La verdad es que después de presenciar las evoluciones del Barça en el último clásico, el desánimo fue el principal de mis sentimientos. Observar a un equipo casi diría que indolente, deambular al son de una versión B del Real Madrid, y ver cómo con la salida de los refuerzos blancos, el cambio de ritmo del partido hizo que los nuestros se vieran ya casi derrotados ante las primeras arrancadas, del ahora, omnipresente Cristiano Ronaldo, me dejó en un estado de estupor, y casi sin capacidad de reacción ante el espectáculo ofrecido.
Ni la excusa de un penalty no señalado, que lo fue, y además clarísimo me servía como argumento para defender, que tal vez, el empate pudo haber llegado en aquellos instantes finales. Las caras de los jugadores, en la que apenas se aprecia tensión, las imágenes de Roura, animando con gestos ostensibles a ritmo de “vamos”, sin saber éste muy bien hacia donde dirigir a sus jugadores, los tweets leídos con posterioridad dudando ya de todo o casi todo, las protestas finales buscando en esa última decisión que no nos beneficiaba la principal causa de la derrota, me parecieron devolver a un escenario ya lejano.
Un escenario el cual apenas conoce los más veteranos de la plantilla, acostumbrados el resto a nadar en las aguas del continuo éxito. Un escenario que habla de malos momentos, de baches, de pobre juego y partidos difíciles de levantar. Un escenario que deja la excelencia fuera del guión, con un juego insulso sin apenas nada que destacar, y que deja el equipo al borde del KO.
Porqué si a algo se asemeja hoy este equipo, es a aquel boxeador que después de dominar el ring, recibe un golpe muy duro, y queda groggy a merced de su rival. El puñetazo en pleno rostro vino desde Italia, y sin capacidad de reacción, los blancos han aprovechado el aturdimiento del gran campeón, para asestar don nuevos ganchos, que están haciendo, que en estos momentos el once azulgrana deambule por ese cuadrilátero ficticio, a la espera de que suene la campana reparadora, que le permita respirar en su esquina atendiendo las órdenes oportunas.
Unas órdenes, que no sé si es por el aturdimiento reseñado, ahora parecen llegar tarde y mal. Aunque tampoco me parece justo la forma en la que es criticado y vilipendiado Roura hasta límites que rayan lo soez. Y es que si hasta hace unos días todos hablaban del gran despliegue técnico de las instalaciones azulgranas, posibilitando el seguimiento del equipo desde nueve mil kilómetros de distancia. Si hasta hace unos días la comunicación vía móvil y whatsapp era los más de lo más, y la prueba fehaciente del trabajo bien hecho. Si hasta hace unos días, la profesionalidad de los jugadores y la instauración de un modelo hacían de la figura del entrenador algo así como un ente abstracto que sólo debía preocuparse en conservar y perdurar lo ya creado, ahora no puede ser que sea el último de los responsables, el principal artífice de esa falta de reacción.
No hace mucho defendía yo mismo la casi nula incidencia de un técnico de prestigio en el banquillo, ante la gran capacidad técnica y táctica de casi todo el grupo. Pero ha bastado un golpe, para hacerme ver, que ante momentos de zozobra es necesario saber que hay alguien que analizando desde una posición diferente, es capaz de sacarte del atolladero. Y es en este punto donde, según mi visión está fallando el equipo y el cuerpo técnico en general. Se siguen utilizando las mismas armas, los mismos conceptos, las mismas estrategias, y los mismos patrones de juego desde el minuto cero al noventa, y apenas hay variaciones, independientemente del partido que se juegue.
Siguiendo con el símil boxístico, tal vez hubiera sido momento, después de ese mal asalto italiano, de recogerse, de buscar las esquinas del ring y bailar alrededor de nuestro rival y esperar. Tal vez era momento de que la defensa fuera nuestra arma, y dejar pasar estos momentos dejando la iniciativa al otro. Tal vez no fuera el momento de buscar aire, descansar en campo propio, y con las fuerzas en su justo límite intentar golpear en momentos puntuales.
Tal vex sea el momento de jugar de otra manera, a la espera de que pase esa sensación de aturdimiento. Un par de malos asaltos los tiene cualquiera. Saber salir de ellos con el mínimo daño es clave. No dejemos que la cuenta llegue al diez. El KO absoluto sería un mal final para un combate el cual llevábamos tan bien encaminado.
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