del puerto de La Quesera, paso muy secundario que comunica estas tierras segovianas con las guadalajareñas de Majaelrayo. A esas alturas, ya se vislumbra con claridad el pliegue montañoso de la Sierra de Ayllón que da cobijo al hayedo, aunque éste no sea todavía evidente. También a estas alturas, en las que el embalse de Riofrío se encarga de arrejuntar las primeras aguas del Riaza aprovechando un mínimo ensanche de la montaña, es normal que el bosque predominante sea el rebollar. Así, la carreterita, apenas una estrecha faja de asfalto sin quitamiedos ni otras zarandajas, comienza el espectacular culebreo mediante el que consigue auparse hasta los 1.715 metros del puerto, clímax orográfico que deja en un éxtasis a quien se pirre por las panorámicas despejadas y espectaculares. Desde La Quesera la llanada segoviana se muestra como un territorio impresionante, de límites infinitos hacia el noroeste pero fieramente cercada por el murallón de semblante adusto que es esta sierra.
En la mancha forestal que conforma el hayedo de La Pedrosa no existen -por ahora- senderos homologados. Sin embargo eso no es impedimento para no intentar la exploración por alguna de las veredas que lo atraviesan.
DOS PASEOS POR EL HAYEDO
Una de las posibilidades es seguir las indicaciones que aparecen en el folleto editado por la Oficina de Turismo de Riaza “Caminos naturales por Riaza y Alrededores” que te puedes descargar AQUÍ. En él, el Circuito 10.1 “La Queresa-Camino Viejos de Peñalba-La Presa” nos describe una interesante posibilidad de paseo que consiste, básicamente,en acompañar ladera abajo los primeros regateos del recién nacido río Riaza. El paseo arranca en lo alto del puerto, donde se introduce el quitamiendos en la tierra y desde donde se comienza a descender hasta la alambrada. Tras cruzarla se acaba por llegar al torno que da acceso a la pradera de El Colladito. El descenso prosigue por una senda bien marcada hasta encontrarnos con una peculiar roca horadada por la erosión. Girando desde aquí hacia la izquierda se vuelve a atravesar la alambrada para continuar el descenso primero entre robles y, a medida que se aumentan la umbría y la humedad, cada vez con mayor abundancia de hayas. Tras cruzar el arroyo del Avellano y girar hacia la derecha el paseo entre hayas lleva ya directo hacia las aguas del Riaza, que se cruzan por un puentecillo. El descenso continúa por la margen derecha hasta alcanzar las orillas del embalse. Tras pasar una puertecilla de hierro se acaba saliendo la carretera de que sube hacia La Quesera. Hasta aquí son 4 km que se pueden hace muy bien en una hora -depende lo que paremos a disfrutar de las hayas-. Si no se dispone de coche en este punto, tocará regresar hayedo arriba por el mismo camino que nos ha traído hasta aquí pero calculando algo más del doble de tiempo (en total, unas tres horas).
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Estando en lo alto del puerto, otra posibilidad de curiosear el hayedo es caminar por la carretera hacia Majaelrayo hasta que aparezca, a la izquierda del asfalto, un portillo rotatorio que franquea el paso precisamente hacia el interior del hayedo, que aquí se muestra a los pies. Sin necesidad de traspasar el portillo, basta seguir por fuera y hacia arriba la alambrada de espinos hasta pasar un poco por debajo de la peculiar Peña de la Silla, orónimo que define a la perfección la forma de los dos peñascos que a 1.935 metros de altitud más parecen montar grupa de caballo o jiba de dromedario que espinazo montañoso. El sendero se cuela ahí por el collado de los Lobos para asomarse de nuevo a la vertiente segoviana, bordeando todo el rato el hayedo por arriba. El sendero continúa como a media ladera, aunque cerca de la cresta montañosa, hasta alcanzar el Cancho de La Pedrosa. Un poco después, a la altura del Collado de Las Lagunas puede empezar a buscarse la mejor forma de descender por las bravas a través del hayedo, mejor siguiendo el pliegue de alguno de los arroyos que por aquí comienzan a tomar forma. Sea como fuere, pero siempre extremando precauciones, se tiene que acabar por alcanzar la carretera que, tomada hacia la izquierda, devolverá en un pispás hasta los ventilados miraderos de La Quesera.
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