1. DEL FARO DE SES SALINES A ES CARAGOL _ 30′
La ruta empieza en el Faro de Ses Salines, el punto más al sur de la isla, y tiene dirección oeste. Te pondrás en marcha sobre un terreno escarpado, pura roca, con el mar a la izquierda y una inmensa finca a la derecha. La valla que delimita la propiedad te acompañará todo el trayecto. Junto a ella, un sendero que tampoco te va a abandonar. Como ves, la excursión no tiene complicaciones: basta con seguir el camino hasta que te canses de andar. Para nosotros, el final está en Cala en Tugores, donde daremos marcha atrás. Una ruta sencilla con un objetivo claro: pasar un día en compañía del mar.
En el primer tramo deberás compartir su atención con el suelo que pisas, plagado de piedras y socavones. Los agujeros son producto de la extracción de marés, la piedra que ha dado forma a los pueblos de Santanyí: roca arenosa, sumamente porosa, que no necesita el paso de milenios para erosionarse. Durante la ruta encontrarás marés en pleno proceso de transformación: verás in situ el paso de roca a arena. Una clase de conocimiento del medio. Los primeros socavones que encontramos son perfectamente geométricos. Parece que hubieran horadado el terreno con escuadra y cartabón: cuatro bloques aquí, cinco allá, diez más acá, y ya tengo una pared de casa. El suelo se ha transformado hasta convertirse en unas pequeñas ‘médulas’ a la mallorquina —muy pequeñas, eso sí—.
Soñando con la casa que te harías si tuvieras acceso a semejante cantera llegarás a Es Caragol, donde pensarás que sigues soñando. Decir que es una playa paradisíaca es quedarse corto. No le hace justicia. A mediados de otoño, si el cielo está despejado, salpicado de nubes de un blanco intenso y no hace viento, tendrás la sensación de que el reloj se ha detenido. Efectivamente, pensarás que te han traído el Caribe a casa: agua cristalina, arena blanca, un entorno completamente natural, nada de construcciones alrededor —salvo una casa en un costado— y, por suerte, ni un sólo barco fondeado a la vista. ¿Y esto que hace aquí?, pensarás. Y sin coger un avión… En ese tramo, hasta el otro extremo de la playa, no te mancharás los pies de arena: irás flotando.
2. DE ES CARAGOL A CALA EN TUGORES _ 50′
Al llegar al otro extremo de la playa el camino continúa, de nuevo sobre terreno escarpado. Siempre junto a la valla que delimita la finca y a escasos metros del mar. Uno de los placeres que encierra esta ruta es dejarse llevar: no hay que gastar energías en descifrar el camino, sólo mover las piernas y sentir los estímulos más básicos del entorno: el sonido del mar, la brisa, el sol templado de noviembre y, entrada la tarde, observar a los conejos que se aventuran a cruzar el camino.
Más adelante nos espera Cala En Tugores, un brazo de mar que rodearemos entre rocas de marés erosionado y una enorme capa de algas. Allí se han ido amontonando con el tiempo y, por suerte, nadie se ha ocupado de quitarlas. Un entorno completamente natural, de esos que escasean en estos tiempos. No encontrarás una superficie más cómoda para hacer parada y fonda. Con el sol de frente y a unos centímetros del agua, dedícate a no hacer nada. En cuerpo y alma. Cómete el bocadillo, date un baño otoñal, duerme la siesta o mira al infinitivo. Difícilmente disfrutarás más de esas cosas en otro lugar.
3. CAMINO DE VUELTA _ 1:15 H.
Cuando sientas que no puedes soportar más tanta calma, será el momento para emprender el camino de vuelta. Si lo haces de un tirón, no te llevará más de una hora y cuarto. Y, si te sabe a poco, puedes seguir hasta Es Carbó y volver. De regreso, habrán cambiado los colores, el mar tendrá otra cara y puede que se haya desperezado. Disfruta de la vuelta como si fuera otra ruta. Por el camino no entrarás fitas, esos pequeños montículos de piedras que levanta la gente para señalizar el camino. No son necesarias, ni para la ruta ni para el entorno. Tampoco lo deberían ser los plásticos, pero me temo que es demasiado tarde para eso. La entrada a Es Caragol por el sur está plagada de pequeños residuos, miles de motas de colores entre granos de arena que evidencian un claro síntoma: el mar no los asimila bien.
Pensando en nuestra innata capacidad para destruir el entorno diviso de nuevo el faro de Ses Salines, que ahora mira desafiante al mar. Éste le encara con gesto serio, lejos del apacible semblante que mostraba por la mañana. Cae el sol y las facciones se endurecen: nubes grises asoman en el horizonte y el mar se encrespa. Su compañía ha sido grata, pero es el momento de dejarlo a solas. Antes, eso sí, de volver de él.