SENDERO DEL ALCORNOCAL DE FONCASTÍN PRC-VA36
© Texto, vídeo y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Dicen del alcornoque que es un poco como el cerdo, se aprovecha hasta la piel. Y la verdad, algo de puntería sí que hay en el símil. Lo cierto es que si de los árboles, en general, se aprovecha mucho más de lo que parece, del alcornoque no quedaría ni el rabo si fuera chancho.
Conocido ya por los romanos, que lo cultivaban con mimo, el quercus suber bate récords de utilización. Yendo por partes, la que primero salta a la vista es la de su corteza, carcasa rugosa que es materia prima del apreciado corcho, imprescindible, a pesar del empuje invasivo del plástico, en incontables ámbitos de la vida diaria y la industria. Tapones aparte, el corcho ocupó en el pasado un papel preeminente en el desenvolvimiento de la vida rural. Corcho se le ponía a los tacos de las madreñas para frenar el desgaste, de corcho se elaboraban las boyas de cañas, redes y artes de pesca o las alzas. La virtud aislante del corcho lo hacía ideal para confeccionar colmenas y ponerlas a salvo de los rigores climáticos. Y aún hoy, se utiliza con generosidad en la decoración mientras se sigue aprovechando su principal condición de aislante térmico y sonoro en numerosos ámbitos. Sin olvidar su utilización como panel pincha fácil al que se van adosando las notas, avisos y deberes que, por el motivo que sea, se quieran tener siempre a la vista.
Para todos estos usos es menester medio desnudar el árbol una vez entre cada 8 a 12 años, dejando al aire el tronco y parte de las extremidades. Comienza entonces, para volver a empezar, la regeneración de la corteza que poco a poco va engordando hasta que llega a alcanzar de nuevo en torno a los 15 centímetros de grosor.
Otro de los usos del alcornoque está en la obtención de taninos, especialmente de sus ramas, muy valorados en el curtido de pieles. Los cerdos, primos hermanos de este árbol de las maravillas, saben sobradamente del manjar de sus bellotas, no tan sabrosas como las de la encina pero sí de mayor conservación. De su madera se hacen pequeñas herramientas y armazones para pequeños barcos. Antes, también se empleaba en la carretería. Y, por si fuera poco, también antes más que ahora, su leña y su carbón se valoraban por su alto poder calorífico.
EL ALCORNOCAL DE FONCASTÍN. Los alcornoques de Foncastín se explotan en la actualidad para elaboración de corcho. Este se cosecha cada diez años en aquellos árboles que ha superado los 25 años y tienen más de medio metro de cintura. El primer corcho se utiliza para elaboración de belenes o flotadores de pesca. También como aislante térmico o aglomerado. Las siguientes producciones se utilizan con fines más selectos, como la elaboración de tapones para el vino. Las bellotas, que se producen cada dos o tres años, son muy codiciadas por palomas y otros animales del bosque.
Es éste un árbol propio de la flora mediterránea al que no le van los sobresaltos térmicos pero tampoco mal los suelos sueltos y arenosos. Predomina en el área suroccidental de la Península. En Castilla y León, aunque tiene manchas de cierta entidad, es escaso. Y toda una rareza en la provincia de Valladolid.
Por eso acercarse hasta el alcornocal de Valdegalindo, un considerable bosquete de esta especie que sobrevive envuelto por la mucho más densa mancha de pinares que median entre Tordesillas y Foncastín, conlleva el plus añadido que supone el disfrute de paisajes y entornos que nos son poco habituales.
Y la forma de hacerlo es tan saludable como sencilla: el sendero PRC-VA36 propicia un apetecible paseo sin desniveles y bien señalizado por un trazado circular de nueve kilómetros con principio y final en Foncastín.
FONCASTÍN
Esta localidad, por su parte, acompaña al alcornocal con sus propias rarezas: como las que le dan los aires exóticos de los pueblos trasplantados con escuadra y cartabón desde la mesa de un despacho. Así lucen la mayoría de los llamados “pueblos de colonización” que, como este, se crearon de manera artificial para acoger a quienes a lo largo del siglo XX se vieron arrancados de sus valles por la construcción de pantanos. En muchos casos, tan blancos, tan cuadriculados y tan fuera de lugar que, como sucede en Foncastín, parecen diseñados para rodar en ellos una película de jinetes mejicanos.
Este, en concreto, fue levantado a mediados del siglo XX junto a lo que quedaba del antiguo caserío para que la población de la localidad de Oliegos, desplazada por la construcción del embalse de Villameca, en la comarca leonesa de La Cepeda, rehiciera aquí su vida. No dejes de ver el documental de la época en el que se muestra cómo era la vida en 1945 y en que condiciones y circunstancias aquellos vecinos vaciaron el pueblo para asentarse en un lugar completamente ajeno a sus raíces y paisajes.
La finca en la que se construyó el nuevo pueblo fue comprada al marqués de la Conquista, una estirpe nobiliaria con categoría de grandeza de España y origen en Francisco Pizarro, y en ella se incluían los restos de un antiguo asentamiento desaparecido y refundado a lo largo de los siglos y que llegó a tener, incluso, una vieja fortificación medieval de la que aún pueden verse, entre los campos de cultivo, los restos de un torreón.
EL PASEO
Una forma de organizar el paseo es dejar los vehículos en la plaza Mayor y dirigirse por la calle del Lavadero hacia el local que alberga el bar. Al lado, en el parque, se encuentra el panel informativo con los datos y el mapa del paseo.Este se inicia siguiendo calle abajo en dirección al río Zapardiel, que se alcanza sin cruzarlo para continuar por el camino que corre paralelo a él, hacia el norte, por la margen derecha del río.
La ribera se abandona un kilómetro y doscientos metros más adelante en el siguiente desvío, que se toma hacia la derecha, una ligera subida que nos aproxima a la linde del alcornocal. Una vez arriba, otra señal nos invita a abandonar el camino ancho para tomar, hacia la izquierda, la estrecha vereda que, tras otra rampa, nos planta, ahora sí, en el interior de este singular bosque.
Unos pocos metros después de haber confluido con un camino más ancho, que llega por la derecha, se abre el corto desvío que acerca hasta un refugio de cazadores plantado al borde del páramo sobre el que se asientan el pinar y alcornocal de Valdegalindo. El desvío merece la pena, sobre todo, por las vistas que, a modo de balcón natural se ofrecen de la vega del Zapardiel.
Pero el paseo continúa por el camino que se interna por lo más denso de la mancha forestal hacia el norte. De hecho, no se tardan ya en descubrir, a uno y otro lado del camino, ejemplares de distinto porte de quercus suber, alcornoques que aparecen mezclados con pinos, encinas y quejigos en distintas densidades, conformando una dehesa de gran interés y mucho valor biogeográfico y paisajístico.
Durante casi un kilómetro y medio la caminata continúa en dirección norte hasta toparse de nuevo con un camino más ancho, que ahora se coge a hacia la derecha, mientras se bordea la linde septentrional de la mancha. Este es, a su vez, el límite meridional de un enorme huerto solar que, entre sus relumbres cegadores, deja ver al fondo los perfiles de Tordesillas y, más allá, otras localidades como Villavieja del Cerro.
El regreso hacia Foncastín comienza 1,2 km más allá, después de dejar atrás un primer cruce, donde se toma, una vez más, el ramal de la derecha. Como de nuevo se gira a la derecha un kilómetro y medio después al alcanzar un cruce de varios brazos. Antes, como a mitad de camino, habremos pasado por unas sencillas ruinas de las que, de no ser por la señalización que hay junto a ellas, sería muy difícil deducir que se trata los cimientos de la antigua serrería de Valdegalindo. Según el cartel, estuvo en funcionamiento hasta principios del siglo XX, se alimentaba de la electricidad que le llegaba desde Tordesillas y servía para cortar los costeros y tablones que se sacaban del pinar.
El rodeo de esta interesante mancha forestal se completa 800 metros más adelante del último desvío al alcanzar el ramal que, en dirección sur, se dirige ya de forma decidida y entre campos de labor hacia Foncastín, adonde se llega un kilómetro y medio después. Si está abierto, el bar que vimos en el arranque ofrece el colofón de unas buenas tapas y un amable servicio, muy de agradecer como remate al paseo.
En marcha
Este paseo circular y señalizado como PRC-VA36 arranca en la localidad vallisoletana de Foncastín.El paseo
Recorre la mancha de alcornoques ubicada en el interior del pinar de Valdegalindo, en las cercanías de la localidad, por un trazado circular 9,9 km muy fácil de realizar, muy bien señalizado y perfectamente asequible para hacer en familia. También en bicicleta. A pie puede hacerse en unas dos horas. El inicio del sendero está indicado en el parque que hay junto al bar de la localidad.Mapa del recorrido
Descarga desde aquí el track para GPS o síguelo en Wikiloc.Powered by Wikiloc
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Source: Siempre de paso