Supongo que siempre he escrito sobre viajes, sobre cartas, sobre pelis. Sobre cosas que nunca pensé que viviría, sobre libros que jamás pensé que escribiría. Sobre mucho de lo que me molestaba, sobre la piedra en el zapato o la puerta que se cierra. Pero hoy, ahora de hecho, a ocho y pico de la noche con una canción que hacía mucho tiempo que no escuchaba de fondo, sólo tengo ganas de escribir sobre lo que me hace feliz. Por si algún día me toca entrar a recordarlo. Por si le sirve a alguien que haya olvidado qué es lo que le remueve por dentro.
No ha sido siempre así. Ni mucho menos. Algunas cosas son las mismas, pero otras no. Sea como sea, ahí va mi forma de cerrar este día, vestida de chándal, roja cual tomate tirada en el sofá tras hacer deporte después de una larga temporada sin hacer ni el huevo. Creo que por eso me ha entrado este arranque de sinceridad: debe ser que la sangre todavía no me fluye bien por el cuerpo y no llega al cerebro. Que no es que no sea sincera de normal, pero vaya, ya me entendéis. En los momentos de debilidad física o mental es donde el verdadero yo resurge para comerse a todo lo demás, desde monstruos hasta hadas. Todo, oye. Y no quedan ni filtros, ni orejitas, ni coronas de flores (¿a quién le queda bien eso? ¿por qué lo hacen, por qué… ?). No queda nada porque nada ha de quedar. Dicen que (al menos) dos de cada cuatro noches tienes que salir solo tú. Sin abalorios. Sin compañía. Tú.
Supongo que todo lo que me hace feliz no cabe aquí. Pero no conozco otra manera de contarlo que escribiéndolo. Desde lo pequeño hasta lo gordo (siempre me suena mal decir o escribir “lo gordo”. En fin). Bueno, fuera rollos. Hola, mundo. Empieza en esta línea todo eso que… bueno, ya sabéis.
Me hace feliz ponerme las sandalias tras el invierno. Parece una chorrada, pero es mi chorrada. Me hace feliz comprar flores aunque luego se me mustien. No comprar flores por temor a que se mueran es igual a no querer una relación por si te acaban dejando. Pues chica, ya se morirán (o ya te dejarán) pero mientras tanto… que lo alumbren todo. Me hace feliz vivir sola pero escuchar a Rosana y pensar en mi hermana. O a la Dúrcal, que le mola a mi madre de toda la vida. Y acordarme de las noches viendo realities. Sí, me los he tragado todos y no me avergüenzo. Me hace feliz saber que siempre están aunque no estén. Como quienes se van y sientes que te cuidan. Pues eso. Me hace feliz esa seguridad. Y comer maíz dulce directamente del bote y sentirme pequeña. Y ver Pretty Woman y querer una bañera como el Lago Michigan.
Me hace feliz tener mi primera lista de Spotify compartida. Saber que alguien está bajo el cielo de Madrid pensando en mis torpes saltitos con el gym virtual delante y visualizando los memes que hará con mis fotos posteriormente. Espero alguna con un “ALLUDA” y ríos de lágrimas azules con paint saliéndome de los ojos en breves momentos. Me hace feliz sentir que alguien se ríe de lo mismo que me río yo. A fin de cuentas, era lo que siempre había soñado.
A ti, te digo: Me hace feliz que no me quieras dar la vuelta. Que tal cual soy, me quieras. Eso ya es. Eso lo es todo.
Me hace feliz ese momentito de Bates Motel al día, ese café por la mañana (el primero y el segundo), la tostada con mantequilla y mermelada de frambuesa. Me hace feliz que se me ocurran un montón de ideas y tener el móvil plagado de notas chungas y cortas. Pero me hace feliz porque me anima a callar bocas: “Cuando no estás mal no salen igual las letras… ” BAH. Las letras salen tanto en momentos de felicidad como cuando estás en la mierda. Su peor momento creo que son las temporadas planas, que ni fu ni fa. Ahí si que cuesta más. Pero que no me digan que feliz una no escribe. Porque no.
Me hace feliz que cada vez seamos más las que luchamos por lo nuestro. Las que nos mosqueamos y gritamos alto que ASÍ NO. Que el feminismo no es igual al machismo. Que nunca en la vida se puede equiparar. Y que una mujer jamás debería echar tierra sobre sí misma y, sobre todo, sobre las que llevan tanto tiempo sufriendo, peleando y muriendo para que ellas puedan votar, divorciarse, trabajar o algo tan simple como conducir o llevar vaqueros. Ser feminista no es ser extremista, va por ti, amiga.
Y ni con rotulador negro vais a rebajarnos (sí, ahora va por ustedes, señores de El Corte Inglés con su FUNminist). Y me hace feliz. Porque veo que no nos callamos. Porque veo que nada nos va a parar.
Me hace feliz leer a La vecina Rubia y hace poco que descubrí a Srta Bebi y me encanta: dice verdades como puños. Me hace feliz Baluarte de Elvira Sastre y di saltos de alegría al comprar el otro día ‘¿Donde vamos a bailar esta noche?’ de Javier Aznar. Me hace feliz estar viendo en Netflix Friends repetido. Porque nada me hace más feliz que Friends aunque sea mil veces repetido. Me hace feliz saber que la semana que viene veré por primera vez a La Casa Azul en concierto. Y pronto a Aerosmith. Y no respondo ante mi posible reacción si escucho I dont wanna miss a thing en directo.
Me hace feliz ver que la gente que más quiero es feliz. Trabajar con ella a diario. Cambiar el agua juntas. Los vasos con mensajes asquerosamente positivos de buena mañana. Me hace feliz salir y que me dé el aire en la cara y saber que por fin soy libre para escribir o para empanarme o para mandarle chorradas de Yisuscrist o Cabronazi. A él. Me hace feliz mucho más de lo que cabe aquí pero… qué puedo hacer.
Me hace feliz saber que, a pesar de que no todo es de color de rosa, sin saber cómo, siempre salimos adelante. Aunque todo se ponga muy negro o se nos mueran las ganas. Siempre hay un mañana. Siempre es mañana. Y a veces hasta sale el sol. Porque siempre hay una nueva oportunidad para empezar de nuevo, para tratar de estar mejor, para quedarnos solo con lo bueno.
Y a lo malo, pues nada. Cuando surja, le dedicaré este post. Tan frescamente. Por ahora no me lo planteo. Me voy a hacer la cena.
Gracias por estar ahí siempre. La de los jueves os quiere.
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