La comedia que escatima en texto ha de ser reforzada o por un potente trabajo de guión, ritmo y puesta en escena o/y por una capacidad interpretativa asombrosa y generalmente, muy exigente a nivel físico.
En Sobran las palabras no hay grandes textos, grandes reflexiones ni mucho material que sea genuinamente divertido, a parte del ya conocido (y perdonen el aire cínico) discurso sobre lo molesta que puede resultar la vida y su rutina. ¿Qué decir entonces? ¿Qué los actores están bien? Pues sí. Por supuesto, Gandolfini no hace sino recordarnos lo terrible de su pérdida y Julia Louis-Dreyfous; pese a abusar de su marca de la casa, el ceño arrugado y la amplia sonrisa; dota de una calidez al personaje que demuestra a la actriz como versátil y fantástica. Pero los personajes que les han sido encomendados carecen de profundidad real, de una autenticidad que de alguna forma vaya más allá de la simple conexión con el espectador. Uno está esperando que se deje brillar a los actores, que se les exija, porque está claro que ambos (de nuevo una lástima por Gandolfini y lo que podría haber dado en el género) son capaces de más, pero la revelación no llega.
En añadidura y lamentablemente solo hay un par de conflictos serios, que se resuelven dignamente pero sin mucho ruido. Las tramas secundarias, incluso, son abandonadas en una inexplicable muestra de irresponsabilidad por parte de la guionista y directora Nicole Holofcener.
Al final la duración adecuada, la ya mencionada calidad de los actores y su aire sin pretensiones pueden hacer que la película funcione. Pero para que les convenza, tienen que intentarlo con ganas.
En una frase: cumplidora, pero poco más.